Primera versión en Rebelión el 5 de diciembre de 2024

El historiador marxista Perry Anderson, nacido en Londres en 1938 y profesor muchos años de la Universidad de California en Los Ángeles, es conocido por sus trabajos que analizan desde el feudalismo y las monarquías absolutas hasta la filosofía y política del siglo XX. El volumen que Verso acaba de publicar como La Revolución de los Claveles empezó en África (trad. de Abraham del Río Serantes) reúne tres artículos suyos aparecidos en 1962 en New Left Review con el título conjunto Portugal y el fin del ultracolonialismo, e incorpora además como epílogo una versión en castellano de La prueba en Portugal, un artículo de 1974 de Robin Blackburn en la misma revista.

Anderson ofrece en sus textos un análisis económico, social y político del Portugal de los comienzos de los 60, sintetiza luego la historia del Imperio portugués, poniendo de manifiesto sus peculiaridades, y culmina con la insurrección angoleña, que nacía por entonces y le hace vaticinar el fin inevitable de la aventura colonial lusa. Por su parte, Blackburn examina en su texto el origen y desarrollo de la Revolución de los Claveles, ocurrida el mismo año en que publica su artículo, y trata de discernir las expectativas que se abren en aquel momento de confusión y esperanza. El libro en su conjunto resulta de gran interés por su descripción rigurosa de la ligazón económica y política entre las colonias y la metrópoli en un imperialismo sui generis, que se mostraba completamente inviable.

Portugal en los años 60

Un vistazo a la economía portuguesa a comienzos de los 60 retrata un país subdesarrollado, con un sector industrial muy reducido, agricultura de semisubsistencia y el nivel de vida más bajo de Europa occidental. El campesinado era con diferencia la clase más numerosa, y sufría latifundismo en el sur y minifundismo en el norte, con resultado de desempleo crónico y escasa productividad. Las condiciones habitacionales, nutricionales y sanitarias eran propias del tercer mundo. Este panorama era regido por una “pequeña y compacta oligarquía de familias”, que gobernaba el agro feudal y capitaneaba bancos e industrias, compartiendo el pastel con una gran penetración de capital británico.

La estructura política que hacía posible esta situación era la dictadura de Salazar, reducto del fascismo europeo con origen en la revuelta militar que en 1926 puso fin a la I República portuguesa. Este régimen, aparte de servir a las élites, había desarrollado un entramado paramilitar e ideológico propio, con un Estado que organizaba el ente social en corporaciones sobre las que ejercía luego su mediación, y un papel fundamental del Ejército. No obstante, esta superestructura fascista se había hecho necesaria sólo por la debilidad de la ideología religiosa que dirigía tradicionalmente el país y seguía moviendo sus hilos en la sombra.

Historia y peculiaridades del Imperio portugués

Sorprendentemente, la nación que se acaba de describir era la metrópoli de un imperio que la convertía en la tercera potencia colonial del mundo, y buscar la causa de esto nos obliga a remontarnos al siglo XV, cuando los portugueses, tras sus navegaciones por el Atlántico y el Índico, establecieron un lucrativo comercio, obteniendo oro y esclavos en África y especias en la India, de forma que a mediados del XVI ya controlaban una amplia zona con bases navales hasta Macao, en la China meridional. Era éste un imperio comercial que generó enormes riquezas y ejerció una violencia muy exitosa, sobre todo por la potencia de fuego de su artillería, en un momento además en que no había grandes contrincantes. Paradójicamente sin embargo, mientras esto ocurría, en la metrópoli la agricultura y la industria decaían y la población se pauperizaba.

El paso siguiente fue la transición del imperialismo de intercambio al de extracción, que exigía la ocupación del territorio y un uso más sistemático de la violencia. La colonización del Brasil comenzó en el siglo XVI y pronto las plantaciones fueron surtidas de esclavos negros, pero la penetración en el interior de África estaba muy ceñida a las cacerías humanas necesarias para abastecer América, de forma que con la prohibición de la trata se calcula que para mediados del siglo XIX el número de portugueses en el área subsahariana no superaba los 3000.

