Primera versión en Rebelión el 8 de mayo de 2018
Hay decisiones que transforman la vida de una persona, al catalizar los cambios que se están produciendo en su interior. Eso fue lo que le sucedió al capitán de un destacamento de policía de Dresde cuando se negó a dar la orden de disparar contra los obreros que protestaban por el golpe de estado de Kapp en marzo de 1920. El nombre de este capitán era Arnold Friedrich Vieth von Golßenau, había nacido en 1889, y era un aristócrata sajón y militar de carrera que había llegado a comandar un batallón en el frente occidental durante la Gran Guerra. Poco después de los hechos de Dresde, von Golßenau abandona el ejército, emprende variados estudios, viaja por Europa y comienza una militancia izquierdista que lo lleva a ingresar en el Partido Comunista en 1928. Es éste el mismo año en que publica Guerra, donde narra las experiencias de un soldado alemán durante el conflicto. El libro, que no es abiertamente antimilitarista, alcanza un gran éxito y es seguido en 1930 por Postguerra, en el que el compromiso político es ya más evidente.
En los años 30, convertido en un autor conocido, von Golßenau adopta el nombre del protagonista de Guerra, Ludwig Renn, en un gesto de renuncia a su clase social, y en 1936 acude a España, integrándose en las Brigadas Internacionales. Así, lo encontramos al mando de un batallón y luego como jefe de estado mayor de la XI BI por los frentes de Madrid, Guadalajara y Aragón, donde interviene en las batallas de Belchite, Teruel y el Ebro. En su alocución en el II Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura, Ludwig Renn afirmó: “Nosotros, escritores que luchamos en el frente, hemos dejado la pluma porque no queríamos escribir historia, sino hacer historia.” Con la derrota de la república, tras exiliarse en México, regresa a su país en 1947, y participa en la vida política e intelectual de la RDA, donde fallece en 1979. Guerra apareció ya en 1929 en castellano, pero la primera edición completa en nuestra lengua es de Fórcola (2014), en una traducción de Natalia Pérez-Galdós y con prólogo de Fernando Castillo.
El libro narra en primera persona la experiencia del protagonista, con lo que aporta una visión subjetiva, fragmentaria y copiosa de sensaciones de la guerra. La primera parte, “El avance”, comienza con la partida hacia el frente de la tropa entre escenas de júbilo de la población, música y ramos de flores. Tras varios días en vagones de mercancías y atravesar el Rin, son instalados en un pueblo desde el que marchan hacia la frontera belga y luego hacia el Mosa. En la orilla de éste encuentran resistencia y Ludwig vive por primera vez la confusión de la batalla, un caos donde la gente muere a tu alrededor y has de sobreponerte y tomar decisiones rápidas, y equivocarte y no desmayar. Al día siguiente cruzan el río y prosiguen el avance, entre restos del ejército que huye y aldeas incendiadas. Pronto están en Francia. Son cañoneados, bombardeados con shrapnells y tiroteados, pero consiguen hacer retroceder al enemigo. Sólo cerca del Marne se ven obligados a retirarse con espantosas pérdidas.
La segunda parte del libro arranca en 1915, describiendo la guerra de trincheras que sigue al colapso de la acometida alemana. Frente a una pradera de cadáveres, tras las alambradas, entre ratas y piojos, la vida es una sucesión de ocios interminables e inútiles intentos de avance, saldados con masacres. El cabo Renn, celoso de deberes que incrementa por propia iniciativa, es condecorado y luego destinado casi un año a la retaguardia. En unos días de permiso, siente horror de contar a su familia lo que ha visto y se percibe a sí mismo como alguien que “ya no cree en nada”. En septiembre de 1916, su batallón es enviado al Somme, donde se combate ferozmente; entre barro y fuego acceden penosamente a las trincheras y actúan de reserva. Cuando se les ordena avanzar para contener un ataque francés, Renn es herido en un brazo con la muerte imperando en torno a él. Al hospital le llega la noticia de que ha sido ascendido a sargento.
Reincorporado a su vieja compañía, en la que ya casi no conoce a nadie, Renn participa en la primavera de 1917 en la batalla de Aisne-Champagne, donde se usan obuses con gas para rechazar una ofensiva francesa. Es esta otra fase de la guerra, marcada por tensiones entre el frente y la retaguardia y entre la tropa y los mandos, y por un aumento de las deserciones. La rutina de la matanza lleva al límite al protagonista, que tras la muerte de un amigo no puede evitar las lágrimas y sufre momentos de ofuscación que luego lo mortifican. Enfermo una temporada, regresa al frente en septiembre, y sus contradicciones se agudizan al hacerse cargo de la compañía un nuevo oficial maniático y odioso, en el que reconoce su viejo militarismo. La patria comienza a ser una cáscara vacía para él y la oposición a la guerra se abre paso en su pensamiento. Renn es herido en un pie en la ofensiva alemana de marzo de 1918, cuando cunde ya el desánimo en las tropas; convaleciente le llega la Cruz de Hierro de primera clase que le han concedido. La obra concluye con escenas del derrumbamiento en tierras de Flandes; el ejército se escinde entonces entre los que sólo desean ver el fin de la carnicería y unos pocos patriotas a ultranza, grupos entre los que el protagonista se debate hasta el último momento.
Estamos acostumbrados a considerar las batallas como lo hacen historiadores y estrategas, que describen armamentos y tácticas, y componen un relato de avances, movimientos envolventes, flanqueos, choques y retiradas, pero otra cosa bien distinta es la experiencia de los que sufren esas situaciones. Tras participar en combates decisivos de la Gran Guerra, como los del Marne o el Somme, lo que Ludwig Renn nos narra tiene poco que ver con todo aquello, y se ciñe a las vivencias cotidianas de uno de sus protagonistas, uno cualquiera, que nos sumerge en la dimensión subjetiva de la guerra. Visitamos así su tedio y su horror que supera toda medida, sus restos de cuerpos desmembrados por fuegos artificiales que matan, su estruendo y sus diálogos frenéticos de los nervios al límite. Las horas indecibles en las que el hombre se siente ya transportado al otro lado alternan con largos ocios en que la reflexión va alumbrando un intento de explicación.
Cuando se desata el conflicto, el protagonista es un soldado ejemplar que cumple escrupulosamente sus obligaciones y las aumenta en la medida de sus posibilidades, contemplando miedo, dolor y rabia como emociones pasajeras que no deben afectar a sus actos. Sin embargo, la experiencia acumulada año tras año acaba por provocar un nublamiento del entusiasmo patriótico, que se percibe de forma clara en la segunda parte del libro. Así, al final de éste es otro hombre el que regresa de las trincheras, y puede decirse que en el conocimiento que ha adquirido se vislumbra, como en embrión, lo que será su vida posterior.