Primera versión en Rebelión el 5 de agosto de 2021
Historiador, activista y defensor de un marxismo que conjugaba revolución con democracia e internacionalismo, el antillano (de Trinidad) CLR James (1901-1989) nos dejó algunos textos imprescindibles para comprender las luchas sociales de nuestra era. Entre ellos, deben destacarse La revolución mundial, 1917–1936: El auge y caída de la Internacional comunista, de 1937, donde analiza los hechos desde una perspectiva trotskista; Los jacobinos negros: Toussaint L’Ouverture y la revolución de Santo Domingo, de 1938, y el libro que reseñamos: Historia de las revueltas panafricanas, también de 1938.
Aparte de en su tierra natal, James vivió principalmente en Inglaterra y los Estados Unidos, y en todas partes desarrolló una intensa militancia política. Tras el trotskismo de sus comienzos, en los años 40 evolucionó hacia un rechazo del partido como vanguardia revolucionaria y un énfasis en los movimientos de liberación de los grupos oprimidos, aunque nunca dejó de considerarse leninista. Fue un adalid del panafricanismo, a cuyo bagaje teórico contribuyó con Nkrumah y la revolución de Ghana, publicado en 1977.
James demostró también extraordinarias dotes para la literatura. El callejón de la menta (Minty Alley), de 1936, es una novela sobre los humildes trabajadores de su tierra natal, y en 1934 y 1967 dio a las tablas sendas piezas sobre la Revolución haitiana. En 1953, mientras esperaba en la isla de Ellis para ser deportado, escribió un ensayo sobre Herman Melville y su Moby Dick, obra en la que veía un símbolo del anticomunismo que azotaba por entonces los Estados Unidos. Fue además autor de relatos cortos, y un apasionado del cricket, deporte que celebró en un texto autobiográfico: Más allá de un límite (Beyond a Boundary), que tuvo extraordinario éxito.
Un clásico del pensamiento socialista panafricano
Historia de las revueltas panafricanas vio la luz como decíamos en 1938, pero en 1969 reapareció ampliada y actualizada. Tras la muerte de James, fue reeditada en 1995 con una extensa introducción del historiador americano RDG Kelley, y de nuevo en 2012. La versión castellana que reseñamos (Katakrak, 2021, trad. de Gema Facal Lozano) recoge esta introducción.
En sus palabras liminares, Kelley nos adentra en el espíritu de la obra, adelantado a su tiempo al atacar un colonialismo del que su autor no encuentra formas “amables”, y reivindicar como esencial para la revolución mundial el impulso liberador de la raza negra y el protagonismo de las masas. Repasa Kelley también la biografía de James, con orígenes de clase media y marcado por un temprano amor por la lectura y un viaje en 1932 a Inglaterra que lo lleva al descubrimiento del marxismo, en versión trotskista y aplicado sobre todo a la lucha contra la opresión colonial. En los años 30, tras la triste experiencia de la invasión de Abisinia, el de Trinidad ve claro que sólo los africanos podrán articular su propia emancipación y con esa perspectiva nacen sus dos grandes trabajos de 1938, sobre Haití y las revueltas panafricanas. Firme defensor del potencial revolucionario de su raza, James se entusiasma ante el pujante Black Power de los años 60, y apoya su auto organización y su derecho a tomar sus propias decisiones. También colabora activamente en esta época con los procesos de descolonización en África, aunque lo decepcionan sus magros resultados. Todos estos aspectos están reflejados, como veremos, en el argumentario de Historia de las revueltas panafricanas.
James comienza la obra manifestando su propósito de analizar las revueltas negras a lo largo de los siglos, con lo que las que se dieron en la era de la esclavitud han de ser su primer objetivo. La resistencia de los cimarrones (esclavos fugitivos) fue común desde los inicios de la trata, pero la revuelta del Santo Domingo francés (ahora Haití) en 1791 supuso un hito esencial, por ser la única rebelión de esclavos que ha tenido éxito en toda la historia. A ella se dedica el primer capítulo, en el que a través del desarrollo torrencial y enmarañado de los acontecimientos es posible identificar las causas de este triunfo de los negros en su brava lucha, en la habilidad de líderes como Toussaint L’Ouverture y en el apoyo ocasional de la Francia revolucionaria. En 1804 se alcanza la independencia, que consolida la abolición de la esclavitud, aunque las condiciones de la explotación del trabajo siguen siendo penosas en una nueva era marcada por boicots externos y divisiones internas.