No es hasta finales del siglo XIX cuando se impone en África un nuevo tipo de imperialismo, industrial y tecnológico, que explota vastos territorios en busca de materias primas, valiéndose de “empresas privadas que ejercen poderes públicos”. En esta época las potencias europeas se reparten la tarta y para Portugal quedan dos raciones abundantes: Angola y Mozambique, aunque la conquista militar se demoró y el control efectivo sólo se consiguió tras el fin de la I Guerra Mundial. No obstante, Anderson enfatiza que el modelo existente en ese momento de imperialismo industrial no se aplica en el caso de Portugal, pues la economía de la metrópoli, en bancarrota, no demandaba ese desarrollo. Se trata solamente de una “colonización refleja”, que imita la expansión de otras potencias sacando provecho de la presencia previa en la región. De hecho, el capital de las compañías que explotaban la empresa era dominantemente extranjero.

En el libro se señalan algunas características que marcan lo peculiar del Imperio portugués. La primera, descrita en detalle, es un uso sistemático del trabajo forzado que provocaba la huida en masa de la población a regiones vecinas y para Anderson no tiene parangón con el que se daba en otros lugares del continente. Otras potencias recurrieron a esto en un principio, para pasar luego a una fase en que el estilo imperialista cambia y “el terror da paso al paternalismo”, pero esta transición no se dio en las colonias portuguesas, lo que revela su poca pujanza económica.

Otra diferencia la marca que los colonos portugueses llegan en muchos casos huyendo de las malas condiciones de vida que les ofrece la metrópoli y sufren en África desempleo y privaciones. Una alternativa que se les da es la fundación de comunidades rurales exclusivamente blancas, pero éstas muestran escasa viabilidad. Hay que señalar además que a pesar del fervoroso catolicismo salazarista, la conversión de los nativos no progresaba demasiado y padecía una intensa competencia de los misioneros protestantes, más solícitos con las poblaciones locales.

La legislación y la práctica social vigentes por entonces evidencian un racismo rampante, con la población africana sumida en analfabetismo y miseria, pero la ideología colonial portuguesa disfrazaba esto publicitando un proyecto benéfico y de honda raíz religiosa, promotor de progreso social y espiritual, y ajeno a la dominación económica capitalista de otras potencias. A pesar de estas intenciones proclamadas, lo cierto es que la penetración de empresas extranjeras en Angola y Mozambique, descrita en detalle en el libro, se disparaba a comienzos de los 60, lo que caracteriza un “condominio encubierto” en el que el capital foráneo ejecutaba y el gobierno portugués permitía y cobraba su mordida.

Anderson define esta situación como “ultracolonialismo”, una explotación exacerbada y anacrónica, que el signo de los tiempos pronto iba a poner en entredicho.

La insurrección de Angola

La oleada de movimientos de liberación africanos de los 50 no podía dejar de lado los enclaves coloniales portugueses, y puede decirse que fue la independencia del Congo en 1960 el detonante de la insurrección nacional que estalla en Angola en marzo de 1961 y en pocos días pone casi todo el norte del país en manos de los rebeldes. Los colonos de estas áreas fueron evacuados y la población blanca se confinó en la capital, Luanda, mientras se bombardeaban las aldeas del norte y en el sur se imponía el terror sobre los africanos.

Con efectivos llegados de la Península, en julio los portugueses emprenden una contraofensiva que logra recuperar poblaciones, pero deja el territorio a los insurrectos, y éstos en noviembre atacan de nuevo. La situación de entonces se describe como una guerra de guerrillas combatida con represión y bombardeos masivos, un auténtico genocidio, pero la organización y armamento de los sublevados eran cada vez mejores por el apoyo exterior.

