Primera versión en Rebelión el 19 de diciembre de 2024
El fascismo. más allá de su significado concreto en la historia, se ha convertido hoy en un término usado sobre todo como insulto de forma imprecisa, con lo que resulta muy difícil aquilatar la relación entre el ideario y la praxis política de aquel fenómeno de la primera mitad del siglo XX y sus posibles encarnaciones actuales.
El profesor y escritor italiano Antonio Scurati (1969) es autor de una novela histórica sobre el intelectual antifascista Leone Ginzburg y otra en cuatro volúmenes sobre Benito Mussolini y su movimiento. Al mismo asunto dedicó también Fascismo y populismo. Mussolini hoy, que acaba de ser publicado en castellano por Debate (trad. de Carlos Gumpert). En este trabajo se establecen paralelismos entre el régimen fascista y los líderes populistas de hoy, y se aportan claves para interpretar un fenómeno recurrente que desafía la democracia en Europa. Fascismo y populismo está basado en la intervención de su autor en un congreso en Ginebra en 2022, pocos días después de las elecciones que llevaron al poder a la extrema derecha en Italia, y todo él transpira la conmoción del momento, pero trata de ahondar desapasionadamente en lo que la historia puede enseñarnos para afrontar los retos del presente.
En las primeras páginas se reconoce la irrupción en Italia con el nuevo milenio de un espíritu extraño, que tendía a separar dos conceptos estrechamente ligados en el país tras la II Guerra Mundial: democracia y antifascismo. Lo que nacía era un populismo condescendiente con el pasado hasta entonces reprobado, y en los medios y el debate político se derribaban viejos tabúes al respecto. A la vista de esto, el objetivo declarado del libro es estudiar las características del fascismo de los años 20 y 30 del siglo XX con el fin de auscultar su regreso en la era actual. Las tesis que se defienden son dos: que Mussolini fue el inventor no sólo del fascismo, sino también del populismo, y que los movimientos políticos de extrema derecha que hoy pululan por el planeta, promoviendo formas de “democracia autoritaria”, son herederos de Mussolini, pero no del Mussolini fascista, sino del Mussolini populista.
El doble rostro del Duce
Algunas anécdotas de los orígenes del fascismo sirven a Scurati para poner de manifiesto la doble naturaleza de éste. Expulsado ignominiosamente del Partido Socialista Revolucionario por su apoyo a la guerra, Mussolini se encuentra al concluir ésta sin apenas seguidores, aunque es un personaje conocido y propietario de un periódico, Il Popolo d’Italia. En ese momento, durante las celebraciones de la victoria, el futuro Duce tiene la idea genial de subirse a un camión de los Osados (I Arditi), las tropas de asalto integradas sobre todo por exdelincuentes que acababan de ser desmovilizadas de una forma que consideraban humillante. Confraternizando con estos “perros de la guerra”, lamiendo sus heridas y alabando su brutal concepto del honor y el valor, Mussolini va a encontrar la materia prima para sus “Fasci italiani di combattimento”, la organización política que funda en marzo de 1919. Queda así claro que la violencia marca desde su mismo origen el movimiento fascista.
Se recuerda también que en las elecciones de noviembre de 1919, los Fascios de Combate, que concurren a ellas, obtienen un resultado ridículo que parecía una sentencia de muerte política para su líder, encarcelado además el día siguiente tras encontrarse armas en las oficinas de Il Popolo d’Italia. Sorprendentemente sin embargo, tres años después, Mussolini protagoniza la Marcha sobre Roma y recibe de Víctor Manuel III el encargo de formar gobierno. Para Scurati, este ascenso meteórico demuestra que junto al espíritu de violencia señalado, el fascismo presenta otro rostro bien diferente, capaz de fascinar a las masas, el rostro populista. Según esto, el fascismo es violador y seductor al mismo tiempo, sin que las dos facetas estén separadas, pues la violencia contribuye al hechizo.
