Primera versión en Rebelión el 15 de diciembre de 2020
La obra literaria que Borís Pilniak nos legó en su corta vida expresa a la perfección su atormentada relación con el poder soviético, y exhibe toda ella una tensión de amor-odio con él y un conflicto sin solución entre el anhelo revolucionario y la realidad que se desplegaba ante los ojos. Teniendo esto en cuenta, su desaparición en la orgía sangrienta del Gran Terror parece sólo la trágica escena final de aquel amor imposible. Hay que decir, además, que estamos ante un autor genial en su manejo del lenguaje, y con una ambición vanguardista por explorarle recursos y capacidad expresiva. Por todo esto, su producción, mal conocida en el mundo hispano, merece ser rescatada como testimonio de quien reflejó como pocos las contradicciones del país soviético.
Bienvenida, pues, la versión en castellano de El cuento de la luna inextinguible que nos llega de tierras mexicanas. Es ésta una de las obras emblemáticas de Pilniak, y relata la extraña muerte de Mijaíl Frunze en octubre de 1925. El recién nombrado Comisario del Pueblo para la Guerra en sustitución de Trotski, que era un firme apoyo de Grigori Zinóviev, contendiente de Stalin en la lucha por el poder, falleció en una operación quirúrgica innecesaria a la que se sometió por órdenes de éste. Era la hora de los cuchillos en la cúpula de la URSS, y nuestro autor, sin ver claro que con ello se jugaba la vida, supo trocar en literatura uno de sus episodios más oscuros.
Una trayectoria zigzagueante
Borís Vogáu, que escogió Pilniak como nom de plume, nació en 1894 en Mozhaysk, localidad cercana a Moscú, en la familia de un veterinario descendiente de los alemanes establecidos a orillas del Volga durante el reinado de Catalina II. En 1922 publica El año desnudo, novela sobre la revolución y la guerra civil en la que expresa su entusiasmo por la Rusia que nace. Sin embargo, su visión de lo que ocurre es un tanto particular, pues adalid del anti-urbanismo y enemigo de la mecanización, quiere ver en los bolcheviques más que nada una fuerza que hará que Rusia abandone sus compromisos con Occidente y regrese a su alma asiática. La violencia desencadenada son los dolores de parto de esa transformación que le fascina. En el aspecto formal, la obra rehúye lo convencional y se construye como un mosaico a través de un aluvión de personajes, textos y documentos heteróclitos. Se logra así reflejar la destrucción de todo lo que parecía inmutable y las conmociones que la acompañan.
A pesar de algunas críticas negativas, y recelos y suspicacias ante tan peculiar “compañero de viaje”, en los años siguientes Pilniak se convierte en el segundo autor ruso vivo más leído, sólo detrás de Gorki. Así, en sus viajes por Europa occidental ha de sufrir el desdén de los escritores exiliados, que no aprecian demasiado al que consideran un lacayo del Kremlin.
En 1929 Pilniak concluye la que es para muchos su mejor novela: Caoba, y ante el veto en Rusia opta por publicarla en Berlín. Esta obra muestra con dolorosa intensidad y aliento lírico el fracaso de la revolución en los años decisivos de la Nueva Política Económica y lo hace a través de las peripecias de dos anticuarios moscovitas que visitan una ciudad provinciana famosa por su tradición artesanal en busca de muebles y objetos antiguos. Asistimos así al retorno de los mercaderes y sus trapacerías, que resucitan espantoso el oropel de la vieja Rusia, y a la consolidación del arte como negocio y la belleza como mercancía. La causa de todo es la corrupción de los ideales de Octubre, simbolizados en los locos borrachos que en la fábrica de ladrillos sueñan aún con el comunismo de guerra.
Pilniak, que ya estaba en entredicho tras la abortada aparición en 1926 de su relato El cuento de la luna inextinguible, asunto sobre el que volveremos luego,es objeto por entonces de una persecución en toda regla, con Leopold Averbaj, todopoderoso presidente de la Asociación Rusa de Escritores Proletarios, Maksim Gorki y Vladímir Mayakovski, como fiscales destacados. En esta delicada tesitura, nuestro hombre, que teme lo peor, decide retractarse con El Volga desemboca en el mar Caspio (1930), novela en la que pone su brillante prosa al servicio del plan quinquenal, no sin antes someterla a un riguroso escrutinio por parte de Nikolái Yezhov, su nuevo protector.
