Primera versión en Rebelión el 29 de mayo de 2012
Entre todos los hombres y mujeres nacidos en tierras extrañas que participaron en la lucha contra el fascismo entablado en 1936 en España, Mika Etchebéhère (1902-1992) ocupa un papel bastante singular. Se trata del caso único de una intelectual con formación universitaria que toma parte con mando en tropa en combates de los más violentos que allí se dieron, que es herida en varias ocasiones, y que no sólo llega a alcanzar el grado de capitán sino que es siempre alabada por sus superiores por sus cualidades militares. Conocer los detalles de su biografía, sin embargo, ayuda a entender cómo y por qué esta argentina de origen ruso llegó a escoger este destino tan poco común en mujeres sensibles y atractivas como ella. La historia es fascinante y dos libros recientes resultan imprescindibles para comprenderla. Ambos con sus perspectivas complementarias nos acercan a un personaje esencial de nuestra guerra civil que no ha recibido hasta el momento el interés que merece.
Dedicaré este artículo al primero de estos libros por su fecha, que son las memorias que la propia Mika publicó en 1976 en Francia y que han sido editadas en castellano con el título de Mi guerra de España, testimonio de una miliciana al mando de una columna del POUM (Alikornio, 2003, versión castellana de la propia autora), acompañadas por una nota biográfica de los editores. El libro arranca con la llegada de Mika a Madrid el 12 de julio de 1936 para reunirse con su marido, Hipólito Etchebéhère. Tras estancias en Berlín y París, la pareja ha decidido establecerse en España buscando mejor clima para los pulmones enfermos de Hipólito y con la intención además de reunir datos para un libro que piensan escribir sobre la lucha de los mineros asturianos en el 34. Es en España donde van a darse de bruces con la revolución que tan brutalmente les esquivó en Alemania unos años antes. Con la sublevación militar, se integran en una columna del POUM (partido al que eran más afines ideológicamente) y parten en tren hacia el frente aragonés, aunque sólo llegan hasta Guadalajara, ciudad en la que se instalan. Las innatas dotes de organizador de Hipólito y su sólida formación lo colocan desde el principio en la máxima responsabilidad de la columna, mientras Mika se encarga de las cuestiones logísticas. En Guadalajara, Hipólito trabaja además por unificar las milicias para las operaciones militares que se preparan y consigue formar un tribunal revolucionario para acabar con los “paseos”.
Poco después, en Atienza y en Sigüenza se produce el bautismo de fuego de la columna del POUM. Hipólito es un idealista intrépido, dispuesto siempre a ofrecer el primero su pecho en el combate con la idea de que sólo así conseguirá arrastrar a sus hombres. Esto hace que Mika acongojada reflexione sobre su muerte que cree inevitable. La triste profecía se cumple y en un asalto a Atienza, Hipólito es destrozado por un obús sin que sea posible siquiera recuperar su cuerpo. Mika es la más preparada de la columna y sin dudas ni discusión toma el puesto de su marido, participando en combates en los alrededores de Sigüenza. La ciudad estaba en poder de fuerzas leales, integradas por milicias anarquistas, comunistas y socialistas, y aunque el 29 de setiembre es atacada salvajemente, resiste varios días hasta que un intenso bombardeo aéreo obliga a los defensores a buscar refugio en la catedral. Entre los héroes de esta defensa destaca un estibador francés apodado “El marsellés”, que comandaba una columna de la CNT. Junto a él y otros refugiados, Mika escapa el 12 de octubre de la catedral, aunque solo unos pocos del grupo, entre ellos Mika, consiguen burlar el cerco y llegar a la zona controlada por fuerzas republicanas.
Mika se repone de su herida en una mano en una breve estancia en París, en la que explica a todo el que quiere oírla la lucha heroica y desesperada del pueblo español. No obstante, a primeros de noviembre la tenemos de vuelta en un Madrid asediado en el que las noticias que llegan de los distintos frentes son desesperanzadoras. Allí comparte con sus compañeros del POUM el entusiasmo por las armas rusas que empiezan a verse, aunque todos temen que con ellas lleguen también los chequistas y los métodos de Stalin. Las milicias del POUM, divididas en dos compañías, están acuarteladas en un convento abandonado próximo al Hospital clínico. Al mando está Antonio Guerrero, pastor extremeño reconvertido al duro oficio de la guerra. Son ciento quince hombres y no todos tienen fusil. Nada más llegar Mika, son enviados a posiciones en el frente de Moncloa, zona dura. Mika se encarga de la logística y la conexión con el puesto de mando. La lucha es feroz, pero los milicianos derrochan valor y dinamita, y los fascistas no consiguen acercarse. De noche, todos escuchan a Antonio Durán, otro extremeño, cantar coplas de su invención sobre la guerra, acompañándose a la guitarra.
