Primera versión en Rebelión el 13 de diciembre de 2006
Desde el punto de vista de la Historia, lo que ocurrió en julio de 1936 resulta bien claro. Una oligarquía cerril, incapaz de asumir los cambios justos y necesarios que la población demandaba desde la legitimidad de un poder democrático, desencadenó una violencia feroz que sumió nuestra piel de toro en una oscuridad de la que todavía no nos hemos recobrado. La magnitud de la tragedia no es fácil de imaginar, aunque pongamos en ello todo nuestro empeño.
Los responsables de aquella carnicería tienen hoy calles y monumentos por las ciudades de España. Muchos héroes anónimos que defendieron la legalidad descansan todavía en las cunetas. A veces podemos rescatar piadosamente sus restos. Otras ni eso es posible.
Hay sin embargo algunas víctimas por las que podemos hacer algo más. Son los artistas y escritores cuya obra quedó olvidada como resultado de todo aquello. Es un deber tratar de reunir y difundir sus obras. En este empeño podemos llevarnos también muchas sorpresas.
Lo que se suele llamar el canon literario queda fijado en un largo proceso en el que intervienen demasiados factores. El azar y las astucias del poder influyen al lado de la calidad literaria o la opinión de los lectores. Creo que todos debemos esforzarnos por que lo que es realmente valioso prevalezca, y por que nada que pueda ayudarnos y enriquecernos quede postergado. Podemos leer y seleccionar, opinar, recomendar a los amigos. Sería maravilloso que todos nos sintiéramos involucrados en esta tarea.
Y es en este sentido en el que hablar de Antonio Ortega se convierte en una grata obligación. Porque Antonio Ortega es un gran escritor al que sólo una cadena de infortunios apartó de su indiscutible posición como tal.
Una vida en el ojo del huracán
Antonio Ortega nació en 1903 en Gijón en el seno de una familia acomodada. Su padre era médico, y él después de pasar por las aulas del Instituto Jovellanos de su ciudad natal estudió Ciencias Químicas en la Universidad de Oviedo, doctorándose después en la de Madrid. En 1930 consiguió una cátedra de enseñanza media y después de un breve paso por el Instituto de Tortosa, fue nombrado para el de Oviedo, ciudad donde, especializado en química orgánica y patología vegetal, impartió clases también en la universidad. La producción literaria de esta primera época de su vida son una serie de relatos cortos que publica en revistas. Algunos de ellos como “Apolinar Rodríguez” (1925), “Yemas de coco” (1931) o “Siete cartas a un hombre” (1936) resultaron premiados en diferentes certámenes. Con el advenimiento de la república se involucró también en la lucha política y durante algún tiempo fue director del periódico socialista Avance.
Tras la sublevación facciosa, Antonio Ortega logra huir de Oviedo, y establecido en Gijón colabora activamente con el Consejo de Asturias y León en el que ocupa diversos cargos. En octubre de 1937, con la caída de Asturias, consigue escapar desde el puerto de El Musel y tras una breve estancia en Francia vuelve al territorio republicano, donde establecido en Barcelona retoma sus labores docentes en el Instituto Maragall y su activa colaboración con el gobierno. Al final de la guerra es Ayudante del Comisario General del Ejército de Tierra.
Exiliado en Francia, Antonio Ortega se pone en contacto con su amigo Luis Amado Blanco, establecido en Cuba desde 1936, y en la isla lo tenemos ya en marzo de 1939. Bien relacionado, en seguida se integra en la vida cultural cubana donde, aunque imparte cursos y conferencias, su ocupación fundamental será el periodismo, primero en la revista Bohemia, una de las más populares de Hispanoamérica, en la que llega a ser Jefe de Información, y desde 1954 como director de la revista Carteles. Este puesto le servirá para desarrollar una encomiable labor de difusión de la cuentística cubana, pues en esta publicación dieron a conocer sus obras Lino Novás Calvo, Guillermo Cabrera Infante o Severo Sarduy, entre muchos otros.
La producción literaria de Antonio Ortega correspondiente a su época cubana comprende narraciones breves, algunas de los cuales aparecieron reunidas con otras anteriores en el volumen Yemas de coco y otros cuentos (1959), y una novela, Ready (1946). El fin de la dictadura de Batista es saludado con alborozo por Ortega desde las páginas de Carteles, pero con el progresivo acercamiento a la Unión Soviética del gobierno revolucionario comienzan las discrepancias, y cuando Miguel Ángel Quevedo, director de Bohemia, le propone instalarse en Venezuela, acepta el ofrecimiento.
En Caracas las cosas no les van bien a los dos amigos. La nueva revista que fundan, Bohemia Libre, fracasa comercialmente y Quevedo se suicida. Sin trabajo ni ahorros, Ortega sobrevive difícilmente hasta que encuentra un modesto empleo en una empresa de publicidad. Apenas escribe en esta época, pero en 1969 su relato “Lauri” gana el premio Lena de cuentos en su Asturias natal. Antonio Ortega fallece en Caracas el 18 de marzo de 1970.
Aproximación a un autor recuperado
Para los interesados en leer a Antonio Ortega, lo primero que hay que decir es que las ediciones originales de sus libros son curiosidades de bibliófilo. Afortunadamente, sin embargo, y coincidiendo con el centenario de su nacimiento, un par de editoriales españolas decidieron dar a conocer una parte importante de su obra. Llibros del Pexe preparó en 2003 una edición de Ready, la única novela de Ortega. Este libro es difícil de encontrar en las librerías, pero se puede adquirir en la página web de esta editorial gijonesa. Asimismo el sello Renacimiento de Sevilla ha incluido una selección de cuentos de Antonio Ortega en su benemérita “Biblioteca del exilio” con el título Chino olvidado y otros cuentos (2003). La edición e introducción de estos libros se debe, respectivamente, a José Ramón González, de la Universidad de Valladolid, y Jorge Domingo Cuadriello, del Instituto de Literatura y Lingüística de La Habana.
La primera sorpresa al empezar a leer a Antonio Ortega es sin duda la enorme calidad literaria que descubrimos, que resulta extraña en un escritor cuyo nombre casi nadie conoce. Ready tiene algo de novela picaresca y mucho de fina reflexión sobre la naturaleza humana, y acaba construyendo una desencantada visión de la sociedad, penetrada toda ella de un fino y lúcido humor y de una inmensa ternura. El protagonista es “Ready”, un perro sato que huye de la casa donde habita para regresar de nuevo a ella después de recorrer todos los ambientes sociales de La Habana. La narración nos muestra el claroscuro de la sociedad cubana con fidelidad, y está llena de personajes entrañables, incluido un retrato autobiográfico del propio Ortega.
Los relatos recogidos en Chino olvidado y otros cuentos dejan clara la maestría de Ortega en este género. Nos encontramos en ellos también con seres derrotados por la vida, gentes sencillas de las tierras americanas o asturianas que conoció, atrapadas en el infierno de la guerra o en el laberinto de la gran ciudad. Las situaciones son siempre reales y su tratamiento tiene una intensidad que nos engancha desde el primer momento. “La huida” se basa en las experiencias autobiográficas de sus últimos días en Asturias en 1937 cuando a través de los campos, con sudor y sangre, “España marchaba de España”.
Los exilios de Antonio Ortega, la dura historia que le tocó vivir, hicieron que pasara mucho tiempo antes de que su nombre empezara a ser reivindicado tanto en España como en Cuba. Con el centenario de su nacimiento, tenemos por fin al menos una parte de su obra a disposición de los lectores. Leerle es un deber sin duda, pero un deber que rápidamente se convierte en un placer.