Primera versión en Rebelión el 21 de mayo de 2024
En marzo de 1938, la máquina de guerra franquista, con el norte de la península ya enteramente en su poder y la ciudad de Teruel recién reconquistada, se concentra en una contundente ofensiva a lo largo de todo el hasta entonces relativamente estable frente de Aragón. El avance va a resultar imparable en el sur de éste, y el 15 de abril alcanza el Mediterráneo en Vinaroz, aunque luego se ralentiza hacia el sur y fracasa en el asalto a Valencia.
El avance es rápido también al norte del Ebro, y el 3 de abril cae Lérida en manos facciosas, pero en el sector pirenaico la 43ª División del Ejército Popular logra mantener sus posiciones frente a la III División Navarra. Embolsadas en el valle de Bielsa, las fuerzas leales resistieron hasta el mes de junio, cuando exhaustas y sin municiones emprendieron un ordenado repliegue hacia la frontera francesa. La heroica firmeza en este sector montañoso y la modélica retirada posterior fueron fundamentales para elevar la moral de los republicanos en aquel momento difícil.
Buena parte del éxito de estas operaciones fue debida a la genialidad táctica del oficial que estaba al mando de la 43ª división, el mayor de milicias Antonio Beltrán, conocido como “El Esquinazau”. El historiador Antonio Gascón, especialista en la guerra civil en el ámbito pirenaico, ha dedicado dos libros a este personaje: Beltrán, El Esquinazau (Pirineum, 2002), y La Bolsa de Bielsa. El heroico final de la república en Aragón (Diputación Provincial de Huesca, 2005). Con base en estos trabajos, sintetizaré aquí la trayectoria de un hombre talentoso e irrepetible cuyo periplo ejemplifica cabalmente las contradicciones de su tiempo.
Una juventud aventurera
Antonio Beltrán Casaña nace el 8 de marzo de 1897 en Canfranc en una familia humilde, aunque linajuda por parte de madre. Muchacho rebelde e inquieto, más amigo de ver mundo que de recibir instrucción sentado en un pupitre, en 1911 embarca para Norteamérica, donde va a asentarse y trabajar primero unos años en el rancho de unos parientes en Arizona. En 1915 lo encontramos ya en México, alistado con los de Pancho Villa, y dos años después regresa a recorrer los estados del este hasta Canadá. Termina en la Legión Americana, con la que parte para Europa y aunque no llega a combatir, es condecorado por alguna acción que ignoramos. Esto no es óbice para que deserte y en 1918 lo tengamos de vuelta en su tierra. No era aquella su guerra.
Llamado a filas en España, sin intención ninguna de conocer su tercer ejército, el de Canfranc opta por trabajarse arteramente un certificado de inútil total, lo cual considerando su trayectoria posterior no puede dejar de darnos mucha risa. En esta época se convierte en un faldero impenitente y campeón en todos los lances deportivos, mientras se gana la vida como chófer. En 1926 se casa con una joven de Jaca, Teodora Bescós, y obligado a pasar la muga por un asunto de contrabando, con ella decide cruzar el charco de nuevo, esta vez para la Argentina. Unos meses después vuelven a Francia y a comienzos de 1930 están de regreso en su tierra.
Antonio va a tener un papel destacado en los sucesos de Jaca en diciembre de ese año, ocasión que aprovecha para desempolvar un viejo mote familiar, el Esquinazau (molido del espinazo por una dura brega). Junto a Fermín Galán participa en los preparativos, y fracasado el envite, prontuario de improvisación y errores suicidas, es detenido tras salvarse por los pelos de ser fusilado en una cuneta. Encarcelado en Jaca, logra esquivar la ola represiva en la que caen los capitanes Galán y García Hernández, y el 14 de abril de 1931, mientras Alfonso XIII parte al exilio, es liberado y paseado en triunfo por las calles.
Segunda República y Guerra Civil
Durante los años republicanos, Antonio participa en algunas de las conspiraciones revolucionarias de los anarquistas, aunque también hay que decir que disfruta de un empleo estable proporcionado por el gobierno, al tiempo que su familia aumenta con dos vástagos. En julio de 1936 está entre los primeros civiles que acuden a enfrentarse a los militares sublevados en Jaca, y tras el triunfo de éstos emprende el bien sabido camino de la frontera, mientras Teodora, que había quedado en Canfranc, es detenida junto a los niños. No serán liberados hasta tres meses después de terminada la guerra.
El Esquinazau regresa en seguida al territorio leal y en Barcelona, junto a otros jacetanos cansados de los continuos controles, decide afiliarse al PSUC. En breve, quince hombres parten para el frente aragonés, provistos de algún armamento, y sobre la marcha van organizando una estructura militar, engloban desertores y resistentes aislados, y se aseguran el suministro de material desde la retaguardia catalana. A finales de agosto, toman la iniciativa y se apoderan de Yésero (Huesca). En septiembre, los diversos grupos de milicias alpinas promovidos por sindicatos y partidos, son unificados en las Milicies Pirinenques, dependientes de la Generalitat. En esta época el frente aragonés no registra grandes conmociones.
