Primera versión en Rebelión el 16 de abril de 2015
Jorge Valadas (Lisboa, 1945) desertó muy joven del ejército colonial portugués en el que era oficial y se exilió en París, donde trabajó de electricista y participó en las luchas antiautoritarias, publicando textos con el nombre de Charles Reeve. La memoria y el fuego (Pepitas de calabaza 2012, trad. de Quim Sirera) es el primer libro que firma con su propio nombre y contiene un lúcido análisis de la situación actual de Portugal, de su economía en decadencia y su sociología desquiciada, y un intento también de buscar las causa de todo ello en la Historia, lejana y reciente, y en los mitos de una democracia que no merece tal apelativo.
Corre el año 2005. En Portugal un gobierno que se autodenomina socialista aplica las recetas del más crudo neoliberalismo: recortes en enseñanza y sanidad, aumento de la edad de jubilación, reducción de prestaciones, congelación del sueldo de los funcionarios, subida del IVA… En el país crece la indignación. En el mes de junio, el entierro de Álvaro Cunhal se percibe como la desaparición de un político de una raza distinta a la de los tristes peones del gran capital que se suceden en el gobierno. Mientras tanto, como cada verano arden cientos de miles de hectáreas de bosque y el paisaje se desertifica; la población emigra hacia el litoral para vivir a la sombra de una industria turística que crea escenarios de horror y acapara unos recursos hídricos cada vez más escasos.
Trabajo precario, pobreza y marginalidad; la delincuencia crece y provoca miedo. En junio de 2005 también, una playa donde se congregan jóvenes de raza negra es tomada por la policía sin que se sepa bien por qué… Las grandes empresas deslocalizan, los salarios se hunden, el paro se dispara y la clase media se proletariza. La brecha entre ricos y pobres no hace más que aumentar, pero la fiebre del consumo arrecia y el endeudamiento de los ciudadanos alcanza cifras astronómicas. Miles de portugueses acuden a España y otros países a vender su fuerza de trabajo, en ocasiones mediante la intermediación de engajadores, auténticos negreros. En el país la clase obrera vive una mezcla de “pobreza antigua y precariedad moderna” y el anémico estado del bienestar ha de ser sacrificado al dios mercado. Portugal es el lugar de Europa donde la emigración se mantiene en niveles más altos al tiempo que crece la inmigración.
Mientras la producción se derrumba, gurús como António Borges, banquero y fundador del PSD (Partido Socialdemócrata), predican una nueva economía para Portugal, basada sobre todo en servicios. La construcción es un puntal de esta vía y se recuerda el caso de un descubrimiento arqueológico “hormigonado” tras una breve pausa para extraer restos y tomar fotografías. Con este respeto por la Historia, el futuro no puede ser más oscuro. Pero esta Historia, si se rebusca en ella está llena de esperanza. Un ejemplo es el movimiento de oposición a la guerra que se produjo tras la ruptura de hostilidades con Alemania por parte de la joven república portuguesa en marzo de 1916. Fue esencial en él la actividad de anarquistas internacionalistas y se creó una situación de conmoción social de la que surgieron también las “apariciones” de Fátima, utilizadas para “reemplazar el mesianismo igualitario por un misticismo individual sumiso a la Iglesia”. La intelectualidad portuguesa manifestaba en aquellos tiempos un agudo desprecio por la capacidad del pueblo para luchar por su liberación y lo veía proclive siempre al sometimiento a un poder religioso o político. Así se comprueba en Fernando Pessoa o Rafael Bordalo Pinheiro. El panorama de 2006, con pobreza galopante, hambre y una sociedad en descomposición, pero perfectamente sumisa, parece darles la razón.
Es un gran poeta, Antero de Quental (1842-1891), el que nos da algunas claves de esta desgraciada indiferencia en su obra Causas da decadencia dos povos peninsulares (1871). Para él, el relativo florecimiento y tolerancia medievales son sustituidos luego en nuestras tierras por una letal combinación de integrismo religioso, absolutismo político y una economía no productiva, basada en la explotación de las colonias. Es entonces cuando las clases populares caen en una miseria ignorante y desmoralizada, y los poderosos en otra de corrupción, lujo y vicio. Así llegamos hasta hoy, donde estas actitudes persisten en una esquina de la Europa globalizada.
En la actualidad, la guerra colonial sigue siendo un tabú en la sociedad portuguesa. Valadas nos acerca al papel de la policía secreta en aquel conflicto y a la impunidad de que gozaron sus agentes con el advenimiento de la democracia. El libro de José Gil Portugal hoje, o medo de existir diagnostica a su juicio de forma errónea la situación del país, centrándose en una democracia abstracta e ignorando las diferencias de clase. Se desprecia así lo más prometedor de la Historia reciente: las agitaciones y huelgas de los comienzos del siglo XX y la propia Revolución de los Claveles: “El problema no está tanto en el ‘miedo de existir’ sino en la perspectiva impuesta de una existencia privada de sentido, consustancial al horizonte insuperable del capitalismo”.
Se repasa la biografía de Álvaro Cunhal, máximo dirigente del PCP y autor también, con el seudónimo de Manuel Tiago, de varias novelas en las que sigue las directrices del realismo socialista, corriente estética que tuvo gran influencia en la sociedad portuguesa, incluso después de la caída de la dictadura en 1974. Entre 1940 y 1945, el PCP sufre un proceso de “reorganización”, en el que fueron purgados todos los elementos que no se plegaban a la estructura autoritaria impuesta desde Moscú. Tras la Revolución de los Claveles revivieron experiencias de acción directa colectiva, con ocupaciones de latifundios y empresas, pero el reformismo del partido lo llevó a tener un papel importante en la “normalización democrática” que siguió. Y al final el capitalismo liberal ha sido más eficaz a la hora de alienar y destruir cualquier idea de utopía o emancipación social que los regímenes de Salazar o Caetano.
La “democracia” que se publicita hoy día viene acompañada de la decadencia del asociacionismo popular que floreció en Portugal a principios del siglo XX. Georges Sorel ya vio claro que la “democracia parlamentaria” podía significar la sumisión del sindicalismo al aparato del estado y la pérdida de su carácter libertador. En Portugal es tras la Revolución de los Claveles y la aguada democracia en que derivó cuando se alcanza la integración económica con la Europa capitalista y cunde el desánimo. No se comprenden las protestas ante el desastre del Nobel Saramago, tan ligado al PCP, corresponsable de esta deriva.
El libro concluye con una crítica de la obsesión por los títulos académicos que caracteriza la vida portuguesa, manifestación de un clasismo de raíces antiguas. La burguesía, liberal o conservadora, que expropió el país a la Iglesia y los aristócratas en el siglo XIX sentía un profundo desprecio por las clases populares y solamente la organización del movimiento obrero fue capaz de plantar cara a este racismo social. En este sentido, se le ha de reconocer al PCP su mérito de mantener viva la resistencia en los años del salazarismo. El 25 de abril abre un paréntesis que se cierra pronto con el regreso de los viejos monstruos, pero ahora el “milagro democrático” hace que la marginalidad se viva como autodesvalorización.
El diagnóstico no parece dejar mucho lugar para la esperanza, pero las referencias continuas a los pensadores lúcidos que vieron el desastre y ofrecieron sus remedios quiere ser también un llamamiento a la resistencia, porque a pesar de los pesares, el hombre es capaz de razonar y los caminos están abiertos.