Primera versión en Rebelión el 24 de agosto de 2022
Durante el siglo XVII, la selva que riegan el Paraná y el Uruguay vio a los indios guaraníes levantar pueblos de arenisca roja hermosos y austeros para que les sirvieran de morada. Padres jesuitas lideraban su empeño de una nueva vida, con anuencia de reyes y virreyes, pero bajo la mirada reprobadora de los que sólo veían en el indio mano de obra esclava para sus plantaciones y minas.
Así vivieron muchos años decenas de miles de almas, agrupadas en treinta comunidades en las que se practicaba un socialismo confesional y sin estridencias, se editaban libros en guaraní y se componía y cantaba música indo-barroca. Era aquél un oasis en el que se abolió la pena de muerte, la jornada laboral era de seis horas diarias y se cultivaban con esmero casi todas las artes. Los padres de la Compañía reinterpretaron las creencias de los indios, y el catolicismo sirvió de molde para el aguyé de los guaraníes, su ancestral búsqueda de una “tierra sin mal”.
Lamentablemente, el espíritu del capital conspiraba contra todo aquello y al fin logró echarlo por tierra, aunque sin conseguir que su memoria se desvaneciera y dejemos de buscar claves y lecciones en una experiencia cargada de ellas. ¿Cómo era en realidad la vida en aquellos falansterios clericales y selváticos? Los testimonios de los que la vivieron resultan preciosos, y por ello me gustaría recordar aquí el de José Manuel Peramás, uno de aquellos jesuitas temerariamente dispuestos a construir un paraíso en la tierra.
Un humanista en la selva
José Manuel Peramás nació en Mataró el 7 de marzo de 1732 y con quince años ingresó en la Compañía de Jesús, en la que realizó estudios de literatura y filosofía. En 1754, atraído por la labor evangelizadora de su orden en América, viajó al Virreinato del Río de la Plata, y tras concluir su formación y ser ordenado, a finales de 1758 fue destinado a la misión guaraní de San Ignacio Miní. En ella se entregó con otros tres padres a la cristianización de los indios.
Peramás sólo permaneció un año y medio en la selva, pues en seguida fue encargado de la cátedra de retórica de Córdoba, que ocupó hasta la expulsión de los jesuitas de los reinos hispanos en 1767. Establecido después en Faenza (Italia), desarrolló una extensa producción literaria en latín, en la que destacan biografías de miembros de su orden, misioneros en las tierras americanas; el poema De invento novo Orbe; Annus patiens, su relato de las vicisitudes del destierro sufrido; y De administratione guaranica comparate ad Republicam Platonis commentarius, de 1793, donde contempla las ciudades levantadas en la selva con ojos de humanista y responde a los difamadores de la Compañía. Esta obra fue vertida al castellano en Argentina por Emecé en 1946 como La República de Platón y los Guaraníes, con prólogo del historiador y jesuita argentino Guillermo Furlong y traducción y notas de Juan Cortés del Pino.
¿Comunismo guaraní?
En La República de Platón y los Guaraníes, Peramás contrasta la doctrina platónica y la realidad guaranítica para distintos aspectos de la vida. Somete así a escrutinio la ubicación de las ciudades, la construcción de las casas, los ciudadanos, los templos y sacrificios, la comunidad de bienes, los casamientos, la educación de la juventud, la música, los bailes, el trabajo colectivo, las comidas públicas, las artes y su desarrollo, el comercio, las relaciones con los extranjeros, el vestido e indumentaria, los magistrados, las leyes, el orden público, las penas, los funerales y los entierros. En cada uno de estos capítulos hallamos datos de interés sobre la vida en las misiones, al tiempo que las normas y costumbres establecidas en ellas quedan adornadas de referencias clásicas.
La fuente de inspiración de los misioneros estuvo sin duda más en las Leyes de Indias que en el filósofo ateniense, con lo que las semejanzas descritas por Peramás se deben sobre todo a coincidencias o paralelismos en cuestiones lógicas y de buen sentido, con valor universal. En cualquier caso, las analogías expuestas se leen con placer, por su amable erudición y su reivindicación de una sociedad armoniosa, que al final nos parece como idealizada en un tiempo mítico: “No había entre ellos un solo soldado profesional. Sin embargo, llegado el caso, todos estaban en condiciones de actuar como soldados. En esto seguían el ejemplo de Platón, el cual, como arriba dijimos, deseaba que todos los ciudadanos, incluso las mujeres, estuviesen debidamente adiestrados para el caso de una guerra forzosa.”
