Primera versión en Rebelión el 1 de enero de 2012
El tiempo transcurrido desde la desaparición de la Unión Soviética comienza a propiciar una cierta literatura que podríamos denominar “arqueológica”, marcada por la conciencia de enfrentarse a aquella sociedad como algo profundamente lejano y ajeno. Es cierto sin embargo que junto a estos, siguen publicándose otros libros basados en experiencias autobiográficas de aquellos años. El contraste que suele existir entre la perspectiva de unos y otros textos no puede ser más notable, aunque todos coinciden muchas veces en enriquecer la imagen que tenemos de aquel tiempo. Los libros de los que voy a hablar aquí son un ejemplo de ello.
El holandés Frank Westerman, nacido en 1964, es un buen conocedor de Rusia, donde ha trabajado como periodista durante varios años. En Ingenieros de almas nos propone un recorrido por las biografías de algunos de los escritores más notables de la época soviética. En este sentido, el autor reconoce que más que los “tenaces e irreductibles” ante el poder soviético, le fascinan “los oportunistas más o menos acomodaticios, los conversos, los renegados y los indecisos”. Tras esta declaración es fácil entender que no son Mijaíl Bulgákov o Anna Ajmátova los estudiados, sino Maksim Gorki, Isaak Bábel, Borís Pilniak, Andréi Platónov y Konstantín Paustovski principalmente. Es a este último sobre todo de quien se nos presenta una mayor cantidad de información que incluye conversaciones del autor con su viuda y su hijastra y con los actuales custodios de su legado literario, así como la crónica de viajes por el norte de Rusia y Turkmenistán tras las huellas de los marcos naturales de algunos de sus libros.
Konstantín Paustovski (1892-1968) ha sido poco traducido al castellano, pero fue uno de los escritores más conocidos de la Unión Soviética y es autor de relatos notables por la calidad literaria de su lirismo y por sus enamoradas descripciones de la naturaleza. Participó en la literatura de propaganda de la época estalinista con trabajos como Kara Bogaz (1932) y contempló con el alma encogida los arrestos y ejecuciones de muchos de sus colegas y amigos en los años duros de la represión. De todo ello deriva un tono sombrío y una toma de refugio en la naturaleza que son características en sus obras. Con el deshielo jruschoviano, y también después, fue de los abanderados en la idea de imprimir un tono más liberal a las letras soviéticas.
Ingenieros de almas se esfuerza sobre todo en mostrar cómo las vidas y las obras de los escritores estudiados estuvieron ligadas en buena parte a los grandes proyectos hidráulicos de la época. Se trata de construcciones como el canal Belomor, entre el mar Blanco y el Báltico atravesando los lagos Ládoga y Onega, el Lenin/Turkmenbashi en Turkmenistán, el Volga-Don o la desecación de la bahía de Kara Bogaz en el mar Caspio. Un proyecto más ambicioso que no llegó a realizarse era la denominada Perebroska, complejo sistema de canales que pretendía invertir hacia el sur el curso de los grandes ríos de la Rusia ártica para que pudieran regar las estepas de Asia central. Todos ellos eran obras faraónicas a las que los más famosos escritores del momento fueron convocados como propagandistas. De estas complicadas relaciones entre ingeniería y literatura surgieron libros importantes de la era soviética como El Volga desemboca en el mar Caspio de Pilniak, Las esclusas de Yepifán de Platónov, Energía de Gladkov, varias obras del propio Paustovski o el volumen sobre el canal Belomor en el que intervinieron muchos autores bajo la dirección de Gorki.
Ingenieros de almas proporciona una gran cantidad de información y se lee de una forma extraordinariamente amena. La forma de enhebrar todos los datos es muy coherente y realmente al fin descubrimos algo de interés sobre aquella sociedad, que apunta a la eterna conexión que parece existir en la Historia entre rígido autoritarismo y obras hidráulicas. Como apunte crítico solo puedo decir que veo el libro como uno más de esos que nos describen la Unión Soviética con una perspectiva lejana, de profunda extrañeza, como si contemplaran algo único y no consiguieran entender cómo pudo suceder. Bastaría a estos autores abrir un poco los ojos para ver en su entorno, en este mundo nuestro, escenarios que no desmerecen nada de lo narrado en sus páginas.
