Primera versión en Rebelión el 31 de julio de 2017
El libro, publicado por Escolar y Mayo en 2013, recoge dos opúsculos de Karl Polanyi (1886-1964) que reflejan distintos momentos de la evolución de su pensamiento y sintetizan, al tiempo que profundizan en algunos aspectos, las ideas desarrolladas en La gran transformación (1944), su obra fundamental. La edición es de César Ruiz Sanjuán, que en una amplia introducción nos acerca a las claves de la crítica del liberalismo que realiza el gran antropólogo y economista de origen húngaro.
La esencia del fascismo
Este es el primer trabajo extenso de Polanyi, y lo publica en Londres en 1935, tras su exilio obligado huyendo de la peste parda. En él argumenta que los procesos históricos en curso en aquel momento mostraban una evolución del capitalismo, amenazado por el auge del socialismo, hacia una extirpación de las instituciones democráticas, lo que significaba a fin de cuentas la amputación política del ser humano y su restricción a la dimensión económica de productor.
Las bases teóricas del fascismo se encuentran para Polanyi en interpretaciones sesgadas de la filosofía del Estado de Hegel, como la de Othmar Spann, y del vitalismo de Nietzsche, que tal y como fue desarrollado por Ludwig Klages defiende el predominio en el hombre de las funciones biológicas (alma) sobre las racionales (espíritu). De todas formas, la consumación teórica sólo se produce cuando vitalismo y totalitarismo se conjugan en el “principio racial” de Alfred Rosenberg.
Polany sostiene vehementemente a lo largo del texto que la crítica al socialismo de los ideólogos del fascismo implicaba necesariamente un ataque al cristianismo. No obstante, debe reconocerse que aunque este ocurrió hasta cierto punto en Alemania, la colaboración de las jerarquías eclesiásticas con el fascismo y el apoyo mutuo entre ambas ideologías fue frecuente en muchos otros lugares, más allá de las diferencias que pueden existir entre el fascismo y el concepto idealizado de cristianismo que Polanyi maneja.
Hasta los años 30, capitalismo y democracia habían ido de la mano, pero los acontecimientos de aquel tiempo demostraron que la burguesía estaba dispuesta a sacrificar la individualidad del ser humano para salvar el proceso de acumulación. Quedó así palmariamente de manifiesto la incompatibilidad entre democracia y capitalismo, pues la alienación inherente a este, definida y estudiada por Marx, transforma al hombre en un engranaje económico que difícilmente alcanza la conciencia necesaria para desarrollar la dimensión política implícita en su naturaleza.
Nuestra obsoleta mentalidad de mercado
Se trata de un artículo de 1947 en la revista Commentary que resume las tesis fundamentales de La gran transformación, y fue incluido luego en una recopilación de ensayos publicada en 1968. Polanyi defiende aquí la necesidad de reintegrar la esfera económica dentro de las relaciones sociales, habida cuenta de que fue la independencia de la economía, auspiciada por el liberalismo, la que dio lugar al fascismo. La conclusión es que sólo instaurando una auténtica democracia quedará la economía bajo el control de la sociedad y podremos estar a salvo de la barbarie fascista o liberal.
La obra analiza la historia de la sociedad de mercado, desde su surgimiento en la Inglaterra del siglo XIX. Es aquí donde la economía se establece como un ámbito autónomo, haciendo que todo, incluidos el trabajo y la tierra, se convierta en mercancía. Lo social, las costumbres y lo moral pasan entonces a estar subordinados a lo económico por primera vez en la historia. De todas formas, como este mecanismo actuando sin restricciones amenaza con destruir la sociedad, inmediatamente surgen procesos que corrigen y al mismo tiempo posibilitan la dictadura del mercado.
El nuevo protagonista de la historia, que resulta ajeno a todas las lecciones de la antropología sobre la organización de las sociedades humanas es el homo oeconomicus, al que mueve solamente el afán de ganancia, y la máquina que se pone en funcionamiento provoca pronto decenas de millones de víctimas en hambrunas de India, China o Irlanda, que las leyes inexorables del mercado impiden que sean aliviadas. El proceso de acumulación trae consigo inevitablemente guerras imperialistas y al final la única opción para que pueda seguir adelante es la anulación de la dimensión individual del ser humano en el éxtasis nacionalista del fascismo.
Para Polanyi, la alternativa a la sociedad de mercado no estaba en una economía centralizada como la que se daba en la Unión Soviética, que necesariamente habría de degenerar en una burocratización y esclerotización de la vida política. Su apuesta era más bien por mecanismos de autogestión y socialización de la producción, fundamentados en una democracia que enraizara en lo laboral y lo económico. En el sistema que él atisba, podría haber un lugar para el mercado, pero este dejaría de ser la instancia directriz de la economía.