Tiene especial interés lo que se detalla sobre la organización de la vida. En las misiones cada año se atribuía a cada familia un campo para que lo cultivara en su beneficio, mientras otras tierras eran de la comunidad: “Con este sistema, todas las familias eran casi iguales y poseían los mismos bienes, a no ser que alguno cultivase su campo con mayor diligencia y obtuviese mayores cosechas. Pero esto introducía una desigualdad insignificante, y más bien constituía un estímulo (…). Por lo demás, entre los guaraníes no había un solo mendigo; porque si alguien no podía trabajar, era alimentado públicamente, y si podía, era obligado al trabajo.”
Contra los que habían afirmado que los indios eran esclavos de los jesuitas, argumenta Peramás lo raro de que nunca hubiera sublevaciones contra amos tan escasos en número e indefensos, y aduce el testimonio de un noble español que vivió entre los guaraníes y tras observar la labor infatigable de los misioneros llegó a decir: “No son los indios esclavos del misionero; son los misioneros esclavos de los indios.”
Una selva de opiniones
La obra aporta también una aproximación a las interpretaciones de diversos autores sobre las misiones. El abate Raynal, historiador, enciclopedista y fustigador del colonialismo en su Histoire des deux Indes (1770), dedica sin embargo alabanzas a la comunidad de bienes y la forma de vida establecida por los jesuitas. Peramás se queja, no obstante, de que Raynal vea en esta sociedad sólo un reflejo de una filosofía humana y no el plegado a las directrices evangélicas, lo que hace que lo apostrofe: “Raynal, el bien de la sociedad no puede derivar de las doctrinas pestilentes de los filósofos modernos (entre los cuales estás incluido), sino de la doctrina y preceptos de Jesucristo.”
Entre los que vieron aquello con buenos ojos están también Buffon, Ladouceur, Haller, Büsching o Montesquieu. Peramás menciona también detractores, como el holandés Cornelius de Pauw, aunque, en general, sus invectivas son tan irreales que provocan más risa que otra cosa. En un próximo artículo recogeré más valoraciones sobre la obra de los hijos de Loyola en Paraguay.
Jesuitas: entre La misión y La araña negra
Quizá lo más chocante de La República de Platón y los Guaraníes sea su capítulo postrero, titulado: “Apóstrofe a los filósofos liberales”, en el que Peramás afirma tajantemente que la ordenación social descrita no sería aplicable a los territorios europeos, en los que, una vez establecida la desigualdad de clases, pretender eliminarla equivaldría a crear en los pueblos un horrible estado de confusión. Sin duda las noticias que llegaban de Francia aquellos días afianzaban esta opinión.
Además, según el otrora evangelizador de los guaraníes: “No hay precepto natural que diga que todos somos iguales, ni Dios exigió jamás semejante cosa para el buen gobierno de los pueblos.” Y no es menos cierto para él que: “¡Cuántas y cuán variadas dificultades crea esta platónica comunidad de bienes e igualdad de todos! En ninguna parte, hasta ahora, ha existido ciudad alguna que se rigiera por estas instituciones, ni creo que podrá existir jamás en el futuro.” ¿Acaso no recuerda el autor de esta frase lo que él mismo contribuyó a crear en América? Por lo visto, no.
Peramás se explaya citando todas las diferencias sociales y pecuniarias sancionadas por la divinidad en las sagradas escrituras, y concluyequeDios aprueba la desigualdad y ésta es legítima, siendo a la par necesaria, pues, como se vio, otra cosa es imposible. Colectivista en América, nuestro reverendo padre se transfigura en Europa en un furioso reaccionario. Y en todo momento encuentra apoyo en la biblia para sus afirmaciones, tan diversas. Así da gusto.
Nada de esto debe extrañarnos. Comprometida a muerte con el antiguo régimen que garantizaba sus privilegios, la iglesia católica miraba con horror el igualitarismo que predicaban los abanderados del nuevo orden social. Ello no fue óbice, sin embargo, para que enfrentados al reto de extender su fe en tierras lejanas, los jesuitas fueran capaces de crear, inspirados por lo mejor de la doctrina cristiana y sacando todo el provecho posible de las Leyes de Indias, un milagroso oasis de colectivismo y coexistencia armoniosa en las selvas de Sudamérica. El sueño no duró demasiado, pero aún nos ilumina.
El padre Peramás falleció en Faenza el 23 de mayo de 1793 tras una breve y dolorosa enfermedad. Entre sus papeles más íntimos encontraron unas líneas en las que confesaba su voto al oficiar diariamente el sacrificio de la misa: “Pro America; Pro Indis et Nigris; Pro Juventute.”