Primera versión en Rebelión el 27 de junio de 2013
“Corría la primavera del año 1921, había guerra en Marruecos y mucha angustia entre las madres que tenían hijos soldados.” Con esta frase, Miquel Adillon Baucells (1921-2007) echa a andar el relato recién publicado por la editorial Base de Barcelona en el que nos desgrana los dieciocho primeros años de su vida. El libro había aparecido ya en 2001 en una edición del autor que fue reimpresa en 2007. Sincera y desenfadada, con riqueza de detalles y tono de novela picaresca, la obra nos acerca a sus avatares como hospiciano y joven obrero, y a su recorrido por los frentes y retaguardias de nuestra guerra civil.
Natural de Vic, Miquel conoce de niño la desdicha de las disputas domésticas y aunque recala pronto en casa de su abuela materna, donde lleva una existencia moderadamente feliz, con siete años es ingresado en un orfanato. La descripción que hace de su etapa de hospiciano es el documento impactante de una vida entre misas, mala comida y crueldades monjiles, aunque las condiciones mejoran con la llegada de la república, cuando Miquel tiene nueve años. En 1934 deja el orfanato para ir a vivir con sus parientes de Vilafranca del Penedès y se convierte en chico para todo en la fonda que regentaba su familia. Ese mismo año nos narra cómo afectó a la ciudad la huelga de octubre. Tras abandonar la fonda por una pequeña desavenencia que su orgullo amplifica desmesuradamente, regresa a Vic, donde trabaja en una carnicería y después como aprendiz de curtidor.
Llega entonces el triunfo del frente popular. “Se celebraron las elecciones del 16 de febrero de 1936, donde vencieron las izquierdas en casi toda Cataluña, menos en Vic, que seguía siendo un baluarte de derechas. Todas las monjas de la ciudad, más de seiscientas, acudieron a las urnas, incluso las de clausura rigurosa, que no salían de sus conventos ni para asistir a los entierros de sus familiares.” En julio, los resultados de la sublevación fascista llegan lentamente a Vic y Miquel nos da noticia de lo que ocurre en la ciudad sin control, crónica de ejecuciones y asesinatos y también de experiencias de autogestión obrera, como la que le afecta como curtidor. En seguida Miquel, que cumplirá quince años en breve, arde en deseos de ir al frente. Por esos días, comienza a militar en el POUM.
Sus intentos de lograr un puesto como voluntario fracasan hasta que escapa de casa y en el cuartel del POUM en Lleida, mintiendo sobre su edad, consigue convertirse en un “flamante soldado de quince años”. Los hechos de mayo están ya muy próximos y el POUM a punto de ser proscrito, lo que justifica el título que Miquel Adillon decidió dar a sus memorias. Con otros compañeros, parte en tren para el frente y llegan a Siétamo (Huesca), cuartel general del partido en la zona, donde se instalan. Tras unos días de instrucción con el brigada Padilla, murciano y socarrón, son enviados a Barcelona para intervenir en los hechos de mayo, pero no pasan de Balaguer.
El 5 de mayo es destinado a la línea de combate en las cercanías de Monflorite, incorporado a la 128 brigada. Se intercala aquí la historia impactante de un superviviente de la catedral de Sigüenza. Miquel nos narra su experiencia en el frente. En posiciones próximas a las suyas se encontraban los voluntarios ingleses del ILP y entre ellos George Orwell, al que ya conocía de un congreso en Barcelona en marzo del 37. Los días transcurren tranquilos y la proximidad del enemigo da lugar a anécdotas interesantes. Un francotirador fascista capturado es devuelto con los suyos sin hacerle ningún daño, pero desnudo, rapado al cero y con las siglas del POUM marcadas en la cabeza. La noche siguiente el francotirador se pasa a las filas republicanas.
El POUM es colocado en primera línea para el asalto a Huesca, pero por su juventud a Miquel no le dejan participar en la ofensiva. Una de esas mañanas es espectador de la muerte del general Lukács (el húngaro Máté Zalka) por la explosión de un obús mientras inspeccionaba las operaciones. Las fuerzas del POUM quedan muy reducidas y a los pocos días son relevados y enviados a posiciones en el Pirineo, unas auténticas vacaciones con buena comida y hermosa naturaleza, pero allí mismo son detenidos y desarmados. Es la tragedia del POUM: “Uno a uno, nos fueron introduciendo en una casa: allí unos oficiales nos tomaron datos y filiación y nos exigieron la entrega de los carnets del partido, que rompieron y tiraron en un cajón.”
