Primera versión en Rebelión el 23 de abril de 2019
En el primer volumen de sus memorias, Néstor Majnó nos describía con detalle la organización de los campesinos y obreros revolucionarios de Ucrania oriental en el año 1917, en un contexto de crisis de poder político que facilitaba enormemente sus progresos. En un proceso en el que a él le correspondió un papel fundamental, vimos allí cómo la sencillez y seducción de los objetivos planteados y la pujanza democrática de los métodos cristalizaron en una transformación social autoorganizada y esencialmente pacífica que logró eliminar las lacras del antiguo régimen de propiedad imperante en la zona. Sin embargo, a comienzos de 1918, la firma del tratado de Brest-Litovsk supuso la ocupación del territorio de Ucrania por los imperios centrales y el fin de la utopía.
La segunda entrega: Bajo los golpes de la contrarrevolución (abril a junio de 1918) interrumpe por tres meses la historia de los sucesos de Ucrania en un interludio en el que nuestro protagonista, exiliado en Rusia, recorre el país y nos describe interesantes escenarios de la guerra civil, así como su visita a la capital en el mes de junio y sus entrevistas con P. Kropotkin, I. Sverdlov y V. Lenin. El primer volumen apareció en una traducción francesa en 1927 y en su original ruso en 1929, pero estos libros tuvieron escaso éxito comercial y ello retrasó la publicación del segundo y el tercer tomos, que no fue posible en vida del autor. Vieron la luz en ruso en 1936 y 1937, respectivamente, editados por Volin, una persona cuya relación con Néstor Majnó estuvo caracterizada por profundos enfrentamientos en los últimos años de la vida de éste.
Abril y mayo de 1918: a través de la Rusia ensangrentada
La diáspora de revolucionarios que sigue a la ocupación austro-alemana de Ucrania lleva a nuestro anarquista a Taganrog, ciudad rusa en el mar de Azov próxima a la desembocadura del Don, donde se había instalado el gobierno rojo. Allí, al igual que está sucediendo por toda Rusia, los libertarios son reprimidos, y así el destacamento de María Nikifórova, la anarquista de Aleksándrovsk, es desarmado, y ella arrestada, incoándosele un proceso por supuestos robos en la toma de una ciudad que despide el aroma de un montaje apestoso. No se hacen esperar las protestas contundentes de ácratas y Socialistas Revolucionarios de izquierdas (SR-i) ante Vladímir Antónov-Ovséyenko, jefe del frente ucraniano, y así se consigue un juicio imparcial en el que la indomable luchadora es absuelta. No obstante, la movilización continúa para que cesen las artimañas que tratan de dividir el frente revolucionario.
A finales de abril, los anarquistas de Guliaipole celebran un congreso en Taganrog en el que intercambian impresiones sobre su derrota. Concluyen que no debían haber partido hacia el frente, sino esperar acontecimientos en la ciudad; eso hubiera evitado la traición de la compañía judía, que fue el desencadenante del colapso y provocó además sentimientos antisemitas entre la población. Deciden ir regresando escalonadamente a su tierra con el fin de emprender acciones guerrilleras contra los ocupantes y sus cómplices; volverá cada uno por su cuenta y se citan para finales de junio o principios de julio.
Nuestro protagonista viaja luego a Rostov, donde trata de contactar con los libertarios locales que publicaban El anarquista, un semanario que solía leer con devoción, pero el único papel ácrata que circula en la ciudad es Bandera negra, un periodicucho acomodaticio y plagado de inexactitudes sobre el frente. Comprueba así que en ese momento los impulsos sanos coexisten entre sus correligionarios con demasiada desmoralización, arribismo y estupidez. Cuando Rostov es evacuada, lo desconcierta la proliferación en medio del caos de bandidos y saqueadores. Al fin, con otros anarquistas procedentes de diversos lugares de Ucrania, se une a un grupo de artilleros que parten en tren hacia el frente de Vorónezh, aunque debido a la presencia de destacamentos blancos en la región del Don se ven obligados a dirigirse primero al sur, a Tijoretsk.
Atraviesan las tierras cosacas del Kubán, vestidas con el verdor de la primavera que promete una fértil cosecha, pero es zona de guerra donde resulta difícil adquirir subsistencias. Desde Tijoretsk se dirigen al nordeste, hacia Tsaritsyn (Volgogrado) y sólo la astucia de Néstor, que asesora al que manda el convoy, consigue esquivar una artimaña de aldeanos aliados de los blancos que tratan de engañarlos para desarmarlos. Después el autor nos describe cómo disputan en su corazón la desesperanza por la estupidez y el caos que imperan a su alrededor, y el esplendor de una revolución amenazada desde todas partes, pero poderosa como un estallido de luz que promete alumbrar el futuro.
Detenido el tren en Sarepta, el de Guliaipole toma el pulso de la ciudad e incluso habla en un mitin a los trabajadores. En éste evita personalizar los ataques, pero defiende con firmeza la unidad revolucionaria contra el asedio blanco y también contra las nuevas tendencias estatistas que tratan de imponerse. Los obreros aplauden y los bolcheviques asistentes asienten, pero al día siguiente, unos chekistas se presentan en el tren para detener a los anarquistas que viajan en él. El jefe del convoy manifiesta con vehemencia que a sus órdenes van sólo auténticos revolucionarios a los que no piensa de ninguna manera entregar.