Tras las tensiones entre libertarios y nacionalistas catalanes, en mayo de 1937 las fuerzas pirenaicas son unificadas en la 130 Brigada Mixta, con cuatro batallones. Uno de éstos, al mando de Antonio, es diezmado pronto en el sector de Sabiñánigo, donde acude a participar en una ofensiva sobre Zaragoza. De regreso al Pirineo, el 11 de septiembre, nuestro protagonista es nombrado mayor de milicias y puesto al frente de la 72ª Brigada Mixta, implicada en seguida en los duros combates de una ofensiva sobre Jaca y la contraofensiva facciosa subsiguiente. Las dotes militares del Esquinazau hacen que sea ensalzado por entonces en la prensa del poderoso PCE.
Como decíamos al principio, la ofensiva franquista de marzo de 1938 progresó imparable en el sur de Aragón, mientras en el sector pirenaico Beltrán se replegaba ordenadamente hasta la línea del Cinca con su brigada, que con el resto de tropas de la 43ª división quedaron embolsadas en Bielsa. A finales de ese mes, el Esquinazau es puesto al mando de la división y en abril ascendido a teniente coronel. El presidente del gobierno, Juan Negrín, atravesó los Pirineos el 15 de mayo para felicitar a los cercados y transmitirles el apoyo y la admiración de todos los republicanos.
Los combates son muy intensos en las semanas siguientes, pero el conocimiento del terreno, la audacia y las hábiles estrategias guerrilleras de las fuerzas leales hacen que los facciosos no consigan progresar. Sólo a mediados de junio se ordena el repliegue hacia la frontera francesa de 7300 combatientes, de los cuales 6889 optarán por cruzar de nuevo los Pirineos para seguir peleando contra el fascismo en Cataluña.
Antonio participa después con su división en la batalla del Ebro, en la que es herido, y en enero de 1939 es testigo de la caída de Cataluña, tiempo de caos y desánimo en el que sigue dando muestras de coraje. A comienzos de febrero atraviesa la frontera por Port-Bou con lo que queda de sus tropas. Su destino es el campo de concentración de Saint-Cyprien, pero en breve está entre los elegidos por el PCE para viajar a Rusia a realizar estudios militares.
Caminos del exilio
El Esquinazau parte para la Unión Soviética a principios de abril de 1939, y en Moscú es destinado a la Academia Frunze, donde trabaja con aprovechamiento. Pronto se le une Elena Lagaz, una maestra y militante del PCE que se había convertido en su pareja durante la guerra civil. Tras la ofensiva alemana, se niega a los españoles la posibilidad de ir a combatir al frente y continúan estudiando, pero el curso concluye de forma apresurada y a finales de octubre son enviados a Tashkent. En las disputas que surgen por el control del PCE entre Jesús Hernández, apoyado por Modesto y Líster, y Pasionaria, Antonio procura no definirse. En realidad todos desconfían de su “comunismo” y lo considera un “romántico”; se le tolera por su talento militar.
Con el progreso favorable de la guerra, los españoles vuelven a la capital en la primavera de 1943 y su vida recobra los viejos cauces. Se sienten ayunos de información contrastada sobre lo que ocurre en el mundo, pero privilegiados al mismo tiempo en un país que sufre enormes dificultades. En febrero de 1946, cuando se le plantea la posibilidad de hacerlo, nuestro protagonista no se lo piensa dos veces y abandona la URSS. No volverá a ver a Elena, ni a la hija de ambos nacida en 1944. Vía Belgrado y Trieste, y tras cruzar monte a través y por sus medios los Alpes, el que llega a Toulouse es un hombre maduro y deprimido, con demasiada historia ya a sus espaldas, que es encargado por el partido de los pasos de militantes a la España franquista en el sector del Pirineo central. Santiago Carrillo está haciéndose en esa época con todos los resortes del poder de una organización que mantiene una retórica triunfalista sobre el fin del franquismo, muy alejada de la dura realidad de los retos que afrontaba la lucha guerrillera.
En 1947 comienzan los problemas con el PCE del Esquinazau, muy crítico con aspectos como la escasa preparación de los guerrilleros, que según él se envían al “matadero”, o la política sectaria y poco realista del partido. Más graves son sus fundadas sospechas de ejecuciones de camaradas, que le resultan insoportables y le hacen renunciar a guiar las “entradas” susceptibles de acabar mal. Con estas cautelas, pronto él mismo se convierte en sospechoso y desde arriba empiezan a tejer una maraña de pistas falsas para inculparlo. No cuentan sin embargo con la amplia red de amigos de Antonio, que lo ponen al tanto de lo que se trama. Como no es hombre que se amilane, él mismo, en una tensa reunión en la que presumiblemente lo iban a eliminar, se enfrenta al aparato del partido, dice todo lo que tiene que decir y, sin dar la espalda y con la mano cerca de la pistola que lleva, sale de la habitación y del PCE. Ese día frustra aún otro intento mortal (Protocolo M) contra él. Corre el mes de octubre de 1947.