Escribiendo en 1962, Anderson considera las perspectivas de futuro. La situación internacional, con la ONU, e incluso tibiamente los Estados Unidos, apoyando la independencia, era para el gobierno luso un problema y trató de contrarrestarlo buscando alianzas con España, Reino Unido o Sudáfrica. La gran dependencia económica de la metrópoli respecto a sus colonias determinó una crisis galopante, con fuga de capitales y el escudo tambaleándose a medida que aumentaba el gasto militar. Subidas de impuestos y préstamos extranjeros sirvieron para capear el temporal, pero Anderson augura inestabilidad por los esfuerzos que se exigen a las clases privilegiadas del país. Paralelamente, se aprecia descontento entre los militares más liberales (otanistas), consternados por el respaldo norteamericano a los rebeldes y dispuestos a hacer concesiones, mientras las clases populares no llevan bien el reclutamiento masivo y se producen disturbios por todo el país.

En 1962, observando como la guerra se extiende, el régimen se aísla de cualquier otra fuerza social, los militares toman distancia, obreros y estudiantes se movilizan y el capital huye, Anderson concluye que el “fin de una época es inminente”.

La Revolución de los Claveles

Robin Blackburn en su epílogo repasa la evolución del régimen salazarista en los 60 y 70, con apertura del país al capital extranjero, crecimiento económico y demográfico en las áreas urbanas, y cierta liberalización, que hizo posibles elecciones controladas en 1969 y 1973, con victorias oficialistas. En este último año, la inflación galopante, malestar social y huelgas llevaron a oficiales de izquierdas a organizarse en el Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA), que demandaba libertades políticas, e incluso dentro del régimen personalidades como el general António de Spínola en su libro Portugal y el futuro (1974), propuso una respuesta “neocolonial”, con una federación de la metrópoli y sus colonias, como alternativa al “ultracolonialismo” oficial.

Es así como el 25 de abril de 1974 el MFA, en una acción sorpresa a los acordes de la canción Grándola Vila Morena, logró hacerse con el control del país, aunque la existencia de focos de resistencia obligó a un compromiso con Spínola y las fuerzas de su entorno, con lo que la Junta de Salvación Nacional (JSN) que se instituyó fue encabezada por éste. Tres semanas después se formó un gobierno provisional, presidido por un amigo de Spínola, pero con dos ministros comunistas y otros dos socialistas. La bicefalia va a ser el signo de unos meses en que se restauran libertades y el pueblo exige saneamento de los fascistas notorios que siguen en posiciones de poder, sin que esto se logre demasiado en las Fuerzas Armadas.

Los avances en la descolonización resultaban excesivos para el ala spinolista del gobierno y en septiembre organizaron una gran manifestación en Lisboa como preludio de un Putsch. Sin embargo, las precauciones del MFA consiguieron desbaratar los planes y el general se vio obligado a presentar su dimisión como presidente de la República y la JSN. No obstante, como se vería después, la reacción seguía teniendo fuerza.

Tras la publicación del texto de Blackburn, Spínola auspició otra asonada militar en marzo de 1975, que fue rápidamente sofocada. Los intentos de reforma radical a partir de ese momento, con nacionalización de la banca y gran parte de la industria y una ambiciosa reforma agraria, avivaron una intensa polarización social que amenazaba desembocar en guerra civil hasta que a finales de ese año los militares más derechistas tomaron el control del Ejército y las aguas volvieron a su cauce. El año siguiente el país se dotó de una nueva constitución y poco después en las primeras elecciones democráticas a la presidencia de la República se impuso António Ramalho Eanes, del sector moderado de la UMD, con el apoyo de socialistas, cristianodemócratas y socialdemócratas.

Perry Anderson y Robin Blackburn describen rigurosamente en este libro cómo se encadena la evolución de los acontecimientos en Portugal y Angola durante los años 60 y 70 del siglo XX, y ciertamente demuestran que la Revolución de los Claveles empezó en África, pues allí se gestaron las dificultades en la economía de la metrópoli que movilizaron a diversos sectores sociales para poner fin a la dictadura. La historia trazada ofrece un ejemplo, extraño y extremo, del fracaso de un proceso colonial que, al margen de los rostros más comunes del imperialismo capitalista, consistió más que nada en una imposición de trabajo forzado torpemente disfrazada de tutelaje espiritual.