Primera versión en Rebelión el 9 de febrero de 2021
Este 8 de febrero se acaba de cumplir un siglo exacto del fallecimiento en Dmítrov, localidad próxima a Moscú, de Piotr Kropotkin. Había regresado a su patria cuatro años antes, con la esperanza de contribuir a la revolución que se vislumbraba en el horizonte, pero la deriva autoritaria que ésta fue tomando amargó el fin de sus días. En este enlace puede leerse el programa de los actos que durante estas semanas van a celebrarse en Asturias para conmemorar la efemérides. Breves aproximaciones a su biografía pueden encontrarse aquí y aquí.
No hay forma mejor de honrar la memoria del príncipe anarquista que recordar su pensamiento, y mi objetivo aquí es hacerlo a través de una de las obras esenciales en las que nos lo legó: El apoyo mutuo, un trabajo de 1902 que constituye su gran contribución científica y tuvo la virtud de dotar de una base teórica al anarquismo. Traducido y reeditado continuamente, objeto de análisis y discusión, y siempre sugestivo y enriquecedor, este libro ha sido considerado muchas veces uno de los más valiosos que se han escrito nunca, y si atendemos a las perspectivas que nos abre con su visión del mundo animal y la historia de la humanidad, sin duda la opinión no es exagerada.
La gestación de un clásico
Kropotkin tiene dieciséis años en 1859, cuando Charles Darwin publica El origen de las especies, y tras una temprana lectura que le entusiasma, nunca va a esconder su admiración por una obra que echa por tierra los relatos míticos de la religión con sólidos argumentos y arroja luz racional sobre la historia de la vida y el origen del hombre. Tras la muerte del inglés en 1882, nuestro ruso le dedica un obituario en su revista Le Révolté, que pone de manifiesto su devoción y respeto.
La idea de la selección natural le parece a Kropotkin perfectamente adecuada como motor de la evolución de los organismos, pero cuando T. H. Huxley, un discípulo de Darwin, publica una serie de artículos presentando los procesos naturales como una “jungla” dominada por la lucha de todos contra todos, en la que sólo impera una brutal inmoralidad, siente que esa visión está profundamente errada y va de frente contra su proyecto de dotar al anarquismo de una base ética fundamentada en la propia evolución biológica. Por todo ello, decide contraatacar. Sus experiencias en Siberia y otros lugares, y sus lecturas sobre zoología, le mostraban que el apoyo mutuo es un factor esencial en el progreso de la vida, y hay que decir además que en 1883, durante su encarcelamiento en Francia, había leído a Karl Kessler, un zoólogo ruso que defendía y argumentaba esto mismo. Los artículos en los que Kropotkin responde a Huxley aparecieron entre 1890 y 1896 en la revista inglesa The Nineteenth Century, y en 1902 fueron reunidos en un volumen titulado: Mutual Aid. A Factor of Evolution.
La solidaridad entre los animales
El libro lleva una introducción, destinada sobre todo a explicar el plan y la historia de la obra y a recordar a los precursores de las ideas que expone. Se clarifica además un concepto que va a ser esencial: la “lucha por la existencia”, que según el mismo Darwin debe entenderse en un sentido amplio, incluyendo no sólo la lucha de los individuos de una especie entre ellos para sobrevivir, sino también la de todo el grupo contra los obstáculos naturales o las otras especies, la cual no excluye, como se verá, la colaboración como instrumento eficaz para la supervivencia.
Los dos primeros capítulos están dedicados al reino animal, en el que el autor observa que: “A pesar de que entre diferentes especies, y en particular entre diferentes clases de animales, en proporciones sumamente vastas, se sostienen la lucha y el exterminio, se observa al mismo tiempo, en las mismas proporciones, o tal vez mayores, el apoyo mutuo, la ayuda mutua y la protección mutua entre los animales pertenecientes a la misma especie, o por lo menos, a la misma sociedad. La sociabilidad es una ley de la naturaleza tanto como lo es la lucha.” No hay que olvidar además, a la hora de aquilatar la magnitud de “la lucha y el exterminio”, que hay gran cantidad de herbívoros, cuya violencia sobre otros animales es mucho menor.