El de Canfranc comienza luego a trabajar de obrero por la Francia pirenaica. Es una época dura, en la que rompe la relación epistolar con Elena por las discrepancias políticas. A finales de 1950, tras la ilegalización del PCE en Francia, es deportado a Córcega, y allí va a permanecer casi dos años. Cuando se le permite regresar al continente, con la promesa de colaborar con los servicios secretos franceses, él acepta, aunque su intención es ayudar, como agente doble, a la república española y sobre todo conseguir viajar a América. A finales de agosto de 1953 abraza por última vez a Teodora que han pasado la muga para visitarlo acompañada de sus dos hijos. El mes siguiente parte para Brasil.
Tras recorrer toda Sudamérica en busca de trabajo, a mediados de 1955 nuestro protagonista está de vuelta en Europa, y en París alcanza al fin su sueño de ser admitido, por mediación de Diego Martínez Barrio, con quien coincide esos días, en Unión Republicana, y su reconocimiento como militar republicano. En estas idas y venidas, Antonio actuó como correo e intermediario para facilitar las relaciones entre el gobierno norteamericano y el republicano español, lo cual, inflado conveniente, fue utilizado por su antiguo partido y personajes como Indalecio Prieto para desacreditarlo.
Antonio trabaja en canteras y obras para ganarse la vida hasta que en 1957 logra otra vez un visado para América. Tras una temporada por las repúblicas del Cono Sur, se establece en México en mayo de ese año. En esta última época, el altoaragonés va a disfrutar al menos del apoyo de parientes y buenos amigos, mientras vuelca sus energías en modestos proyectos agropecuarios en un rancho en Matehuala (San Luis Potosí). No pudieron fructificar sin embargo aquellos planes, pues sorpresiva y rápidamente un tumor en el estómago y el bazo puso fin a sus días el 6 de agosto de 1960. Sus exequias congregaron a lo mejor del exilio republicano en tierras aztecas.
Un hombre para comprender una época
Antonio Beltrán fue uno de esos líderes natos que surgen en todas las guerras, seres que parecen inmunes al espanto de convivir con la muerte y capaces de dirigir a otros con inteligencia y claridad de ideas en los momentos más oscuros. El papel que desempeñó durante la guerra civil responde fielmente a este perfil y caracteriza a alguien lúcido hasta en las circunstancias más adversas. El impulso que lo guiaba es transparente desde su participación en los sucesos de Jaca. Su apuesta por la república en aquella ocasión lo era en realidad por un país solidario y fraterno, más allá de patronos explotadores, mentirosas eclesiásticas y monarquía corrupta.
Su poco meditado ingreso en el PSUC en el verano loco de 1936 va a marcar su trayectoria, pero él nunca fue un hombre de partido. Supo colaborar con todos sin sectarismos en los tiempos bélicos, y años después, cuando las estrategias del PCE se hicieron incompatibles con sus principios, no dudó en romper el cordón umbilical, aunque se jugó la vida en ello.
Estos rasgos de su carácter nos explican también las idas y venidas de sus años finales, buscando sólo un lugar tranquilo, que sólo podía ser en América, donde pudiera vivir alejado de los conflictos que habían marcado su existencia. Sus viajes, sus gestiones desesperadas y su eterna frustración son las de un idealista tratando de acomodarse a un tiempo que no dejaba resquicios para ningún idealismo. Él confesó una vez a su hijo, ya en su última etapa: “Yo no puedo vivir ni en el paraíso comunista ni en el mundo mal llamado ‘libre’. Sólo me quedan las tribus del Amazonas.”
Antonio Beltrán es descrito por los que lo conocieron como un hombre abierto y franco, con una gran inteligencia innata, enérgico, valiente y con dotes de mando. Sabemos que acostumbraba ir al frente de su tropa, que era capaz de ponerse en la piel de los otros y que, llegado el caso, era más amigo de esconder a los curas que de fusilarlos. Lo acusaron de venderse, pero a su muerte dejó sólo unas mudas de ropa, algo de calderilla, una amplia colección de fotografías y un millar de cartas regadas por el ancho mundo.
Hay que agradecer a Antonio Gascón el retrato magistral que ha elaborado de un personaje tan sólido en todos sus rasgos y con un perfil tan claro que sirve como piedra de toque para comprender la época que le tocó vivir, tan pródiga en mentiras y miserias.