Primera versión en Rebelión el 14 de febrero de 2023
En la coyuntura actual del mundo, la búsqueda de un orden social más justo se canaliza en general a través de las vías institucionales con el objetivo de la “conquista del estado”, y hay que decir que muchos no son capaces de imaginar siquiera que las cosas pudieran hacerse de otra forma. Sin embargo, en todas las latitudes crece la conciencia de que esta vía tiene enormes limitaciones, cuando vemos a los “gobiernos progresistas” estrellarse una y otra vez en sus intentos de transformaciones estructurales y teniendo que conformarse con cambios casi cosméticos que no perturban la dinámica destructora del gran capital.
En estas circunstancias, se impone la necesidad de un análisis que explique adecuadamente lo que está ocurriendo, y ésta es precisamente la meta que se plantean los sociólogos y politólogos Raúl Zibechi y Decio Machado en El Estado realmente existente. Del Estado de bienestar al Estado para el despojo, que acaba de editar La Vorágine a finales de 2022. El libro comienza repasando la evolución del sistema-mundo tras la II Guerra Mundial para centrarse luego en el desmantelamiento del estado de bienestar y la fase neoliberal y culminar con dos capítulos dedicados a la situación en Latinoamérica. El análisis sintético, pero lúcido y bien trabado de estos escenarios y procesos, sirve para caracterizar la realidad y los desafíos de un presente en el que el elemento clave es el papel subsidiario del estado y su incapacidad como instrumento para la emancipación de las clases desposeídas.
Las finanzas toman el control del planeta
Tras la II Guerra Mundial y en un contexto bipolar, se alcanzaron tasas de desarrollo económico nunca vistas, al tiempo que se implementaban en los países occidentales las redes de protección social del estado de bienestar. Sin embargo, durante los años 70 la desaceleración del crecimiento, unida a una caída de la tasa de beneficio del capital y una crisis de inflación, propiciaron la puesta en marcha de la revolución neoliberal. Consistió ésta en un cuestionamiento del rol del estado, acompañado de desregulación de la economía, liberalización del comercio y la industria y privatizaciones a mansalva, mientras se desmantelaba el estado de bienestar.
Esta nueva fase está marcada por la financiarización de la economía y un aumento de las desigualdades de renta, en un proceso que David Harvey denomina “acumulación por desposesión”. La víctima de estos cambios es una clase obrera cuya vida se degrada y que pierde incluso su identidad como tal. En las relaciones internacionales, Banco Mundial y FMI actúan de gendarmes, imponiendo planes de ajuste estructural tan brutales que han sido caracterizados por Eric Toussaint como “un golpe de estado permanente”. El proceso puede sintetizarse como el triunfo de las finanzas sobre unos estados que progresivamente son puestos a su servicio. Son reveladores en este sentido los numerosos conflictos bélicos motivados por intereses económicos.
Paralelamente a este cambio de modelo se produjo la implosión de la Unión Soviética, que para Zibechi y Machado fue resultado de una crisis económica e ideológica y un sistema político irreformable. De esta forma, el mundo pasó a estar dominado por el neoliberalismo, con lo cual frente a los devaluados estados-nación tomó el control un poder corporativo de multinacionales con presupuestos que compiten con los de los estados. Un aspecto decisivo en el momento presente es la irrupción de nuevas tecnologías, por medio de las cuales empresas privadas imponen además su hegemonía cultural y un exhaustivo control social. La respuesta de los oprimidos, de todas formas, no se hizo esperar y a partir de 2001 comienzan las reuniones del Foro Social Mundial que aglutinan movimientos de todo el orbe.
La situación actual, con emergencia de importantes actores internacionales, como es el caso de China, se caracteriza por un desorden multipolar que ha sustituido al periclitado orden bipolar de la Guerra Fría, La incorporación del gigante asiático al escenario global ha estado marcada por el despliegue de un soft power financiero y tecnológico que lo ha llevado a convertirse en un elemento clave del comercio mundial, tal y como se muestra en detalle en el libro. Mientras tanto, a nivel interno las desigualdades de renta son abismales y se implementan novedosas medidas de control social.
El escenario latinoamericano
Un proceso a destacar en Latinoamérica es que la deriva que se acaba de describir ha ido acompañada de una (para) militarización de los estados, en la que convergen los intereses de multinacionales y cárteles de la droga. Brasil, Argentina, México y Colombia ofrecen buenos ejemplos de estas situaciones, en las que se observa en muchos casos cómo grupos que capitalizaron la represión durante regímenes dictatoriales se adaptan a vivir en democracia lucrándose con negocios sucios, pero también encargándose de la violencia más brutal al servicio de los gobiernos.
Un recorrido por la historia de las izquierdas en los países de la región pone de manifiesto que, aunque hubo episodios revolucionarios importantes anteriormente, puede considerarse que sólo a finales del siglo XIX comienza allí la organización del movimiento obrero. El libro repasa el surgimiento de las primeras secciones de la Internacional en el continente y los inicios de la prensa proletaria, apreciándose por igual la presencia de tendencias anarquistas y socialistas, ambas también pujantes en el siglo XX. Esto se muestra ampliamente en los casos de Argentina y Chile, donde dominaron las influencias libertarias y marxistas respectivamente, y en otros países.
Durante la década de 1930, los grupos apoyados desde la URSS ganaron relevancia en el movimiento obrero y desarrollaron en ocasiones políticas de pacto con la burguesía, hasta que el contexto de la Guerra Fría propició una renovación de una agenda más radical. El gran revulsivo llegó en 1959 con el triunfo de la revolución cubana, que dinamizó las luchas, aunque los éxitos fueron pocos. A partir de 1980, los procesos insurgentes se estancan mayoritariamente por toda Latinoamérica.
La obra concluye con un análisis del ciclo progresista que toma el relevo años después y que se caracteriza por la emergencia de movimientos sociales que entre 1989 y 2005 fueron capaces de provocar la caída de una decena de gobiernos autoritarios en la región. Lamentablemente, se constata que estas movilizaciones, que habían desarrollado altas cotas de autoorganización, tras el triunfo electoral entregaron su capital político a unos líderes y partidos que fueron incapaces de “producir rupturas significativas en los modelos políticos y económicos de sus respectivos países”.
De esta manera, tras una trasferencia transitoria de renta hacia los más desfavorecidos, se produjo inevitablemente un retroceso, pues en opinión de los autores: “La práctica demuestra que no se puede avanzar de forma sólida en la lucha contra la desigualdad sin transformar el modelo de acumulación capitalista e intervenir sobre las grandes fortunas acumuladas de forma violenta por parte de las élites locales generación tras generación.”
Todos los fracasos que se reseñan en el libro derivan de creer que el poder político puede corregir las aberraciones de la estructura social, sin considerar que la base real del dominio de ésta se encuentra en la propiedad y en la extracción de plusvalía que caracteriza el sistema capitalista, y que el estado se ha convertido en una pieza dócil al servicio de estos procesos. Con El Estado realmente existente, Zibechi y Machado nos ponen otra vez, con buenos argumentos, ante esta verdad fundamental.