Ya en Tsaritsyn, Néstor y sus compañeros renuncian a continuar el viaje. Son los mismos días en que llega a la ciudad con su destacamento, procedente de Ucrania, N. Petrenko un aguerrido revolucionario que se dirige a los Urales para combatir allí, cerca de donde reside su familia, al ejército contrarrevolucionario del almirante Kolchak. Cuando las autoridades locales lo obligan a desarmar a sus hombres y él se niega, Petrenko ha de enfrentarse a los chekistas que lo atacan con fuerzas muy superiores. Los derrota y magnánimamente les permite escapar, pero éstos recurren entonces a la astucia y ofrecen unas negociaciones que sólo aprovechan para capturar al desprevenido Petrenko y asesinarlo. Sus combatientes son luego distribuidos entre otras unidades, mientras Néstor se lamenta de una infamia que deshonra la revolución.
En esos días, nuestro protagonista se reencuentra con otros comuneros de Guliaipole con los que intercambia las historias tristes de la retirada. Entre ellos está Nastia, su primera mujer, en avanzado estado de gestación y que le dará un hijo en breve. Éste fallecerá pronto y ella, creyendo muerto a Néstor, regresará a Ucrania unida a otro compañero. Atrapado en el tiempo turbulento, nuestro revolucionario dolorosamente decide emprender camino en solitario hacia Moscú, donde espera tomar el pulso a las convulsiones del momento. Poco antes de la partida, en un quiosco de Tsaritsyn encuentra un número reciente de Anarquía, un periódico de los libertarios de la capital, y lee con entusiasmo que han sido capaces de reorganizarse tras la dura represión sufrida hace unas semanas.
En barco llega a Sarátov; allí mantiene contactos con los ácratas locales, y se siente frustrado por la tendencia que observa a apoyar al gobierno o involucrarse en conflictos entre las facciones que coexisten en éste. Arriba por entonces a la ciudad un grupo de doscientos cincuenta anarquistas de Odessa que, armados hasta los dientes, tratan de alcanzar el frente por Kursk. Los chekistas intentan desarmarlos y a los ucranianos no les queda más remedio que emprender viaje Volga abajo hasta Astraján. Néstor les acompaña. Cuando llegan a su destino él se emplea en el Dpto. de Propaganda. En la revista criptoanarquista Pensamientos de la gente más libre de la metrópoli rusa del Caspio publica “Llamada”, un poema escrito en la Butyrka, que firma Modest, su nombre de recluso: “(…) Destruyamos todas las autoridades y sus cobardes imposiciones/ que nos arrastran al combate mortal.” En unos días, decide no posponer más su visita a la capital de Rusia, para después regresar cuanto antes a su tierra, según lo acordado en Taganrog. Así toma un pasaje hasta Sarátov y allí un tren que lo lleva a Moscú.
Junio de 1918 en Moscú: sobre poder, intelectuales y “revoluciones de papel”
En la capital nuestro ucraniano contacta con Piotr Arshínov, su viejo compañero de la Butyrka, que se ha convertido en un destacado intelectual del movimiento, editor de obras de Kropotkin. Esos días visita la Federación de Anarquistas donde se elabora Anarquía, y conoce al poeta y teórico Lev Chorni, al que percibe, más que como el león negro de su apodo, como un débil gorrión atrapado en la tormenta; con él, notorio individualista, discute sobre la situación que se vive, y defiende la necesidad de que los libertarios se organicen para llevar su mensaje a las masas. También andan por allí el filósofo Alekséi Borovói y Judá Roschin, procedente del anarquismo terrorista pero que pasará pronto a buscar una síntesis de anarquismo y bolchevismo. Las conversaciones confirman a nuestro campesino en su convicción de que en la capital se vive una “revolución de papel”, y le muestran lo irresistible que es la seducción del poder sobre muchos intelectuales.
Aconsejado por Arshínov, Majnó decide acudir a entrevistarse con Kropotkin, que reside en esos momentos en Moscú. La llegada del viejo revolucionario a Rusia hace ya casi un año fue recibida con alborozo en Guliaipole, a pesar del distanciamiento que había provocado el apoyo de éste a la Entente en el conflicto mundial. Luego les decepcionó que no tuvieran respuesta las cartas que le enviaron solicitando sus consejos, así como verlo en la presidencia de la Conferencia Democrática de toda Rusia de agosto de 1917 en Moscú, al lado de notorios reformistas como A. Kérenski o Y. Mártov. La conversación que mantienen resulta, de todas formas, extraordinariamente estimulante para Néstor. El anciano responde amablemente a sus preguntas, y aunque se resiste a aconsejarle respecto a su partida hacia Ucrania a combatir por la revolución, por el riesgo terrible que ésta comporta, en la despedida, pronuncia unas palabras que le impresionen vivamente: “Sólo el altruismo, la firmeza de la mente y la voluntad decidida de avanzar hacia la meta son los rasgos que pueden iluminar la lucha”.