A los soldados se les permite incorporarse a otras unidades y Miquel va a la 26 división, la antigua columna Durruti, volviendo al frente en breve, esta vez en Farlete (Zaragoza). Es entonces cuando en un ataque fascista es capturado. Presencia fusilamientos y todo tipo de brutalidades, pero logra salvar la vida y va prisionero a Zaragoza. En el mes de noviembre es agregado a un batallón de trabajadores, formado principalmente por vascos, con el que peregrina por Aragón y Castilla realizando diversas labores. A finales de año se entera de que en Vic lo dan por muerto, pero ve su futuro tan incierto que decide no desmentirlo.
Al fin consigue ser destinado a intendencia, con lo que su vida mejora notablemente, sin que deje de describirnos los chanchullos de los que es testigo. Termina así 1938, en cuyos últimos meses participa en la gran ofensiva contra Cataluña. El final de la guerra lo encuentra en Calatayud y poco después está en Cuenca, donde sigue en labores de intendencia. Nos relata también unos desgraciados intentos como boxeador que tiene por entonces durante una estancia en Madrid. En breve, el batallón de prisioneros deja las misiones de intendencia y Miquel, gracias a sus relaciones con los mandos, ocupa el puesto de cartero, con funciones agregadas de lector de las cartas y censor que se toma con un humor benigno.
De Cuenca, el batallón viaja a Canfranc, no sin que el camino esté lleno de hurtos, miedos y peripecias diversas. En Canfranc, trabajan en construcciones, pero Miquel sigue colocado de cartero y cocinero hasta que la marcha del alférez que lo protegía le arrebata todos los privilegios. Corre el mes de septiembre de 1939 y Francia ya ha declarado la guerra a Alemania, con lo que los desertores que pasan la frontera son bien recibidos. Miquel plantea una fuga que al fin se ve frustrada. Así entra 1940, en un invierno en el que en el Pirineo se registraron temperaturas de 24º bajo cero. Compañeros que tratan de escapar a Francia sin conseguirlo son fusilados.
Poco después, con la invasión de Francia, ésta deja de ser un peligro para Franco y se rebaja la vigilancia en el Pirineo. Los prisioneros de guerra son liberados: “Oscurecía la tarde del 13 de junio de 1940 cuando entré alegre y jubiloso en la calle Sant Pere de Vic. En los mismos días los alemanes entraban en París. Había salida con quince años y volvía casi con diecinueve. Al entrar en la calle y encontrarme con algunos conocidos, en sus rostros y principalmente en las caras de las muchachas convertidas ya en mujeres, pude medir el tiempo transcurrido. Al abrazar a la abuela, a la hermana y a los tíos les pedí perdón por todos los sobresaltos que les había causado con mi aventura guerrera. Ninguna de mis ropas me sentaba bien y tuve que vestirme can otras prestadas por mis tíos. (…) Atrás, en el recuerdo, quedaban todos los horrores de la guerra y la historia del ultimo voluntario del POUM.”
El último soldado del POUM nos acerca con su narración amena y colorista a los escenarios que Miquel Adillon conoció en una de las épocas más convulsas de nuestra piel de toro. Su vida de hospiciano o aprendiz de oficios diversos por aquella Cataluña de huelgas y sacristías nos trae instantáneas privilegiadas de una sociedad en crisis a punto de saltar por los aires. Por otro lado, su recorrido por el frente de Aragón en 1937 aporta información sobre hechos cruciales como la ofensiva sobre Huesca o el desarme del POUM y no es menor el interés de sus experiencias como prisionero de los sublevados o trabajador forzado en la retaguardia del bando franquista. Escrito al final de su vida, tras muchas décadas de acariciar la idea, el libro cumple un viejo deseo de su autor y con el ritmo trepidante de una novela picaresca construye un testimonio insustituible para el conocimiento histórico de la guerra civil.