Primera versión en Rebelión el 31 de julio de 2018
En enero de 2007 Francisco Rodríguez de Lecea recibe la visita de Lucio Urtubia, que viaja a Barcelona desde París para conocerlo y tratar de transmitirle el encargo de dar forma final a las memorias manuscritas que ha elaborado. Él era un candidato ideal para esta empresa, pues había traducido al castellano unos años antes la biografía de Lucio escrita por Bernard Thomas, y sin pensarlo dos veces decide sumarla a sus quehaceres, sinceramente honrado, y en el convencimiento de que: “Las veinticuatro horas del día alcanzan para muchas cosas si les dedicas los esfuerzos necesarios”. De todo esto nos da noticia Francisco en su prólogo para La revolución por el tejado, y de la amistad que nace en ese momento, de experiencias y andanzas compartidas y más que nada del placer de explorar y dar a conocer la vida de un hombre que, aparte de ser toda ella una aventura fascinante, evidencia a cada paso un compromiso, sin desmayo y sin dogmas, con la liberación del ser humano.
El libro lo publicó Txalaparta en 2008 y ya va por la 6ª edición. Leerlo es una delicia. Oral, desinhibido y lleno de sabiduría nos atrapa desde el principio, y pronto averiguamos las obsesiones de su autor: valor para escapar de lo que nos impusieron, lucha continua por ir más allá de uno mismo, utopía a fin de tener un horizonte. En Cascante, en la ribera navarra, nace Lucio Urtubia Jiménez en febrero de 1931, en una familia de agricultores, tercero de seis hermanos. Su padre es un carlista convertido al socialismo y que se salva casi por milagro de la represión de la guerra civil. Su madre, una abnegada mujer esclava de los suyos. Todos conocen hambre y privaciones en los años de plomo. Lucio va a la escuela hasta los diez y luego empieza a acompañar a su progenitor al campo y ayudarle en las duras faenas: las olivas, la siega, la vendimia… Después es peón de albañil y planta pinos en la sierra del Perdón.
Tras la muerte de su padre en 1950, unos amores desgraciados le hacen dejar Cascante; llega hasta Bilbao y Francia, pero regresa al poco tiempo. Luego va a Valcarlos en el Pirineo, y allí se gana la vida como albañil y contrabandista junto a su hermano mayor, Alfonso. En 1952 se presenta voluntario para el servicio militar en Logroño, y cuando lo encargan de la cantina, colabora en raterías organizadas en el almacén. En un largo permiso vuelve a Valcarlos, pero al descubrirse los hurtos, de los que pretenden atribuirle más responsabilidad de la que tenía, ha de poner la frontera de por medio. Así llega en el verano de 1954 a París, donde ya trabajaban dos de sus hermanas.
En la capital de Francia el de Cascante recupera sus labores de albañil, en las que compañeros catalanes de la CNT lo introducen en las ideas anarquistas, pero su vida cambia sobre todo en 1957 después de que Quico Sabaté busque refugio en su casa y se convierta en su mentor. Él le contagia el virus de la acción y en breve Lucio participa en varios atracos a bancos. Son años duros, de jugar con la muerte, y cuando el Quico cae en Sant Celoni en enero de 1960, a su joven amigo sólo le consuela haber desaconsejado el imprudente viaje a España.
Mediante “expropiaciones” se consiguen máquinas de impresión, que junto a otras que se compran, pues dinero no falta, hacen posible incrementar exponencialmente la propaganda ácrata. Nuestro navarro colabora esos años en la creación de diez imprentas, algunas importantes, al tiempo que se revela como un falsificador consumado. Es época de roces con la dirección de la CNT, sumida en abstracciones, y de viajes a España a llevar efectivo, impresoras o armas. Además, comienza sus relaciones con Anne, la compañera de su vida, activista libertaria implicada en innumerables proyectos humanitarios y madre de su hija Juliette, nacida en 1970.