James nos acerca después a las revueltas en las colonias inglesas de Norteamérica. A comienzos del siglo XVIII se registran allí levantamientos constantes que son aplastados con facilidad, y de ellos se aportan ejemplos, así como de los salvajes castigos que se aplicaban contra cualquier desobediencia. Tras los sucesos de Haití, la lucha adquiere horizonte y se intensifica, llegándose ya en el siglo XIX a alianzas entre los negros y los blancos pobres. En esta época, los esclavos conseguían huir a veces a los estados del norte, donde eran libres. La Guerra de Secesión (1861-1865) mejoró la situación algo, pero no se libró por motivos humanitarios, sino para garantizar el dominio del norte capitalista en la expansión del país hacia el oeste. Merece recordarse que tras la derrota de la Confederación y hasta 1880 aproximadamente, en algunos estados del sur se incrementó la participación de los negros en las elecciones, y éstos accedieron, más que en cualquier otro tiempo, a puestos de gobierno, con lo que lograron dar forma a avances sociales, como la educación pública universal o la derogación de leyes con prejuicios raciales.
El siguiente escenario es África. Allí las agresiones esclavistas disminuyen a finales del siglo XIX, pero sólo para dejar paso a la invasión colonial, que impuso en una gran parte del territorio un régimen de terror y explotación. No obstante, se daban diferencias entre las áreas de dominio inglés, con racismo más sistemático, y las de dominio francés, donde éste era más atenuado. James analiza en primer lugar las revueltas en Sierra Leona, Gambia y Nigeria entre 1898 y 1931, en las que se observa un contraste entre la revolución social de los negros de las tribus y la lucha más “huelguística” de los urbanizados, aunque la solidaridad entre todos los “africanos” solía ser la norma. En Malaui, en 1915, y el Congo, en 1921, se produjeron levantamientos de negros cristianizados, con tintes de liberación religiosa. En el Congo también, hubo después revueltas en 1924, 1928 y 1930. En Kenia, en 1921, Harry Thuku lideró una protesta contra la explotación de los negros, que a pesar de ser ahogada prolongó su influencia hasta la independencia. Se estudian, por último, las insurrecciones de tribus de hotentotes en Sudáfrica en 1922, que coexisten con la agitación sindical en el país, muy activa hasta 1926, con dirigentes de talento, como Clements Kadalie.
Marcus Garvey (1887-1940) capitaneó a partir de 1918 en Estados Unidos un movimiento que atacaba la discriminación salvaje que sufrían los negros, sobre todo en el sur, pero se concentró en demandar una solución ciertamente absurda, que consistía nada menos que en el retorno a África de los afroamericanos. El proyecto fracasó a pesar de contar con millones de simpatizantes, pero demuestra, según James, el espíritu de revuelta que anidaba entre las masas negras.
El capítulo final de la versión original del libro (1938) está dedicado a los procesos más recientes. En los tres escenarios seleccionados: Trinidad, Ghana y Zimbabue, se observa cómo la explotación económica impuesta por el régimen colonial ha dado lugar a huelgas masivas que, sin embargo, no aciertan aún a exigir la independencia. La desesperación no se articula, según el autor, en unas demandas revolucionarias coherentes, y corre el peligro de abandonarse a la demagogia de líderes con facundia, pero escaso pensamiento y menos escrúpulos. La concienciación de estas gentes resultaba así la misión esencial.
Un epílogo añadido en la edición de 1969 analiza las novedades en diversos territorios. En Ghana la independencia se materializó en 1957 a través de huelgas, pero en Kenia, donde los blancos se habían apropiado de las mejores tierras, sólo se logró en 1963 tras una sangrienta guerra. Por todos los rincones de África el paisaje es al fin parecido, en cuanto que los gobiernos nacionalistas autóctonos dejan paso rápidamente a dictaduras militares que perpetúan la explotación económica con ropaje neocolonial. En Sudáfrica, los negros resultan imprescindibles para el funcionamiento del país, pero la resistencia a concederles derechos políticos es feroz, y se ha recurrido a su aislamiento en bantustanes. No obstante, la lucha armada sigue, y James profetiza el colapso del régimen de apartheid, “probablemente más temprano que tarde”; al fin hubo que esperar hasta 1992 para verlo. En América se reportan los avances del movimiento de derechos civiles en Estados Unidos, y en el Caribe se resalta la inestabilidad en muchos lugares en situación colonial o neocolonial y el aliento que aportó en 1959 la Revolución cubana.
James concluye su epílogo con una nota de esperanza, señalando lo alcanzado por Julius Nyerere al frente del gobierno de Tanzania y por Kenneth Kaunda en Zambia, con progresos hacia un socialismo cooperativo que hallaba su fundamento, además, en las estructuras tribales de apoyo mutuo tradicionales en África.
Historia de las revueltas panafricanas nos describe con precisión quirúrgica los variados rostros que ha tomado la resistencia de una raza oprimida, y deshace los mitos sobre la pasividad del negro y lo inevitable de su situación postergada. La realidad es que los africanos, conscientes y orgullosos de un pasado con espléndidos logros artísticos y culturales, nunca han aceptado las cadenas y han estado siempre en pugna por materializar su liberación, desde la era del viejo esclavismo hasta la del más sibilino de hoy mismo. James nos demuestra en este libro de forma irrefutable que “el único lugar donde los negros no se rebelaron es en las páginas de los historiadores capitalistas.”