Primera versión en Rebelión el 29 de enero de 2019
Paco Puche (Antequera, 1940), librero de profesión y activista por vocación, milita desde hace muchos años en el movimiento ecologista y es bien conocido por su lucha reivindicando los derechos de las víctimas del amianto. A estos asuntos y otros que también le preocupan, como los problemas del agua o las artimañas del filantrocapitalismo, ha dedicado una amplia obra impresa que se acaba de enriquecer con la publicación de La simbiosis, una tendencia universal en el mundo de la vida por Ediciones del Genal. Este libro desarrolla una síntesis de las ideas de Lynn Margulis y Elinor Ostrom, dos pensadoras que rompen en sus campos, bien diversos, el paradigma dominante en biología y sociología y nos muestran claramente que la cooperación y la solidaridad, a todos los niveles, son la clave de las estrategias y la evolución de la vida.
Antes de presentarnos a las dos grandes protagonistas del libro, el autor nos pone en antecedentes del debate existente en estos momentos en la biología entre dos concepciones contrapuestas. La primera está enraizada en la selección natural darwinista, y explica la evolución por mutaciones aleatorias y una competencia subsiguiente entre las formas resultantes en la que sólo sobreviven los más aptos. La segunda, por su parte, remarca que en todos los procesos vitales son esenciales mecanismos de simbiosis en los que seres diversos interactúan de forma mutuamente favorable. Los datos en apoyo de esta última perspectiva son abrumadores, desde la misma estructura de cualquier organismo pluricelular como un mosaico de unidades en perfecta armonía, hasta los análisis que muestran el papel de las micorrizas o los complejos equilibrios entre los herbívoros y las asociaciones vegetales que los alimentan, o entre estos y las bacterias de sus sistemas digestivos. Los ejemplos se acumulan y acaban por poner en evidencia la necesidad de un nuevo paradigma sobre el funcionamiento de la vida.
La bióloga norteamericana Lynn Margulis (1938-2011) desarrolló un modelo evolutivo que permite comprender la transición desde la materia inanimada hasta las células complejas con núcleo (eucariotas). Las bacterias obtenían ya energía de la fermentación de azúcares en la Tierra primitiva y eran capaces también de fijar el nitrógeno atmosférico, pero después, ante la escasez de alimento, tuvieron que recurrir a la fotosíntesis, que acabó liberando gran cantidad de oxígeno a la atmósfera. Este hizo posible una nueva forma de generar energía: la respiración, y progresivamente las cianobacterias responsables de estos cambios dieron lugar a las células eucariotas por un “reagrupamiento” de elementos bacterianos al que Margulis denomina endosimbiosis seriada.
Estamos por tanto ante un nuevo paradigma biológico en el que aspectos clave como la regulación del equilibrio entre la biosfera y la atmósfera o la aparición por evolución de los organismos más complejos resultan ser procesos en los que las bacterias jugaron y juegan un papel esencial. De este modo, no es exagerado afirmar que “somos comunidades andantes de bacterias” o que “las formas de vida se hicieron más complejas asociándose a otras, no matándolas”. Algunas de las ideas de Margulis enlazan con la hipótesis Gaia, expuesta por el químico norteamericano Lovelock, que describe el conjunto de los suelos, los océanos, la atmósfera y la biosfera de la Tierra como algo vivo, un ecosistema de ecosistemas autoregulado capaz de transformar la vida adaptándola a las condiciones cambiantes del entorno.
La economista norteamericana Elinor Ostrom (1933-2012), galardonada con el premio Nobel en 2009, representa otro caso notable de desafío desde la racionalidad y la cordura a las ideas académicas dominantes en la actualidad. Medio siglo de estudios teóricos y sobre el terreno por todo el mundo la llevaron a la conclusión de que la autogestión democrática de los bienes produce excelentes resultados muchas veces, por encima de lo que consiguen el Estado o el mercado, encontrándose frecuentemente formas de administración comunitaria que han funcionado exitosamente durante períodos medidos en centenares de años. Su experiencia le permite definir unas condiciones que optimizan el proceso, como la gestión abierta y la elaboración colectiva de sistemas de normas, controles y sanciones claras, así como de mecanismos de solución de conflictos.
Concluye la obra un decálogo gaiano que trata de resumir lo que nos enseñan las bacterias, aspectos como la eficacia de la simbiosis, que en la dimensión social lleva a una apuesta por la gestión comunal; la integración en una naturaleza sin la cual perdemos lo mejor de nosotros mismos; la humildad profunda ante todos los seres vivos, por coherencia con el proceso que nos ha construido; la igualdad y dignidad de los humanos o una visión panteísta sobre un Ser en el que fatalmente estamos inmersos. Hay anexos sobre las clasificaciones más recientes de los seres vivos, la cronología de la vida en el contexto de la historia de la Tierra y los árboles evolutivos, que en la nueva visión, aparte de dividir sus ramas, las juntan también en procesos de anastomosis.
La obra está hermosamente editada y con su texto claro e incisivo, sus preciosas ilustraciones a todo color y la trascendencia de los conceptos que desarrolla merecía convertirse en lectura recomendada en todos los centros de enseñanza. Los libros a veces consiguen ser una joya, y este es el caso de una que instruye y deleita a partes iguales, aunque su mayor atractivo tal vez sea que con su acumulación de datos termina por abrir nuestra conciencia a las potencialidades asombrosas de la simbiosis, es decir, de la solidaridad y la colaboración. De este modo, logra que veamos más allá de las sordideces de la máquina capitalista que nos mantiene prisioneros y alienados.
Es una extraordinaria revelación saber que nuestro cuerpo y nuestra conciencia surgen sólo de la interacción equilibrada y colaborativa de millones de seres. Si los átomos pesados que nos constituyen fueron forjados en el vientre de una estrella y desde aquel tiempo trenzan una danza interminable, descubrimos que también es verdad que en los caminos de la vida, en los que a veces nos sobrecoge el estallido de la violencia, domina en todos sus horizontes, de la célula al ecosistema, un mosaico de redes de apoyo y colaboración, y el estudio riguroso demuestra que sólo ellas hacen posible la magia eterna e inquietante de la vida. Llegados a este punto, nada puede convencernos de que la estructura social no podría desenvolverse también sobre unas bases solidarias y armónicas que superaran el paradigma de salvaje competencia que triunfa en estos momentos.