Primera versión en Rebelión el 14 de enero de 2020
En su prólogo para esta edición de Iván (Dirección única 2019, trad. de Justo Vasco), Paco Ignacio Taibo II nos aproxima a la trayectoria vital de su autor, Vladímir Bogomólov (1926-2003). Éste combatió muy joven como voluntario en la Gran Guerra Patria, aunque la autenticidad de sus hazañas bélicas ha sido recientemente cuestionada, y fue después oficial de contraespionaje en Alemania. En 1956 dio un giro a su vida al comenzar, precisamente con Iván, una carrera literaria centrada en relatos de guerra que alcanzaron gran éxito en sus versiones cinematográficas. Hay que decir sin embargo que éstas fueron rechazadas como espurias por él, que se negaba a aparecer en los créditos.
Otoño de 1943 en el frente bielorruso. Iván, un muchachete delgaducho de doce años, es apresado por una patrulla del Ejército rojo. Harapiento y sucio, para estupefacción de sus captores, declara venir de la otra orilla del Dniéper, territorio alemán más allá de la sábana de agua de medio kilómetro de anchura, y “exige” que se informe inmediatamente al estado mayor de su llegada. Pronto descubrimos que el arrapiezo es un hábil espía que viene cargado de datos sobre las posiciones y efectivos del enemigo, y lo vemos vestir su uniforme, adornado ya por un par de condecoraciones. Sus superiores están empeñados en que vaya a la escuela militar para convertirse en oficial, pero él, obsesionado por la venganza tras perder a su padre y ver morir a su hermanita en sus brazos, se niega a obedecer.
Un teniente mayor, jefe del batallón al que va a parar Iván es el narrador de la historia. A él mismo le toca acompañarle al cabo de unos días en el paso del Dniéper para que pueda adentrarse otra vez en territorio enemigo. El niño ha prometido que esta misión ha de ser la última antes de ingresar en la academia. El viaje nocturno en barca, entre la niebla y bajo el fuego incesante de los hitlerianos, culmina sin contratiempos, y nuestro teniente pierde entonces el contacto con Iván. Meses después sabrá que aunque éste regresó de aquella misión, nunca llegó a ir a la academia, sino que se escapó para seguir con sus labores de colección de información tras las líneas alemanas. Sólo en 1945 cuando entra con el Ejército rojo en Berlín, revolviendo papeles en la sede de la Gestapo, el narrador conocerá casualmente las actividades posteriores de Iván.
Bogomólov teje con habilidad un relato que pone ante nosotros el sabor cotidiano de la guerra, y retrata amorosamente a unos seres empeñados en liberar su tierra de los que violan sus fronteras y masacran a sus gentes. El rótulo “Ejército rojo” agrupa hombres de temples bien variados y con oficios diversos, y así junto a los infantes, que sólo aguardan la orden de avance, y los artilleros que tratan de debilitar las defensas enemigas, vemos moverse, orgullosos y con cierta prepotencia, a los exploradores y oficiales de estado mayor, que escudriñan la otra orilla del río y elucubran los planes de la ofensiva. En este universo tenso, salvajemente adulto, de trato diario con la muerte, el personaje de Iván es una aparición que sirve para evocar algo perdido. Golosinas y juegos resbalan al niño que lo ha visto ya todo, y ha sintetizado ese todo en una decisión inquebrantable y fatal.
Iván de Vladímir Bogomólov nos ofrece un viaje al mundo cruel y desolado de la guerra, a sus rutinas de fuego y sangre, de destrucción y espanto, aceptadas mansamente. Y el niño que lo mira todo con ojos de adulto y escoge su lugar desesperado en ese caos, nos interpela con la certeza de lo que hemos perdido con esa aceptación.