Primera versión en Rebelión el 25 de diciembre de 2024

La milicia chiita libanesa que escogió para sí el nombre de Hezbolá (“Partido de Dios”) es uno de los protagonistas esenciales de la sempiterna crisis de Oriente Medio, pero el conocimiento que de ella se tiene en Occidente es muy limitado. Para muchos, siguiendo una propaganda arrolladora, se trata simplemente de un grupo terrorista, con lo que cualquier atrocidad usada contra ella es contemplada con aquiescencia. Para otros por el contrario, estamos ante una organización heroica en su defensa de su país y en su solidaridad con el pueblo palestino, que cuenta además en su honor con haber sido capaz de doblegar al coloso israelí varias veces. Las opiniones son así de dispares, y hay que reconocer que son muy pocos los que hablan del asunto con argumentos sólidos.

Hezbolá. El laberinto de Oriente Medio de Ignacio Gutiérrez de Terán, recién publicado por Catarata, ofrece una buena ocasión para adentrarse en la realidad de una organización tan relevante e ir más allá de las leyendas tejidas en torno a ella. El libro aporta un recorrido minucioso y revelador por la historia de la milicia desde sus orígenes, y la ubica además en las frágiles tramas de la política libanesa y la situación regional, marcada por la violencia continua del Estado sionista contra la población palestina. Gutiérrez de Terán residió durante años en Líbano y Siria y es en la actualidad profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, en la que desarrolla su investigación sobre la política y las relaciones interconfesionales en esta región.

Hezbolá: la resistencia libanesa al sionismo

Habitantes de las áreas montañosas del interior del país, los chiitas libaneses constituían históricamente una población marginada, pero su situación no mejoró tras la independencia en 1946 con el curioso sistema de cuotas impuesto, que reparte las magistraturas del Estado entre las distintas confesiones. Fue así como en los 70 los más descontentos entre ellos se organizaron en un movimiento de resistencia, Amal, del que Hezbolá surgió como una escisión más marcadamente antisionista durante la invasión israelí de 1982. El Estado de Israel había sido percibido siempre como un peligro existencial por los chiitas libaneses, pero fue esta ocupación, cuyo objetivo no eran sólo los fedayines palestinos sino también la propia población libanesa, la que llevó a un grupo de hombres de religión chiitas a fundar el Partido de Dios, una organización que se integra en el proyecto de la Revolución islámica liderada desde Irán y acepta su autoridad espiritual, basada en la Wilayat Faqih (El gobierno del jurista), pero adquirió independencia en los asuntos nacionales tras el ascenso a la secretaría general de Hasán Nasrallah en 1992.

El nuevo rumbo del partido en esta época estuvo marcado por una implicación mayor en la política del Líbano y un fortalecimiento de la estructura militar. Al mismo tiempo, Nasrallah se convirtió en un personaje de extraordinaria relevancia, venerado por los suyos y respetado incluso por sus enemigos, que tuvo su momento de mayor gloria cuando se consiguió derrotar la invasión israelí de 2006. Los discursos del líder, piezas maestras de oratoria, en árabe clásico con concesiones ocasionales al dialecto libanés, eran escuchados reverentemente por unas masas que sabían apreciar su convicción de líder religioso, su prudencia política y su firmeza de jefe militar. Siempre había un lugar importante en estas prédicas para la idea del martirio, tan cara a los chiitas y plenamente actual. En la cosmovisión que en ella se impone, el martirio de los que luchan por un deber de justicia se convierte en el más alto honor para ellos y sus familias, y es por ello deseado y aceptado con orgullo.

El feudo chiita se encuentra hoy día en el sur del país, incluyendo las ciudades costeras de Tiro y Sidón, y Dahiye, el barrio meridional de Beirut con medio millón de almas, un lugar especial por su fuerte impronta del chiismo iraní en sus ceremonias y festividades, y en un culto al heroísmo puesto a prueba en las recientes destrucciones. Sus enemigos insisten en la intención de Hezbolá, ciertamente expresado por escrito en ocasiones, de instaurar un Estado islámico en Líbano, pero la realidad es que este objetivo se circunscribía a las zonas habitadas por los chiitas y en la actualidad no se reivindica, reconociéndose un país “plural y diverso”, en palabras de Nasrallah. Las acusaciones de ser títeres de Irán tampoco se sostienen, pues en lo que respecta a las acciones contra la ocupación de Palestina, Hezbolá goza de amplia autonomía, al igual que en la forma de encarar la compleja política libanesa. Constituir un “Estado dentro del Estado” es otro sambenito frecuente, pero hay que decir que en un país de gobiernos débiles, sometido a tensiones que desembocaron en una cruenta guerra civil entre 1975 y 1990, Hezbolá asumió con éxito en las zonas bajo su control la misión de proporcionar a la población lo que el Estado no podía darle. Las denuncias de ser una “organización terrorista” y el reconocimiento como tal por parte de gobiernos e instituciones occidentales no tienen mucho sentido, pues las acciones armadas que pueden atribuírsele han tenido siempre objetivos militares.