La otra obra que quería comentar aquí es un relato que destila vida por todas partes y con su realidad a flor de piel resulta extremadamente opuesto a esta mentalidad. Se trata de Memorias de Rusia de Manuel Arce. Nacido en Oña en 1929, este es uno de aquellos niños españoles enviados a la URSS durante la guerra civil para alejarlos de la violencia. Allí llega en 1937 y es destinado a la casa de niños de Óbninskoye, aunque poco después, con la invasión alemana va a Basel, en el curso medio del Volga, poco después de que los denominados “alemanes del Volga” que allí habitaban fueran deportados por orden de Stalin. Allí pasa los primeros años de la guerra combatiendo el hambre con trabajos esporádicos y pequeños hurtos. Son tiempos en que los inquilinos de la casa de niños no dudan en devorar ranas, gatos y todo bicho viviente que se pone a su alcance, sin dejar de ser devorados a su vez por piojos y chinches.
Con catorce años comienza la vida laboral de Manuel como aprendiz de fresador en una fábrica militar de Sarátov, donde trabaja dos turnos seguidos de siete horas, hasta que en 1943 en un accidente de tranvía pierde las dos piernas. Tras salir del hospital es destinado a otras casas de niños y acaba de aprendiz con dos zapateros griegos. Con el fin de la guerra va a Najábino, en Moscú, donde sigue viviendo en una casa de niños y ayudando a los zapateros, que también cambian su residencia. Poco después su vida cambia cuando le colocan unas prótesis que le permiten andar con bastante comodidad. Logra por entonces dar con su hermano César, superviviente del cerco de Leningrado, que morirá poco después de tuberculosis. A su memoria están dedicadas las memorias de Manuel Arce.
En 1947 son abolidas al fin las cartillas de racionamiento y Manuel, que ya tiene 18 años, va a estudiar magisterio a Lebedián. En sus memorias destaca la amabilidad de todos allí con el “niño español”. Tras terminar magisterio tiene posibilidad de trabajar pero decide estudiar medicina, lo que hace en la universidad de Riazán, y a partir de 1954, ya tras la muerte de Stalin, en Moscú. En 1956 regresa por primera vez a España y vive con sus padres en Burgos, pero pronto vuelve a Moscú con el fin de concluir sus estudios de medicina. Conseguido este propósito, se especializa en neuroradiología y trabaja como médico, aumentando sus ingresos haciendo traducciones. En 1964 solicita una vivienda y se le adjudica una habitación de 12 m2 en un piso en una de las mejores zonas de la ciudad que debe compartir con un matrimonio.
En 1966, tras un intento de ir a trabajar a Cuba, frustrado por la negativa del PCE a dar su visto bueno, decide regresar a España, y se instala en Madrid con sus padres y su hermano pequeño Félix. Siguen años de trabajo como neurorradiólogo en La Paz (hasta 1982) y en una clínica privada que abre tras obtener el título de odontólogo (hasta 1996). En 2001 crea la fundación Nostalgia con el objeto de conseguir pensiones del gobierno español para los españoles emigrados a Rusia con la guerra y que permanecen allí. Lo logra en 2005.
Manuel Arce da en diversos momentos de su libro su opinión sobre las condiciones de vida en la URSS en los años que él vivió allí. Señala el predominio y prebendas de la nomenklatura, pero reconoce las ventajas evidentes de una sociedad con sanidad y enseñanza gratuitas y de buena calidad, y la ausencia de paro. El trato dado a los niños españoles fue excelente y muchos realizaron estudios superiores que los llevaron a puestos de gran responsabilidad. Todo esto le hace expresar su eterno agradecimiento al país que fue su segunda patria. Por otra parte, critica los privilegios y el nepotismo de los responsables del PCE que gestionaban la ayuda a los españoles residentes en la URSS.
Manuel Arce nos cuenta sus experiencias sin pretensiones literarias, con un estilo coloquial. El libro está además ilustrado con numerosa fotografías de la época, con lo que la aproximación a lo narrado es mucho más efectiva. En él hay referencias a deportaciones y represión. Evidentemente todo eso estaba allí y en ocasiones se cruzó en el camino de su autor, pero contemplando cómo este fue capaz de construir su vida a través de todo ello y con las experiencias que nos narra, aprendemos que nunca deberíamos juzgar aquella sociedad en términos de blanco o negro, como se hace tantas veces. Que las cosas en realidad son siempre mucho más complicadas.
Estamos en fin ante dos libros hermosos y diversos, capaces los dos de abrir nuestros ojos para comprender mejor aquella sociedad compleja que fue la Rusia soviética.