Primera versión en Rebelión el 27 de mayo de 2013
¿Por qué existen religiones? La universalidad del hecho religioso plantea un reto difícil cuando consideramos su fundamental irracionalidad. ¿Acaso no somos orgullosos individuos de la especie Homo sapiens? ¿Será esto una exageración…? ¿Por qué nos dejamos engañar así, tan fácilmente? Estas son las preguntas que tiene en su mente Walter Burkert (1931), bávaro y profesor de historia de la religión y filosofía griega en la Universidad de Zúrich cuando acude en febrero de 1989 a la Universidad de St. Andrews en Escocia para dictar las conferencias Gifford de ese año. Con los textos de las disertaciones que trataban de responder a estas cuestiones preparó un libro que vio la luz en 1996 y en 2009 fue editado en español por Acantilado (traducción de Stella Mastrangelo). Se persigue en él buscar los argumentos biológicos y psicológicos que yacen detrás del hecho religioso para arrojar así luz sobre este aspecto “sorprendente” de la mente humana.
Arranca el libro analizando la universalidad de la religión y rastreando las definiciones que mejor pueden expresar lo fundamental de este fenómeno tan complejo. Se trata de conjuntos de relatos que explican lo esencial del mundo y van acompañados de rituales que lo permiten controlar. La necesidad de estos para el hombre es palmaria pero ¿por qué habría de ceder ante explicaciones irracionales? Nos encontramos aquí con su capacidad metafórica y con la influencia del lenguaje sobre él. La religión proporciona materiales para la protección mental ante un universo hostil e incomprensible cuya complejidad es así reducida. Esto es válido para un ser profundamente impresionable cuyo nombre mucho más exactamente que Homo sapiens podría ser Homo symbolicus.
Se estudia después el significado del sacrificio y el proceso de razonamiento analógico que esconde. Se trata de ofrendar lo que constituye en realidad una pérdida asumible y aplacar así una energía destructiva desencadenada. Es un intercambio “pars pro toto” (dar la parte para salvar el todo), como si una tempestad o una epidemia pudieran ser “razonables” y aceptar ese trueque. Así es el hombre, animal soñador y simbólico más que cualquier otra cosa. El siguiente capítulo “El núcleo de un cuento” parte de una verdad filosófica: el saber complejo del hombre y las pautas que gobiernan su conducta, así como los patrones culturales, se pueden expresar por medio de cuentos. Estos se ajustan en realidad a unas fases casi fijas (secuencia de Propp) y esconden el ritual de una búsqueda, que en su origen podría ser la búsqueda de alimento. Otro relato arquetípico es la “tragedia de la doncella” que describe los pasos que conducen al nacimiento del héroe y enmascara una ritualización de la experiencia del sexo.
El siguiente capítulo parte de la clásica fórmula de Schleiermacher: “La religión es el sentimiento de depender completamente de dios” para explorar las relaciones entre religión y poder. Los dioses son personificaciones de poder que sólo pueden ser aplacados con rituales de humillación y sumisión, pero también se observa una omnipresente asociación entre el poder político y un poder religioso que le sirve de cobertura ideológica. Así, cada vez que un gobernante utiliza la crueldad lo único que hace es repetir lo establecido por los dioses. Esta relación es puesta de manifiesto desde antiguo por filósofos e historiadores (Aristóteles, Polibio): si los humanos son simplemente siervos del rey, esto queda explicado porque el rey es en realidad simplemente un siervo del dios, que cumple su voluntad. La religión se convierte así en un instrumento insustituible para la explotación del hombre por el hombre.
En la sección sobre “Culpa y causalidad” se nos muestra como las grandes calamidades exigen un ritual de expiación en el que alguien con poderes proféticos diagnostique las faltas cometidas y proponga los sacrificios necesarios. En muchos casos el ritual es repetido luego periódicamente, originándose un culto nuevo. En “El intercambio de regalos” se explora este trueque entre hombres y dioses, que tiene un linaje antiguo. Los dioses son “los dadores de todas las cosas” y los hombres han de responder mediante el sacrificio ritual. ¿Cuál es la razón de esto? La teoría de los juegos ha venido a demostrar que las estrategias de colaboración son más exitosas que las agresivas en las relaciones humanas y el comercio con reglas de equidad es más beneficioso que la agresión y el despojo, pero esto sólo es aplicable a los dioses si les atribuimos un carácter humano que los haga aplacables con dádivas. Es interesante constatar que estos dones al no ser consumidos en realidad por los dioses tienen destinos diversos, como ser reciclados, destruidos o guardados ceremoniosamente en los templos (los valiosos y no perecederos) para cumplir una importante función de prestigio. Se concluye con reflexiones sobre el rol del intercambio a todos los niveles en la instauración del orden cósmico.
El siguiente capítulo versa sobre la validación de los signos y comienza estudiando el sustento psicológico y simbólico de las técnicas de adivinación en las que distintos objetos o procesos son interpretados como signos de lo que ha de ocurrir. Se revela en esto la conciencia de un cosmos pleno de significado típica del Homo religiosus, dispuesto a crear donde no ve para combatir la angustiosa ignorancia. Los signos resultan imprescindibles también para marcar el territorio y las edades y estados del hombre. El capítulo termina analizando cómo los dioses garantes de la verdad absoluta son también la base sólida sobre la que construir los tratados y juramentos necesarios en las relaciones humanas.
A lo largo del libro, Burkert va mostrando ejemplos de todos los aspectos tratados, procedentes de una gran cantidad de ámbitos culturales. El análisis desplegado consigue enraizar el fenómeno religioso en la biología y la psicología del hombre, iluminando lo que al fin se nos aparece como un conjunto de técnicas de supervivencia y dominación, estrategias de control y compresión del mundo de un animal simbólico perdido en la trampa del lenguaje.