Primera versión en Rebelión el 16 de octubre de 2024
Francesc Mir Fullana (Llucmajor, 1952) es un oftalmólogo muy interesado en las artes plásticas, al que gusta abordar problemas fronterizos entre medicina y pintura. En sendos libros había investigado ya las posibles patologías que afectaron a Francisco de Goya y Vincent van Gogh, y en su último trabajo, editado por Olañeta al igual que los anteriores, pone su atención sobre Edgar Degas. En él estudia en detalle la enfermedad ocular que influyó en este gran pintor francés y aporta reproducciones en blanco y negro de las obras analizadas. La conclusión que se alcanza es que en este caso, como en muchos otros, el genio y los condicionantes fisiológicos que actúan sobre él entablan una tensa relación de la que, en circunstancias propicias, pueden surgir innovaciones preciosas para el arte.
Un solterón meticuloso y arisco
Hilaire-Germain-Edgar De Gas nació en París en 1834 en la familia de un banquero francés y una criolla de Nueva Orleans, y muy pronto sintió la seducción de la pintura y se convirtió en discípulo de Dominique Ingres (1780-1867), que combinaba sabiamente neoclasicismo y romanticismo. De él acepta Edgar el consejo de ejercitarse haciendo copias de los maestros, y concienzudamente practica esto en un viaje por Italia entre 1856 y 1860, pero de regreso a Francia la amistad con Édouard Manet lo lleva a la tertulia de los impresionistas, donde circulaban ideas originales que en parte incorpora a su acervo. No obstante, antes que “impresionista”, él prefirió siempre considerarse “realista”, y más que nada un apasionado del dibujo que capta formas en movimiento.
En 1870, al estallar la guerra franco-prusiana, el que firma sus cuadros como “Degas” se alista en la Guardia Nacional, y durante una práctica de tiro advierte una pérdida de visión importante en el ojo derecho, asociada a una fotofobia o sensibilización a la luz. Este problema hará que desde ese momento rehúse pintar en la naturaleza y se ciña a los trabajos de interior sobre todo. En un viaje a Luisiana en 1872 y 1873, conoce además Edgar a su prima Estelle, ciega desde los treinta y dos años, y en ella teme adivinar su triste futuro.
La situación se complicó aún más a partir de 1880, cuando sus dos ojos empeoraron con pérdida de la visión central por aparición de manchas o escotomas, asociada a alteraciones en la mácula con seguridad. Este mal ocasiona también una disminución de la intensidad de los colores, lo que explica los tonos violentos utilizados en los últimos cuadros. No se trata sin embargo de la variedad “senil” de la enfermedad, como se ha escrito a veces, pues la edad del pintor no lo justifica, y más bien podría ser un trastorno de tipo “hereditario”.
Profundamente afectado por un padecimiento que entorpece su labor, nuestro artista es cada vez más huraño y se convierte en un hombre metódico y maniático, que trabaja incansablemente a pesar de sus limitaciones, sirviéndose de lupas y realizando ampliaciones sucesivas de los dibujos para apreciarlos mejor. Para representar los objetos se vale de un compás, con el que toma medidas que traslada al lienzo. No ha perdido sin embargo el gusto de pasear por París, y sale a la calle siempre con gruesas gafas oscuras.
A partir de 1891, Degas ya no puede leer y es su sirvienta Zoé quien le comenta los periódicos, pero sigue trabajando hasta 1908. Estos años finales son tristes para el enamorado de su oficio, que perdió además muchos amigos al tomar partido visceralmente contra el capitán Alfred Dreyfus en el famoso caso que dividió a la sociedad francesa. El fiero antisemita se refugió en el coleccionismo de arte, sobre todo de sus contemporáneos, aunque de los maestros antiguos hizo una excepción con El Greco, de quien tenía cuatro obras. En 1917 Edgar Degas fallece con ochenta y tres años de un aneurisma cerebral; él había dispuesto que en su entierro no hubiera discursos y sólo se dijera una frase: “Amó el dibujo”.
La impronta de la enfermedad en la pintura
Los críticos reconocen que aunque Degas fue siempre un gran pintor, sus mejores obras las produjo precisamente a partir de 1880, cuando ya no veía bien. Sin embargo, es necesario el análisis de un oftalmólogo para descubrir en las pinturas el problema visual de su autor, que no se manifiesta de forma simple. Perspectivas en las que el motivo principal aparece descentrado, asimetrías y amplias zonas vacías en la parte media de los cuadros, son señaladas repetidamente por los estudiosos y encuentran explicación en los escotomas que invadían el centro del campo visual del artista. Mientras tanto las periferias de los lienzos se llenan de una actividad y movimiento en la que los asuntos preferidos son las bailarinas, representadas en 300 de sus 1200 obras, y las carreras de caballos. Las últimas pinturas de Degas, posteriores a 1900, muestran una disolución de las formas correlacionable con la fase final de su retinopatía.
La pérdida de visión llevó a Degas a buscar nuevas formas de expresión, en la pintura al pastel, los monotipos —grabados que generan un solo ejemplar— y la escultura, en la que el tacto es tan importante como la vista. En este arte comenzó con estudios sobre caballos, logrando efectos de equilibrio sorprendentes, y creó después piezas como su Bailarina de catorce años, de 1880-1881, incomprendida en su momento pero aclamada hoy como una obra maestra. También ensayó Degas con la fotografía, arte joven por entonces, produciendo retratos y escenas de calle sobre todo.
La irrupción de un grave problema que dificultaba su trabajo no fue capaz de desanimar a un obstinado como Degas. Si el centro de su campo visual era invadido por manchas oscuras, él llevaba toda la acción a los laterales de la escena, y la enriquecía así con una perspectiva insólita. De esta forma, su “defecto”, tocado por el genio, se convirtió en “progreso” del arte. Mir Fullana afirma en un momento: “Las bailarinas mal enfocadas o asimétricamente representadas por su afección macular hicieron inmortal a Degas.”
La enfermedad de Edgar Degas revela cómo este maestro de la pintura nos legó, además de sus cuadros y esculturas, una lección señera sobre la voluntad que transforma las más penosos trabas en un acicate.