Respecto al funcionamiento del Partido de Dios, es de destacar el rol del secretario general, ocupado largo tiempo por Nasrallah, como baluarte de la formación y coordinador de sus ramas militar y política, con un Consejo Consultivo que brinda asesoramiento y en el que se propician debates, aunque las decisiones finales corresponden al líder; como es lógico, la identidad de los responsables de las distintas comisiones suele permanecer en el anonimato. La financiación de la organización no es bien conocida, y oficialmente se admite la existencia de donaciones de particulares a través de instituciones benéficas, pero lo que aporta el gobierno de Irán se estima en un 70 % del monto total. El grupo mueve además un entramado empresarial, gestiona escuelas, hospitales e incluso clubs deportivos, emplea a cientos de miles de personas y realiza una importante labor asistencial entre los más desfavorecidos. Las implicaciones denunciadas por medios occidentales en tráfico de drogas o armas se basan más que nada en rumores.

Hezbolá, pieza clave en el país de los cedros

La incorporación en los 90 de Hezbolá a la política libanesa supuso su participación en las elecciones municipales y legislativas, y en los últimos años la alianza con Amal ha permitido monopolizar el voto de los chiitas (en torno al 27 % del censo), al tiempo que la colaboración con dirigentes cristianos como Michel Aoun ha estimulado una visión más abierta. Tras el asesinato del líder sunnita Rafiq Hariri en 2005, el movimiento fue culpabilizado y quedó en una situación de debilidad, lo que lo animó a dar un paso adelante y participar en los gobiernos. El conflicto se recrudeció en 2008 cuando Hezbolá reaccionó violentamente a un intento de fiscalizar sus actividades y el enfrentamiento estuvo a punto de degenerar en guerra civil. La imagen del Partido de Dios quedó dañada por el despliegue de fuerza que realizó entonces, que realmente lo retrataba como un “Estado dentro del Estado”, pero ellos se defendieron argumentando que su férrea organización es una exigencia de la lucha contra Israel.

Durante el levantamiento de 2011 en Siria y la guerra civil que siguió, Hezbolá intentó mediar en un principio, tratando de lograr reformas por parte del régimen, pero esto resultó imposible y el grupo, instado por Damasco y Teherán, se convirtió al fin en uno de los mayores apoyos de Bachar Al-Asad, lo que no mejoró su imagen entre los sunnitas libaneses, en general partidarios de los rebeldes. Cuando en 2019 estallaron en Líbano revueltas populares contra la corrupción de la clase política y demandando más democracia, tampoco resultó fácil entender que Hezbolá, tras participar al comienzo, optará por desentenderse, probablemente siguiendo directrices de Irán, pero también apostando por el orden vigente y la opción de mantener dentro de él su bien trabada estructura. En 2020, la explosión del puerto de Beirut en que murieron centenares de personas fue otro duro golpe para los de Nasrallah, pues los indicios apuntaban a que el nitrato de amonio que detonó pertenecía a su organización y estaba destinado a Siria.

La información aportada en el libro permite caracterizar a Hezbolá como un poderoso entramado social, empresarial y asistencial en Líbano, que es una pieza política decisiva del país y cuenta además con un vigoroso brazo militar para hacer frente a un agresivo enemigo exterior. Se comprueba asimismo que su radical confesionalidad y sus liturgias tomadas del chiismo iraní suenan extrañas y generan rechazo en un país que se quiere moderno y abierto a Occidente. Sin embargo, hay que reconocer que los otros partidos gozan igualmente de valedores internacionales. Sólo el tiempo dirá si una formación que ha sabido adaptarse a circunstancias muy diversas es capaz de resolver con tiento los retos que trae cada día a una región tan convulsa.

Hezbolá y el problema palestino

Con la constitución del Estado de Israel en 1948, un gran número de palestinos se vieron obligados a instalarse en el sur del Líbano tras las sucesivas guerras, en 1948 y 1967, y estos refugiados comenzaron pronto a ser parte importante de la resistencia armada contra la ocupación de su país. Sus ataques a territorio israelí eran respondidos de forma bastante indiscriminada y el proceso culminó con la invasión de 1982 que como vimos dio origen a Hezbolá, organización identificada desde su nacimiento con la causa palestina. A lo largo de los 90 se sucedieron operaciones israelíes contra objetivos del movimiento, que resistió valerosamente y en 2000 forzó una retirada de los ocupantes, celebrada en todo el mundo árabe. Otra invasión posterior, en 2006, provocó amplia destrucción, pero fue también rechazada. Tras liberar su país, Hezbolá no dejó de perseverar en su organización armada, consciente de que la ocupación israelí es un peligro existencial para los palestinos y todos los árabes de la región.

Tras los atentados de Hamás del 7 de octubre de 2023, Hezbolá no reconoció ninguna participación en ellos y expresó sólo satisfacción por los resultados, pero renunciando por su parte a otra cosa que no fuera sostener un “frente de apoyo”. De todas formas, en el verano y otoño de 2024 el conflicto del norte escaló hasta una invasión israelí del Líbano. El libro concluye con una evaluación de la situación previa a esta invasión y recoge hechos decisivos como la explosión de dispositivos móviles los días 17 y 18 de septiembre. El panorama no ha dejado de complicarse desde entonces y los escenarios son cada vez más cambiantes. Especialmente, la sorpresiva caída del régimen sirio en diciembre de 2024 crea una incertidumbre en toda la región que obligará a replantear sus estrategias al Partido de Dios, peor comunicado ahora con sus valedores iraníes.

Con Hezbolá. El laberinto de Oriente Medio, Ignacio Gutiérrez de Terán nos acerca con rigor a una organización que es esencial en esta situación tan confusa, un partido que enraizado en sus bases populares y participando en la intrincada política libanesa, se debate entre la fidelidad a un credo integrista y el empeño de evolucionar al islam abierto que exige un país plural, todo ello sin renunciar a combatir la ocupación sionista de Palestina.