Primera versión en Rebelión el 1 de noviembre de 2022
Georges Brassens nos conmovió con sus canciones, que sonaron muchas veces como un himno de rebeldía en los años en que los baby boomers descubríamos el mundo. Él conquistó a los auditorios con un mensaje que conjugaba lirismo, humor y crítica de todos los poderes. El escritor René Fallet, tras escucharle cantar en directo en 1953, definió entusiasmado en Le Canard enchaîné: “Una voz que era una bandera negra, un vestido secándose al sol y un puñetazo en una gorra militar; una voz que hablaba de fresas y de peleas… y de la caza de mariposas.” Pero, aparte de sus baladas, Brassens también vertió su rebeldía años antes en la prensa ácrata, en artículos que no habían aparecido aún en castellano. Pepitas y la Fundación Anselmo Lorenzo acaban de espigar algunos de ellos en un volumen con traducción y prólogo de Diego Luis Sanromán.
Nacido en 1921 en Sète, en el Mediterráneo francés, en una familia de clase media, Georges Brassens fue un joven inquieto e inadaptado al que tocó vivir los horrores de la guerra con Alemania. Concluida ésta, su poco amor por los faustos militares y eclesiásticos lo acercó a los círculos anarquistas, mientras nutría su pasión por poesía y música, artes en las que iba a encontrar la forma de expresar y compartir su visión del mundo.
En los años 50, Brassens se abre camino en los escenarios y graba sus primeros álbumes con éxito extraordinario. Durante los 60 y 70, compone y da conciertos en giras que lo convierten en un icono de trovador rebelde, al tiempo que su obra es traducida e interpretada en otros idiomas. En castellano se han hecho clásicas las versiones de Paco Ibáñez, Chicho Sánchez Ferlosio o Nacha Guevara, entre muchos otros. Georges Brassens falleció de un cáncer de intestino en 1981, y una de sus últimas alegrías fue ver abolida en Francia la pena de muerte contra la que tanto había batallado.
Diego Luis Sanromán repasa en su prólogo para Escritos libertarios los años juveniles del autor de La mauvaise réputation y se detiene sobre todo en su colaboración en medios como Le Libertaire, en el que además fungió de corrector, o Le Combat Syndicaliste. Georges Brassens era por entonces simplemente Jo y firmaba con seudónimos, como era normal en la prensa libertaria. La selección que se ha realizado incluye dieciocho artículos publicados en 1946 y 1947, y viene con notas al pie que ilustran sobre personas y aspectos mal conocidos.
En estas páginas reina ya el espíritu de las canciones que cautivaron al mundo, pero en una fase más juvenil y radical y menos propensa a ensoñaciones. Su prosa, de frases rápidas, irónica y mordiente, se nos antoja una ametralladora que acribilla las muchas cosas que ve torcidas a su alrededor. Fustiga por ejemplo la hipocresía e incoherencias de la iglesia establecida. Una fotografía en un diario católico de “un buen padre iniciando a su retoño en el manejo de las armas de fuego” sirve de detonante para denunciar las crueldades de cazadores y pescadores, criminales bendecidos desde los altares. Arremete también en otro texto contra los mercachifles de una religión en la que ve sólo superstición y negocio.
No obstante, el objetivo favorito de las diatribas de Jo no podía ser otro que el gendarme, rostro próximo y brutal de la represión del sistema capitalista. Sobre él se acumulan todos los improperios y se llega a celebrar su desaparición, por cualquier motivo que siempre va a resultar jocoso, de la faz de la tierra. No hay lugar para ninguna piedad en una guerra a muerte que reproduce los clichés del anarquismo más vitriólico.
Compitiendo con los polizontes como blanco de iras aparecen pronto los estalinistas. Se reprueba la trayectoria posterior de algunos y se desacreditan sus reproches a los libertarios por compartir contra ellos argumentos con la derecha. También se comenta con estupor que en la Rumanía ya en la órbita soviética los policías “ejercen de críticos literarios” y han impedido la representación de una obra de Jean Giraudoux. Repatea especialmente a Jo de estas gentes su sumisión a Stalin. En un precioso artículo en el que se celebra con lirismo la llegada del otoño al tiempo que se lamentan los fastidios que va a traer, se cuenta entre éstos cómo: “Éluard, Aragon y consortes pedirán al buen papá Stalin autorización para cantar la caída de las hojas… Stalin, tan generoso, se la concederá y nosotros tendremos que aguantar las horribles consecuencias.”
Hay también lugar en estos textos para el pacifismo radical, para arengar contra la pena de muerte o reprobar la traición de los sindicatos, concretamente la CGT francesa, que pasó según el autor de Le gorille de defender a los trabajadores a conchabarse con la clase dirigente. Algún artículo se concentra en ofrecer alternativas de acción contra un sistema criminal y corrupto. Así, “¿A qué esperan las masas para sublevarse?” lanza un llamamiento a una insurrección que acabe con la farsa parlamentaria. Sin embargo, un reportaje con la misma fecha da noticia de la sangrienta represión en Roma de una algarada revolucionaria.
Escritos libertarios nos permite acercarnos a Georges Brassens cuando era un ácrata veinteañero que pergeñaba escritos incendiarios, pletórico de ironía y mala leche. El tiempo le va a mostrar lo difícil que es derribar un sistema sólidamente anclado en las cabezas de sus compatriotas, y él sabrá modular sus sarcasmos, vestirlos de lirismo y expresarlos a través de melodías inolvidables, compuestas a la medida de su recia voz. Así encontró su camino y nos ayudó a encontrar el nuestro: “La musique que marche au pas,/ Cela ne me regarde pas.”