Tras estos altibajos, en los años 30, Pilniak viaja por Francia, Norteamérica y Japón, y regresa a su lugar en la elite literaria. Ello le permite tratar de ayudar a amigos en desgracia, como Karl Radek o Víctor Serge. En su dacha de Peredélkino, vecino de su tocayo Pasternak, uno de los pocos que estuvieron a su lado en los tiempos duros, recibe en 1936 la visita de André Gide, con quien los dos conversan. Los datos que aportan al francés serán usados por éste en su Retour de l’U.R.S.S. (1936), que servirá para que en Occidente se sepa algo de lo que está ocurriendo en Rusia.
El 28 de octubre de 1937, el mismo día en que los Pilniak celebraban el tercer cumpleaños de su hijo, Borís es detenido en su dacha y el 21 de abril de 1938, tras un breve juicio en el que confiesa ser espía japonés, recibe un tiro en la nuca en el campo de Kommunarka, lugar de ejecuciones muy usado durante el Gran Terror. En 1956 fue rehabilitado, pero sus obras no se publicarán de nuevo hasta 1978, y excluyendo además algunos relatos fundamentales, entre ellos, Caoba y El cuento de la luna inextinguible.
La misteriosa muerte de Mijaíl Frunze
El cuento de la luna inextinguible vio la luz en 1926, como decíamos, en su versión original, y en 2019 en la Ciudad de México acaba de ser vertido al castellano en una preciosa edición bilingüe de anDante, con introducción, traducción y notas de María del Mar Gámiz, postfacio de Marta Rebón e ilustraciones de Alicia Sandoval.
Aunque la obra lleva una “Advertencia” del propio Pilniak en la que se asegura el clásico: “Todo parecido con la realidad es pura coincidencia”, los hechos no dejan mucho lugar a dudas. Esto debió parecerles al menos a los jerarcas soviéticos, pues, según nos refieren Mar Gámiz y Marta Rebón, el relato apareció en el número 5 de la revista Novy Mir y todos los ejemplares de éste fueron requisados (incluso los que estaban ya en casa de los suscriptores), y sus planchas fueron destruidas, imprimiéndose un nuevo número sin el cuento. De esta forma, no existe a día de hoy documento alguno de aquella primera versión de la obra, lo cual nos da un motivo más para disfrutar de ella.
Estructurado en cuatro capítulos, el texto nos describe como a Gavrílov, comandante del Ejército rojo, se le ordena regresar del Cáucaso, donde convalecía de una úlcera de estómago, y se le comunica la conveniencia de que se someta a una operación para extirparla. Él teme una confabulación y así se lo expresa a Popov, un viejo amigo. Es “el hombre que no se encorva” (Stalin) en persona, quien le impone el tratamiento, contra el que el comandante protesta en vano.
Todo se desencadena a partir de entonces como una tragedia urdida por hados funestos: el concilio de los médicos que asumen lo ineluctable y callan, las últimas horas de Gavrílov con su amigo, la operación y la muerte anunciada. Cuando se extinguen los lamentos funerales, Popov abre la carta que el comandante le dejó para leer después de su deceso: “¡Aliosha, hermano! Yo sabía que iba a morir.” Mientras tanto, su hijita Natasha juega allí cerca, y jugando sopla sobre la luna llena para apagarla, al tiempo que ésta, “regordeta como la esposa de un mercader, flota detrás de las nubes, cansada de apresurarse”. El final de la obra nos atrapa a todos como niños ante el despliegue cósmico de lo inevitable.
Pilniak culmina el 9 de enero de 1926 la redacción de El cuento de la luna inextinguible, tarea que había acometido fiel a su preceptiva de escribir “lo que se piensa, se sabe y se ha visto”. Se siente protegido por su reputación literaria dentro y fuera del país, y no imagina, inocentemente, que pueda haber peligro en airear el crimen de un Stalin que, en ese momento, no deja de ser uno más en la lucha por el poder. Tan fuera de la realidad en este sentido, sin embargo acierta a retratar con su obra, proféticamente, el terror que va a caracterizar el futuro inmediato y al que él mismo va a sucumbir en doce años.
El espíritu heterodoxo y libre de Borís Pilniak desentonaba demasiado en la hora en la que el hacha era entronizada. Él era sólo una reliquia de la Rusia ancestral, un viejo creyente disfrazado de escritor comunista, un adicto a la pasión del lenguaje y sus metáforas, todo él cargado de ideas heréticas y amistades peligrosas. Con este bagaje, tal y como se estaban poniendo las cosas, sobraban “razones” para eliminarlo, y denunciar con su prosa un señalado crimen del gran líder pudo ser la gota que colmó el vaso. Él fue quien le dijo en 1933 a Víctor Serge: “No hay un solo adulto pensante en este país que no haya cavilado la posibilidad de ser fusilado”.