Primera versión en Rebelión el 3 de febrero de 2016
En el comienzo de El antisemitismo y el pogromo de Beirut, incluido en este volumen, Fredy Perlman nos cuenta algo de su propia trayectoria vital. Sabemos así de su nacimiento en 1934 en Brno en una familia judía que huye justo antes de la invasión alemana, de sus años de niño en Bolivia, donde presencia el racismo de alguno de sus otrora perseguidos parientes contra los indios, y de su llegada a los Estados Unidos siendo un adolescente. Fredy Perlman desarrolló una brillante carrera de literato, músico, activista y teórico político, y su nombre está ligado a las múltiples tareas que se llevan a cabo en Detroit desde 1965 alrededor del periódico anarquista Fifth Estate. El persistente atractivo del nacionalismo y otros escritos (Pepitas de calabaza, 2012, trad. de Federico Corriente) engloba tres trabajos suyos que vienen acompañados de una introducción de David Watson para la edición en castellano y un postfacio con la nota necrológica que Fifth Estate le dedicó tras su fallecimiento en 1985 mientras le realizaban una operación de corazón.
El persistente atractivo del nacionalismo (1984) es el primer texto presentado. Riguroso y ameno, enormemente sintético y elaborado con argumentos rápidos y contundentes, divagantes y que no excluyen el humor, nos describe el devenir de los grandes imperios, máquinas de poder y sumisión, a través de la historia. La hora del nacionalismo llega a finales del siglo XVIII cuando dos revoluciones triunfantes a ambos lados del Atlántico dan el poder a una burguesía que se apoya en la patria como principal señuelo. No obstante, en Norteamérica el racismo será un complemento necesario para la expansión hacia el oeste y el despojo y exterminio de los pobladores del continente. El genocidio no es en ningún caso un elemento secundario, pues resulta imprescindible para aportar las acumulaciones primitivas que el capitalismo requiere.
El nacionalismo aparece así como un instrumento para manejar ideológicamente el imperio del capital, aunque sólo la ciencia será capaz de llevar este a la imagen con la que lo vemos hoy. De la conjunción de nación y ciencia surge un ejército ultratecnificado que se convierte en el elemento con mayor poder destructivo de la historia. Lo forman explotados y alienados siempre dispuestos a masacrar a otros igual de explotados y alienados que ellos. En el siglo XX el monstruo tiene rostros nuevos. Nacismo, sionismo y fascismo usan generosamente el mito de la raza para buscar su capital preliminar en el exterior, mientras un sedicente comunismo lo encuentra dentro de sus fronteras creando sociedades policiales en Rusia y China, y lo hace a través de una dictadura que pretende ser nada menos que la del proletariado. Este marco de pensamiento patriótico se impone tan brutalmente que la única perspectiva emancipadora pasa a ser una “liberación nacional” que repite el mismo esquema con todos sus vicios.
Ideas brillantemente expuestas, cuyos detalles a veces podrían matizarse o discutirse, pero que engarzan bien en una visión unitaria y dibujan un panorama tan desolador como realista. Un apunte final; el meollo del asunto es la terrible paradoja de que somos capaces de comprender la dinámica del capitalismo, pero es este el que modela el pensamiento de nuestra máquina deseante, haciendo la liberación casi imposible. Mi impresión personal es que a este respecto la aportación del budismo, entendido como higiene radicalmente racional de la mente, puede ser decisiva para ver lo real tras el espejismo.
El antisemitismo y el pogromo de Beirut (1983) es una reflexión en torno a la maduración personal del autor en Norteamérica, como un superviviente del holocausto atrapado en una sociedad ultratecnológica y deshumanizada que encarna el horror que lo hizo posible y lo repite cada día. Su mayor perplejidad ante la violencia genocida que ve desplegarse ante sus ojos es la facilidad que muestran los descendientes de las víctimas de los nazis para asumir el rol de estos y cometer crímenes inhumanos con otros pueblos. La reproducción de la vida cotidiana (1969) expone los principios básicos de la economía marxista para concluir constatando que la tramoya capitalista se reproduce a sí misma y genera alienación, pero es sólo la disposición de las personas a ser alienadas lo que permite su funcionamiento, porque el capitalismo no es una fuerza de la naturaleza, sino una forma de vida que “elegimos” todos los días.
En su propia vida, Fredy Perlman se esforzó por buscar una coherencia que lo llevó a abandonar su carrera académica y volcarse en el activismo; se trataba con ello de convertirse en un ser humano sin amo y superar la esquizofrenia entre pensamiento y acción. En su obra se aprecia una obsesión por esa extraña cualidad que permite que algunas víctimas de un holocausto se transformen en pacifistas y otras en pogromistas. Su pensamiento insiste en que hay esperanza, porque las personas “nunca se convierten del todo en caparazones vacíos”, y en que la libertad será decisiva si nos las arreglamos para “llegar a la raíz de lo que ocurre y de lo que puede intentarse al respecto”.