El 25 de noviembre el enemigo ataca con insistencia el sector tratando de abrir una brecha en el frente. Antonio Guerrero es herido de muerte y Mika toma el mando. Poco después, Mika es enterrada viva por la explosión de un obús, pero sobrevive: “A fuerza de explorar la trinchera alguien descubrió la punta de un tacón de mis botas asomando de la masa de tierra que se había desmoronado sobre mí.” Tras días terribles con dieciséis bajas mortales e infinidad de heridos, piden el relevo.
Con la militarización de las fuerzas, a Mika se le adjudican tres estrellas de capitán. Por estos días, algunos miembros de las JSU integrados en su columna deciden abandonarla. Les mandan hacerlo unos responsables políticos entre los que la influencia estalinista crece, y argumentan que el POUM no es una organización revolucionaria. Comienza apenas una persecución que tan tristes consecuencias tendrá para el destino de la revolución y la guerra. En los días de descanso, Mika recorre las calles de un Madrid en ruinas martirizado por las bombas fascistas. El libro aporta datos estremecedores sobre la vida en la ciudad mártir.
A los pocos días, ciento veinticinco hombres parten para el pinar de Húmera, en el frente de Pozuelo, donde se desarrollan sangrientos combates. Ocupan posiciones en la finca de una marquesa próxima a una avanzada del enemigo, un sector clave. Aquí la proximidad de las tropas de ambos bandos da lugar a algunas anécdotas curiosas: intercambios de insultos, diversos cambalaches utilizando un perro como transporte e incluso una velada de “formación e información política”, que consigue que dos soldados deserten de las líneas fascistas. Siguen jornadas de combates con el frente estabilizado, en una de las cuales el general Kléber se deja ver por las trincheras. El general queda encantado de conocer a una “mujer capitana” al mando de aguerridas tropas en la primera línea de fuego.
Tras tres semanas en esta posición son relevados por la otra compañía del POUM a finales de 1936. Tras unos días de descanso en Madrid, la que manda Mika, agregada a la 38 brigada, de filiación socialista, es enviada de nuevo al frente, donde ella es nombrada capitán ayudante del comandante del batallón. El sector es tranquilo, comparado con los anteriores, hasta que la compañía que mandaba Mika es involucrada en una operación para tomar una posición clave del enemigo, el cerro del Águila, poco después de la caída de Málaga el 7 de febrero de 1937. Esta unidad, por ser la más aguerrida, irá en vanguardia del batallón. El asalto es desbaratado por las ametralladoras fascistas puestas sobre aviso del ataque por un chivatazo, y el libro concluye bruscamente con el fin de esta operación y el llanto contenido por sus más de cuarenta bajas.
Mi guerra de España nos sumerge sin contemplaciones en el día a día de la guerra y esa familiaridad con la muerte que la caracteriza. Ella corteja feroz a unos hombres que escasos de todo menos de coraje han decidido plantar cara al fascismo en una Europa que sucumbe ante él. Cada página contiene experiencias que nos conmueven y deja ver trances extremos: ojos de niños destrozados por las bombas, cuerpos desgarrados, agonizantes, dolor insoportable enseñoreando la tierra. Con este marco, Mika vive también la relación extraña de una mujer que manda a hombres sin reprimir sus instintos maternales. Así, aparte de dirigir los combates, a cada momento se convierte en enfermera que cura con jarabe los bronquios de los milicianos, o en ama de casa que se preocupa de que tengan al menos una vez al día una comida caliente y no les falte ropa de abrigo, o en maestra que organiza cursos de alfabetización y lectura en las trincheras. No deja de ser una mujer entre hombres, idealizada por ellos como extranjera que ha asumido su lucha, y amada también, sin duda, reto al que Mika responde evitándoles de forma conscientemente escrupulosa cualquier motivo de celos.
El libro está lleno también de retratos de los milicianos que compartieron con Mika la dolorosa aventura: algunos casi niños, pero los más hombres rudos, analfabetos muchos, pastores extremeños y mineros andaluces que llegaban escapando de la salvaje represión en sus tierras recién conquistadas por Franco; hombres que con enfermedades graves se negaban a abandonar las trincheras donde cortejaban a la muerte.
Hay que considerar sin duda que la viudedad de Mika, tan reciente y dolorosa, había disminuido mucho su apego a una vida en la que todo fuera de las trincheras le recordaba a su marido, pero hay que reconocer también que su conducta en la guerra de España es la de alguien que encuentra en este perro mundo algo de más valor que su propia vida y apuesta por ello poniendo todo sobre la mesa de juego. En enero de 1937, Mika refleja en el libro su impresión sobre el curso de la guerra con estas palabras: “¿Qué conclusiones saco de este balance negativo? ¿Que perderemos la guerra? Es probable que la perdamos. Ahora bien, aun así, los trabajadores españoles habrán lavado la derrota sin combate de los trabajadores alemanes e inscrito en los anales de las luchas obreras las páginas más fulgurantes de su historia.”