Mayo del 68 trae jornadas luminosas de organización y lucha, pero la división de la izquierda y la falta de impulso revolucionario en las masas abocan al fracaso. Después, Lucio compatibiliza su militancia anarquista, que lo llevan a tener que pasar temporadas en la clandestinidad y a ser encarcelado varias veces, con el trabajo de alicatador, agotador pero bien pagado. Más tarde, cuando ve una ocasión propicia, adquiere una pequeña empresa de construcción, que crece con el tiempo y llega a contar con treinta operarios. El estigma de participar en la explotación capitalista se mitiga tratando bien a los empleados, dando trabajo a expresos y refugiados y dedicando parte de las ganancias a la lucha emancipadora. Años después, ofrecerá a los obreros poner la empresa en autogestión y estos rechazarán el cambio.
Nuestro alicatador tuvo algún papel en secuestros que se resolvieron de forma bastante afortunada, como el del director del Banco de Bilbao en París, Baltasar Suárez, en 1974, por los Grupos de Acción Revolucionaria Internacionalista, que buscaba sobre todo lograr el final de las ejecuciones en España, o el de tres cónsules por los poli-milis de ETA en 1981. No obstante, su caso más sonado fue una meticulosa y masiva falsificación de traveller’s cheques del Citybank de la que fue principal protagonista y que sirvió para financiar grupos revolucionarios por todo el mundo. El asunto concluyó con su detención en 1980, tras una traición relatada en el libro, pero la magnitud de la operación obligó al banco a negociar para abortarla y se consiguió que la condena fuera sólo simbólica.
Lucio hace memoria de sus cárceles, en las que nunca permaneció largo tiempo, y niega las acusaciones de haber financiado al Partido Socialista de Mitterrand, aunque confirma y da detalles de excelentes relaciones con personajes importantes de su entorno. Otro capítulo lo dedica a recordar a amigos y enemigos. La nómina de los primeros, mucho más abultada, es un conjunto heteróclito que incluye al admirado Cipriano Mera y a un Albert Boadella al que el de Cascante ayudó durante su exilio francés, a toda la familia de Paco Rabanne, Henri Cartier- Bresson, políticos conocidos y un variado elenco de revolucionarios. Lucio Urtubia acondicionó y puso en funcionamiento en 1997 en París el Espace Louise Michel, un centro cultural destinado a difundir el arte y reivindicar las ideas libertarias.
La revolución por el tejado (2008) profundiza en la estela de Lucio, el anarquista irreductible (2001), la biografía que compuso Bernard Thomas, y tuvo una segunda entrega en Mi utopía vivida (2014), que aporta nuevos datos y reflexiones. Sin embargo, todos estos libros, sumados a los reportajes que se han dedicado a nuestro anarquista, no explican demasiado algunos aspectos que despiertan el interés del lector, por ejemplo sobre la organización y las técnicas usadas en unas falsificaciones de las más ambiciosas que se recuerdan. Es cierto además que la narración permite adivinar un complejo universo de relaciones, negociaciones, pactos y traiciones que en gran parte quedan en el misterio, con poderosos personajes que entran y salen del escenario y cuyo papel a veces no conocemos bien. A cada paso echamos la imaginación a rodar, y al final terminamos esperando una nueva entrega, la tercera y definitiva, de las memorias de Lucio Urtubia, que acabe de aclararlo todo.
Seguramente 1980 es el año decisivo, el que marca un antes y un después. Tras diseñar un proyecto con potencial para poner contra las cuerdas a instituciones esenciales del sistema capitalista y comenzar a ejecutarlo con bastante éxito, es entonces cuando todo fracasa. Nuestro protagonista consigue salvarse in extremis de una larga condena de cárcel, pero su vida será otra a partir de ese momento. Hay que decir sin embargo que pesar de este final truncado, la experiencia está llena de enseñanzas. Repasar la trepidante biografía de Lucio Urtubia hasta ese año crucial pone de manifiesto que inteligencia y coraje multiplican los caminos, y que aunque el poder abruma y no deja ver resquicios, tal vez a fin de cuentas es más vulnerable de lo que pensamos.