Kropotkin recuerda sus observaciones en Siberia, donde frente a una naturaleza extremadamente hostil, muchos seres sobreviven gracias a estrategias de colaboración que han desarrollado, pero los ejemplos se multiplican en diferentes regiones. Entre los invertebrados no sólo las archiconocidas hormigas, abejas y termitas aportan modelos soberbios de vida social armoniosa, sino que también escarabajos (Necrophorus) o cangrejos (Limulus), demuestran ser capaces de dedicar mucho tiempo a ayudar a congéneres en apuros. Una infinidad de situaciones pone de manifiesto cómo, a la hora de intentar sobrevivir, “la unión hace la fuerza”.
Entre las aves, se destacan las rapaces que se congregan para la caza y luego comparten amigablemente la presa cobrada, o los pelícanos que pescan en bandadas, pero los comportamientos sociales son muy comunes, y se citan numerosos casos en que una bien organizada defensa en grupo pone en fuga a enemigos poderosos, sin olvidar los hermosos ejemplos de solidaridad y trabajo en equipo que se dan durante las migraciones. Entre los mamíferos no es menor la intensidad de la vida social, como se describe en detalle; colaboración para la caza, pero también para afrontar peligros naturales.
Se analizan las causas por las que la superpoblación no es demasiado común en la naturaleza: variación de las condiciones ambientales, enfermedades, presión de los depredadores, etc., con lo que la competencia a muerte por el alimento, dentro de una misma especie, es relativamente rara, en contra de lo defendido por algunos darwinistas.
A fin de cuentas, lo que mejor garantiza la supervivencia de un grupo biológico y el gran factor de la evolución resulta ser, no la competencia entre sus miembros, sino la búsqueda de alternativas a ésta por medio de la colaboración, la solidaridad y el apoyo mutuo, y esto se observa a través de todas las ramificaciones del reino animal.
La solidaridad en las culturas humanas primitivas
La etnografía aporta valiosos datos para saber cómo era la existencia de nuestros antepasados, y permite concluir que la forma social dominante en los orígenes de la especie humana no era la familia, sino una agrupación más amplia, la tribu, lo que concuerda con lo que afirman por su parte los prehistoriadores. El libro repasa las costumbres de bosquimanos, hotentotes, aborígenes australianos, papúes (“la tierra es de dominio común, pero sus frutos pertenecen al que los ha cultivado”), fueguinos y esquimales, que muestran la sociabilidad de todos ellos y su afán por ayudarse mutuamente dentro de los grupos tribales en que están organizados.
El comunismo es frecuente en todos estos pueblos, y el que acumula algo suele hallar placer en repartirlo. Por otra parte, la existencia de infanticidio, parricidio y antropofagia, que se han descrito también, suelen ser recursos extremos ante una grave escasez de alimentos. La conclusión global es que en esta fase de la humanidad, el individuo se identifica con su tribu, y sólo en ella encuentra sentido a su vida. Este “uno para todos” comienza a resquebrajarse cuando la familia se impone como unidad básica, en un tiempo que estará caracterizado ya por la propiedad privada y la riqueza personal.
La solidaridad en las edades Antigua y Media
Los estratos más antiguos de la historia están marcados por el nacimiento de ciudades, el surgir de imperios y las guerras en que éstos se disputan la supremacía, pero Kropotkin destaca la pervivencia, a través de estas edades, de una unidad social que preserva el espíritu de la tribu y desafía los nuevos esquemas. Es la “comuna aldeana”, que puede reconocerse hasta épocas recientes en amplias regiones de todos los continentes, y puede definirse como “una asociación de familias que se consideran originarias de una raíz común y poseen en común una cierta tierra”. Esta entidad librará una dura lucha con los estados que van a ir surgiendo, y en muchos casos sucumbirá, pero sorprende la cantidad de ejemplos que muestran su vigor, heredero del espíritu de la vieja tribu.
Kropotkin sintetiza los estudios según los cuales la potestad militar, concedida para la defensa de la comunidad, acaba engendrando sumisión a una autoridad y pone las bases de la estructura feudal. Sin embargo, establecida ésta, asistimos enseguida en el caso de Europa a rebeliones que crean “ciudades libres” por toda su geografía, y al florecimiento por doquier de guildas y hermandades, en las que pervive el espíritu comunitario. De esta forma, la Edad Media está marcada por las luchas de las urbes y sus gremios contra los señores que tratan de imponerse sobre ellas. Sólo a finales del siglo XV los estados se consolidan como centros de poder absoluto y, con el soporte ideológico de la religión, echan por tierra los logros comunitarios de las ciudades.