El populismo de Mussolini
Scurati pasa revista a los elementos que, en sus propias palabras, permitieron que Italia fuera seducida al tiempo que era violada. El primero de ellos es la identificación del pueblo con su caudillo, rasgo definitorio del “populismo”. Mussolini, que debutó en la vida pública como periodista, conocía el valor de la letra impresa y en 1919 la primera acción violenta de sus escuadristas fue la destrucción de la sede de Avanti!, el periódico de los socialistas que él mismo había dirigido siete años antes. Después, en sus escritos él supo inaugurar un estilo que iba directo al alma popular, con frases breves, combativas, que servían como eslóganes, y uso obsesivo del “yo”: “yo prometo”, “yo declaro”. Esta unión mística del líder y el pueblo hace intolerable cualquier disidencia, que será reprimida con saña.
En relación con esto, una segunda característica del populismo es su aversión a la democracia y el parlamentarismo, vías de expresión de una discrepancia que no le resulta aceptable. Por ello los Fascios de Combate son definidos como un “antipartido” y la clase política liberal denostada como “casta” enemiga del pueblo, lo que recuerda cosas que vemos hoy, aunque ahora de momento no se pretende sustituir los Parlamentos por una dictadura, como sí se hizo en 1922 tras la Marcha sobre Roma.
Un repaso de la trayectoria de Mussolini en los años 20, con su cúmulo de contradicciones, revela en realidad ausencia de cualquier ideología que no sea el oportunismo para lograr el poder de un aventurero sin escrúpulos. Él maneja a las masas sirviéndose de las pulsiones que capta en ellas y con este fin un medio eficaz es el miedo, dominante en épocas de crisis. Contra la esperanza de un mundo mejor que predicaban los socialistas, él edifica sobre el instinto más poderoso, el temor, que encuentra su destinatario en el comunismo, un extranjero —“la peste asiática”— implantado en el país, que amenaza con despojarnos. Y a este miedo se unirá otro generado por la propia violencia ejercida por los fascistas. Con las nuevas coordenadas, la vida se simplifica y todas las discusiones parlamentarias dejan paso a un miedo-odio que desencadena un amor sin fisuras al líder que nos defiende y a sus seguidores.
Scurati observa un paralelismo entre el miedo al comunista de los populistas del siglo XX, transmutado en odio, y el odio a los inmigrantes de los populistas soberanistas en la Italia de ahora. Es idéntico también el recurso ayer y hoy, en todos los autoritarismos, a una comunicación en la que a falta de ideas se usa generosamente la imagen del líder sacralizado. Sin embargo, como se ha dicho, se constatan diferencias entre la violencia y el antiparlamentarismo de antes y lo de ahora, aunque en ambos casos se degrade la democracia.
El objeto de la lucha
Scurati se siente de una generación que creció convencida de que la democracia era un don eterno, pero reconoce que los acontecimientos del presente demuestran que se trata más bien de una conquista ganada con esfuerzo y que podría perderse, como ya ocurrió en ocasiones. Hoy día existe una tendencia en todo el mundo a cuestionar el parlamentarismo que recuerda peligrosamente sucesos de la primera mitad del siglo XX, y por ello el libro concluye con un llamamiento a recuperar un auténtico espíritu de lucha contra los obstáculos que se oponen a la democracia.
Fascismo y populismo aporta un recorrido histórico y una disección erudita y sugestiva de las diferencias entre el populismo fascista de ayer y el que emerge hoy en muchos rincones del planeta. Sin embargo la “lucha por la democracia” que se propone como conclusión y programa final no puede dejar de sonarnos insuficiente en el contexto económico que vivimos. Lo cierto es que el capital se las arregla bien, con su superestructura ideológica, para que el juego parlamentario sirva sus intereses y no los de la gente, con lo que ésta puede fácilmente acabar escuchando los cantos de sirena de los demagogos. El programa no puede ser exclusivamente en pos de la democracia, porque democracia sin socialismo, como la historia demuestra cumplidamente, es un empeño imposible que sólo puede generar frustración.