Primera versión en Rebelión el 28 de septiembre de 2012
Jean Ziegler es profesor emérito de sociología en la Universidad de Ginebra, fue además relator especial de la ONU para el Derecho a la Alimentación entre 2000 y 2008, y en la actualidad es miembro del comité consultivo del Consejo de Derechos Humanos de la misma institución. Sus profundos conocimientos acerca de los entresijos de la depredación económica que sufre una gran parte de la población mundial han quedado plasmados en libros imprescindibles como Saqueo en África (Siglo XXI, 1979), Los señores del crimen (Planeta, 1998), Los nuevos amos del mundo y aquellos que se les resisten (Destino, 2003), El imperio de la vergüenza (Taurus, 2006) o El odio a Occidente (Península, 2010), que reseñaba hace unos meses en esta web.
En Destrucción masiva, Jean Ziegler nos acerca al horror con una estructura enormemente lógica, que se enriquece además con retratos de los protagonistas de estas luchas, a muchos de los cuales conoce personalmente, y con experiencias propias. La primera parte del libro la dedica, así, a mostrarnos a la magnitud del desastre. Es la geografía del hambre con sus diversos escenarios: pobres rurales explotados hasta la miseria o dueños de pequeñas fincas improductivas; pobres urbanos cuyas vidas dependen trágicamente de las fluctuaciones de los precios de los alimentos esenciales con los que los criminales especulan; y junto a esta hambre estructural, el hambre coyuntural asociada a eventos catastróficos. El resultado no es sólo la muerte por inanición, Ziegler nos describe también las enfermedades ligadas a la desnutrición crónica y sus efectos espantosos. Y lo más terrible es que todo esto ocurre en países que fácilmente podrían ser ricos, como es el caso de Níger, segundo productor de Uranio del mundo, con una economía destruida por las políticas de ajuste del FMI. La multiplicación de ejemplos resulta imprescindible para saber en qué mundo vivimos, para conocer todos los rostros de este infierno creado por el hombre.
Y tras esta acumulación de datos, la segunda parte del libro nos describe el despertar de la conciencia del desastre que se produjo tras la II Guerra Mundial. En este proceso, tuvieron un papel destacado investigadores y activistas como Josué de Castro, el médico brasileño cuya Geopolítica del hambre (1952) fue un aldabonazo que sacudió conciencias en todo el mundo. Ziegler repasa su biografía, tan ligada a la trágica historia de su país en el siglo XX, y describe los años de esperanza en que surgieron instituciones como la FAO en 1945 o el PMA (Plan Mundial de Alimentos) en 1963. En 1948, la ONU aprueba la Declaración Universal de los Derechos Humanos que establece la alimentación como un derecho básico.
Sin embargo, estos esfuerzos se encontraron con enemigos poderosos que son desenmascarados en la tercera parte del libro. Se trata de organizaciones mercenarias de los Estados Unidos, como la OMC, el FMI y el Banco Mundial, que defienden a sangre y fuego los intereses de unas pocas empresas multinacionales. Resulta fácil entender que cuando el derecho a la especulación y el lucro se impone sobre el derecho a la alimentación, la tragedia es inevitable. Un estudio de Oxfam demuestra que en todos los lugares en que el FMI aplicó a lo largo del decenio 1990-2000 sus planes de ajuste estructural, millones de nuevos seres humanos fueron empujados al abismo del hambre. Los ejemplos se multiplican y son necesarios para comprender a fondo cómo asesinan estos criminales de cuello blanco y vestidos elegantes: India, Níger, Haití, Zambia, Ghana… Vemos también sin embargo el caso de Sudáfrica, donde con una legislación que garantizaba el derecho a la alimentación y un poder judicial independiente pudieron conseguirse importantes victorias.
La cuarta parte del libro nos describe la ruina actual de las dos instituciones que deberían velar por que el derecho a la alimentación pudiera materializarse. En 2009 el insuficiente presupuesto del PMA se vio reducido a la mitad cuando los estados europeos eligieron dar ese dinero a sus bancos. Esto obligó a suspender el plan de comidas escolares y empujó a la muerte por hambre a muchos millones de personas en el Cuerno de África o Bangla Desh entre otros sitios. Esclavitud y hambre en este pauperizado territorio son el precio de nuestra ropa de marca barata y el éxito de los multimillonarios del textil. Los esfuerzos de la FAO por promover en la ONU políticas de control de la especulación con alimentos son frenadas continuamente por los Estados Unidos y sus aliados a las órdenes de las multinacionales. Comprendemos gracias a la información que se presenta aquí cómo existen ciertamente instituciones que tratan de avanzar en la dirección correcta y de qué modo estos empeños son saboteados.
El papel de los biocombustibles es analizado en la quinta parte del libro. Es ésta una política enloquecida, pues pensemos que para fabricar un litro de bioetanol destinado a ser quemado hay que destruir más de siete kilos de maíz, pero hay que decir también que la extensión de este tipo de cultivos se produce eliminando otros tradicionales y acaparando un agua escasa en muchas regiones. No faltan ejemplos por todo el mundo: Camerún, República Democrática del Congo, Sierra Leona y un largo etcétera. Es una triste experiencia, además, que el acaparamiento de estas tierras va acompañado de violencias. En Colombia, entre 2002 y 2007, 13634 personas, entre ellas muchas mujeres y niños, fueron asesinados a consecuencia fundamentalmente de los ataques de los paramilitares. Son bien conocidas las conexiones de estos criminales con el expresidentes Álvaro Uribe.
La sexta parte del libro se dedica a describir el funcionamiento de los fondos de inversión que especulan con alimentos. El aumento de los precios de estos en 2008 fue en un principio resultado de causas climáticas y el auge de los biocombustibles sobre todo, pero esto sirvió de carnaza a los especuladores que aprovecharon la ocasión y exacerbaron esta subida. La crisis provocó además que países con gran densidad de población se plantearan el acaparamiento de tierras en distintos lugares del mundo para producir alimentos allí. El escenario creado nos muestra a millones de agricultores expulsados de sus tierras y condenados al hambre, así como la extensión en muchas regiones de monocultivos que emplean mano de obra próxima a la esclavitud. Aquí también se multiplican los ejemplos a la vez que se presentan casos de resistencia.
Concluye el libro con una sección titulada “La esperanza” en la que se desgranan argumentos para la planificación de la lucha que ha de permitir superar estas desgracias. Es esencial aquí la toma de conciencia acerca de la magnitud del desastre por parte de sectores cada vez más amplios, y la toma de conciencia también de que esta es una catástrofe contra el que existen y se están desarrollando en este momento estrategias correctas de lucha. Nada más necesario que conocer estas para poder sumarse a ellas y potenciarlas, porque es una verdad incontestable que el espanto que se denuncia en el libro puede tener solución. Como Mahatma Gandhi dijo: “El mundo tiene suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no la codicia de todos.”