La solidaridad en la Edad Moderna
La estructura vertical e individualista impuesta en Europa con el auge de los estados nacionales no consigue sin embargo destruir las comunas aldeanas, y Kropotkin describe abundantes ejemplos de las que perviven en Gran Bretaña, Suiza, Francia o Alemania, así como de otras de nueva creación en el Imperio ruso. Al desaparecer las trabas que limitaban su funcionamiento, se observa además que estas formas de propiedad comunitaria entran en fase de expansión por doquier.
Por su parte, la nueva clase social, el proletariado, ve con claridad que sólo podrá encauzar la lucha contra sus explotadores a través de la ayuda y el apoyo mutuos. Surgen así sindicatos en todos los países, dotados de una asombrosa capacidad para resistir la dura represión de que son objeto. Paralelamente a esto, en todas las esferas de la vida nacen y se desarrollan asociaciones cooperativas que muestran una capacidad óptima para alcanzar sus objetivos. En la sociedad capitalista, el ser humano no deja de buscar, como siempre hizo, la solidaridad del otro para hacer progresar su libertad.
Tras unas páginas de conclusiones, la obra viene enriquecida con diecinueve apéndices que aportan nuevos datos y reflexiones sobre los asuntos tratados a lo largo de toda ella.
La solidaridad como argumento científico
El anarquismo, que había nacido como proyecto emancipador para una sociedad fraternal y libremente federada, era frecuentemente denostado en la época en que se publica El apoyo mutuo. Un factor de la evolución como algo utópico, completamente ajeno a la realidad, obtuso y risible. Sin embargo, después de la plétora de información presentada en esta obra, cualquiera puede deducir cómo el denigrado proyecto enraíza en los datos más sólidos de la biología y la historia. La moral anarquista y el empeño de construir otro mundo sin explotación aparecen a partir de ese momento como lo más razonable que puede imaginarse.
Hay que decir que tras publicar El apoyo mutuo, Kropotkin sigue trabajando en los problemas analizados en el libro. En una serie de artículos que ven la luz en la década de 1910, va a ensayar una síntesis imposible entre darwinismo y lamarckismo, para perfilar una vía evolutiva que no requiera condiciones de superpoblación. Años después, en su monumental Ética, profundizará en la fundamentación de la moral humana como un legado de la biología, expresado en conceptos como filantropía y solidaridad, labor que la muerte vino a interrumpir hace justo cien años.
En el siglo XX, las ideas de El apoyo mutuo siguen desarrollándose, y cristalizan en los avances más revolucionarios de la biología evolucionista. En esta línea, la “endosimbiosis seriada” de Lynn Margulis permite explicar el origen del elemento esencial de la vida, la célula eucariota, por medio de un “reagrupamiento” de bacterias que vivían previamente dispersas. Puede decirse, según esto, que en este hito decisivo de su historia, la vida evoluciona por asociación y colaboración, y no por destrucción. La teoría de la simbiogénesis, defendida por esta misma autora, postula que los organismos son capaces de originar nuevas especies compartiendo y recombinando su ADN, lo cual ha podido ser demostrado ya en algunos casos concretos.
Análisis del pasado para construir el futuro
Tras la lectura de El apoyo mutuo, una de las impresiones más fuertes que nos quedan es la de la absoluta actualidad de todo lo que se nos ha descrito. En esta era de dominio neoliberal, los ideólogos del pensamiento único se afanan cada día por convencernos de que los males del mundo son inevitables al estar en el propio ADN de la vida. Según ellos, desigualdad, injusticia, guerra, ruina y expolio son a modo de “condiciones naturales de la existencia” y poca cosa podemos hacer por mitigarlos. “Las mariposas hacen lo mismo”, vienen a decir, y se impone una sufrida conformidad ante el desastre cotidiano.
Contra esta insidiosa falsedad tan repetida, que impregna la mentalidad dominante en nuestros días, la exuberante acumulación de datos que Kropotkin nos suministra en El apoyo mutuo tiene el poder de deleitarnos con la hermosa variedad de “Eros” en todos los escenarios de la vida y de la historia humana. “Thánatos” nunca deja de acechar, pero somos nosotros los llamados, en este preciso instante, a afrontar un futuro que está por escribir.