Ese mes de junio se celebra en Moscú un congreso de sindicatos textiles de cuyas sesiones es fácil concluir que son los partidos los que han tomado a su cargo el destino de los trabajadores, sin que éstos sean capaces de desarrollar sus propias estructuras e integrarlas en una sociedad armoniosa y libre. Disfrazada de “dictadura del proletariado”, la dictadura de un partido sobre los obreros y los campesinos sólo preludia el desastre, porque estos últimos no han de tolerar imposiciones en un momento en que tienen en sus manos las riendas de su existencia. Es la época en que los SR-i son desplazados del poder por los bolcheviques, y nuestro anarquista razona que, a pesar de que los primeros cuentan con revolucionarios brillantes, como Mariya Spiridónova o Borís Kamkov, estas luchas son sólo conflictos de poder ajenos a la emancipación real de las clases explotadas.
Con el fin de mejorar las condiciones de su alojamiento en la capital, Néstor debe realizar una visita burocrática al Kremlin, y decide aprovechar la ocasión para tratar de mantener una entrevista con Lenin. Lo recibe primero su íntimo colaborador Yákov Sverdlov, presidente del Comité Ejecutivo Central de los Soviets, un talentoso organizador sin demasiadas ideas propias. Tiene treinta y tres años recién cumplidos, pero la gripe española se lo llevará en unos meses tras dar las órdenes para el asesinato de todos los miembros de la familia imperial retenidos en Yekaterinburg. Ignorante de la situación real en Ucrania oriental, cuando es informado de la disposición revolucionaria de las masas campesinas, el mandatario recibe la noticia con no disimulado alborozo, y escucha con atención las críticas a la estrategia de las unidades de guardias rojos en la región, centrada en las vías férreas y descoordinada de los aldeanos. Tras contactar telefónicamente con Lenin, Sverdlov propone a Majnó que ambos conversen con él el día siguiente.
La memorable entrevista de los tres revolucionarios duró una hora. A las preguntas de Lenin sobre cómo se había recibido en Ucrania la consigna: “Todo el poder para los soviets”, Majnó le transmite la satisfacción por una directriz que fue interpretada en sentido literal. Esto deriva en una discusión en la que aboga por la libre organización de las masas, y critica, como el día anterior, las tácticas de los guardias rojos, desconectadas de ellas. Lenin parece transigir, y admite que con los que defienden ideas como esas sería posible una cierta colaboración, pero en seguida le reprocha el desprecio de los anarquistas por los problemas del presente y su obsesión con un futuro utópico. A esto, Néstor contrapone la valentía de los campesinos en su lucha con la Rada Central y los austro-alemanes, y aunque Lenin concede que tal vez esté equivocado, sus acusaciones hacen mella en él, que queda deprimido y alterado, y durante el resto de la conversación responde lacónicamente a las preguntas de su anfitrión. Al fin, cuando éste le ofrece ayuda para regresar a su tierra clandestinamente, la acepta complacido. Tras la reciente y violenta represión de los anarquistas de Moscú y otros lugares, resulta lógico que en la entrevista se transparente un fondo de tensión. En los instantes finales, Lenin se justifica de estos hechos aludiendo al “bandidismo” de los libertarios, lo que provoca una petición de las pruebas de él por parte de Majnó. Lenin argumenta que éstas existen, pero la llegada de Sverdlov en ese momento con una información que había ido a recabar interrumpe la conversación. La despedida es amable, pero tras las frases corteses es fácil ver que las espadas están en alto entre dos concepciones enfrentadas de la dinámica de la revolución.
Néstor conoce después a Vaclav Majaiski, lúcido analista de los desastres que trae a la revolución la “dictadura de los intelectuales”. En esos últimos días en la capital, renuncia a hacer leña del árbol caído y a aportar información para incriminar a sus antiguos verdugos de la Butyrka investigados por la Cheká, y acude a un mitin de Trotsky, a quien admira como orador. Siente ganas de partir y abandonar el antro de la “revolución de papel”, un lugar donde los anarquistas son incapaces de ejercer su única misión digna en este momento crucial, iluminar a las masas en el camino de su liberación.
El 29 de junio parte en tren hacia Kursk, que bulle de anarquistas deseosos de regresar a su tierra. Allí sabe de las crueldades de los austro-alemanes en Guliaipole, del incendio de su casa y el asesinato de su hermano mayor, Yemelián, inválido de guerra. Ya en Ucrania, en Járkiv le sorprende desagradablemente la moda que se ha impuesto de expresarse en ucraniano, idioma que no domina. Le parece vergonzoso que los nacionalistas entiendan que la liberación de su país consiste en eso, y no en la emancipación de obreros y campesinos del yugo que les imponen los explotadores. Hay soldados austriacos por todas partes, y en Synélnykove se estremece cuando un amigo judío lo llama por su nombre. A partir de entonces extrema las precauciones y así logra al fin llegar a su tierra natal, con lo que concluye el segundo volumen de sus memorias.