Primera versión en Rebelión el 17 de junio de 2015
El antropólogo norteamericano James C. Scott, nacido en 1936, ha investigado sobre todo pueblos del sudeste de Asia que se esfuerzan en mantener su independencia en la era de la globalización y las estrategias que algunos grupos sociales desarrollan para resistir la dominación. En el prefacio de Elogio del anarquismo (Crítica, 2013, trad. de Rosa María Salleras Puig) nos desvela el itinerario ideológico que lo llevó a asumir los postulados de esta doctrina. Las revoluciones campesinas de los años 50 y 60 en África y Asia, que él contemplaba con esperanzada admiración, naufragaron en estados opresores, del mismo modo que lo habían hecho las revoluciones francesa o rusa. Así, poco a poco, fue dándose cuenta de que lo que quedaba por ensayar para atajar esta fatalidad histórica era promover una libre organización de las gentes, aboliendo la estructura represiva del estado. El libro es un intento de sintetizar su visión sobre esto, pero buscando más la espontaneidad y la acumulación de intuiciones que la solidez de un gran edificio argumental.
Se comienza insistiendo en la trascendencia de mirar con espíritu crítico las “normas” que continuamente tratan de imponernos, para comprobar si seguirlas ciegamente es siempre razonable. ¿Puede ser lógico cruzar una calle con el semáforo en rojo en algún caso, o considerar a un desertor como un héroe? Son estas preguntas importantes, pues la insubordinación individual se ha demostrado históricamente decisiva; ayuda a entender por ejemplo, como nos muestra en detalle, la derrota de la Confederación en la guerra de Secesión americana. La desobediencia es una opción más fácil que la oposición violenta, sin duda, y también es más frecuente, aunque muchas veces pase desapercibida. Lo que resulta sorprendente es que en los regímenes denominados “democráticos”, estas explosiones de insubordinación sean comunes, revelando la impotencia del sistema para solucionar los problemas reales de la gente. Se cita un ejemplo interesante, las reformas políticas más notables de la historia reciente de los EEUU: El New Deal de los años 30 y los derechos civiles de los 60 fueron en realidad motivados por intensas campañas de disturbios y agitación, y no por la mecánica anquilosada de la “democracia de partidos”.
Scott recuerda luego los fiascos que se han cosechado en agricultura o silvicultura cuando, con la intención de estandarizar e incrementar la producción, se imponen cultivos a escala masiva que favorecen la propagación de plagas o el agotamiento de los nutrientes del suelo. Un órgano o una máquina capaces de realizar una función difícil presentarán muchas veces una complejidad estructural que no debemos confundir con el desorden, y lo mismo puede decirse de un cultivo. En África y Centroamérica es fácil encontrar ejemplos de huertos tradicionales de apariencia caótica y que ha podido demostrarse que optimizan factores esenciales: resistencia a la erosión y los parásitos, aprovechamiento de los nutrientes, intensidad de insolación, etc. Yace aquí una poderosa sabiduría ancestral que hoy día está en proceso de extinción. Las grandes ciudades planificadas a comienzos del siglo XX, con abuso de líneas rectas, exagerada separación de funciones, y perspectivas y barrios monótonos, son otro ejemplo de fracaso de una urbanización demasiado simplista, como mostró certeramente Jane Jacobs. El capítulo concluye con la identificación de los responsables de este proceso uniformizador, que no son otros que el estado-nación y los modernos organismos internacionales al servicio del capitalismo.
La educación es un elemento esencial del entramado social. Las experiencias descritas por Colin Ward en Anarquía en acción muestran cómo niños o adultos desarrollan de forma intuitiva estrategias de colaboración que resultan al mismo tiempo productivas y satisfactorias. Como cualquier actividad o institución transforma a las personas, sería posible definir un índice que midiera si esta trasformación es positiva, en el sentido de que es valorada como tal por quien la sufre o amplía “su capacidad y competencia humanas”. La aplicación de este índice nos llevaría a descubrir que métodos industriales como la cadena de montaje, a pesar de su rentabilidad económica, son desastrosos en términos humanos. La escuela tradicional, creadora de ciudadanos obedientes y centrada obsesivamente en la inteligencia analítica, mostraría también enormes deficiencias por lo que respecta a este índice. Los entornos autoritarios en los que estamos acostumbrados a vivir hoy en día condicionan nuestra personalidad haciendo imposible el pensamiento independiente; el experimento de Milgram es un ejemplo magnífico de esto. La educación es un elemento clave para la regeneración de la sociedad y todo indica que puede transformarse para que sirva al libre desarrollo del potencial humano.
Scott rompe una lanza luego por la pequeña burguesía, una clase social a menudo despreciada y difamada. Comerciantes, artesanos y campesinos minifundistas disfrutan de un grado de libertad y autonomía mayor que los asalariados, lo que hace que su situación sea envidiada muchas veces. En cuanto a su potencial revolucionario, este fue puesto en entredicho clásicamente, pero como recuerda E. P. Thompson, los pequeños artesanos y campesinos pobres han nutrido las huestes revolucionarias en muchos lugares a lo largo de la historia. Se pasa a analizar después la “epidemia cuantificadora” que invade ámbitos intelectuales cuya complejidad exigiría tratamientos más matizados. Son los planes de estudios que acaban convirtiendo la educación en “el arte de superar exámenes” o las evaluaciones de los científicos por el recuento de las citas de sus publicaciones. El debate y la crítica racional son sustituidas en estos casos por un cálculo pseudocientífico. Con el pretexto de introducir objetividad, asistimos en realidad a una simplificación plagada de elementos subjetivos.
El papel de la espontaneidad y la iniciativa individual en la Historia lleva a Scott a algunas reflexiones interesantes. Cuando se trata de movilizar la solidaridad entre seres humanos, el modo más eficaz es a través de la presencia física y no mediante el recurso a los principios; varios ejemplos muestran cómo quien comienza por negar su ayuda puede cambiar de opinión ante la visión real de la situación que le había sido simplemente descrita. Se pone de manifiesto luego cómo el relato de la Historia está muchas veces contaminado por intentos de explicar los sucesos como “antecedentes de lo que ocurrió después”; esto hace que se pierda la perspectiva real de los protagonistas, que nada sabían de lo que iba a pasar. Un buen ejemplo de esto es la Revolución rusa, en la que un cúmulo de circunstancias variadas dieron el poder a los bolcheviques, y estos sin embargo construyeron inmediatamente un relato que presentaba su éxito como el despliegue inevitable de una “necesidad histórica”.
Defensa de un espíritu rebelde, pero atento a aprender de lo mejor de las tradiciones; énfasis en el papel decisivo de una educación abierta y creativa; crítica de los subjetivismos y apriorismos que se disfrazan de ciencia. James C. Scott nos propone en este libro una suma de reflexiones que tuvieron la virtud de llevarlo a él mismo, en un largo periplo, a acabar viendo el anarquismo como el modelo de organización social que ofrece una alternativa viable a los desastres que la historia nos muestra por doquier. En un mundo en el que poderes económicos, políticos e ideológicos envenenan continuamente el pensamiento a través la manipulación de la educación y la información, creer en la libre iniciativa del ser humano para razonar y afrontar sus retos y para organizarse en ámbitos horizontales de debate y gestión compartida es sin duda un modelo atractivo sobre el que merece la pena reflexionar. Elogio del anarquismo está lleno de argumentos bien matizados en este sentido.