Primera versión en Rebelión el 23 de mayo de 2023
André Prudhommeaux abandonó su profesión de ingeniero para comprometerse sin cortapisas con la Idea libertaria, y fue capaz de desarrollar en su madurez un pensamiento original que anticipa muchos aspectos, de reflexión ética y ecológica, esenciales hoy día para construir una alternativa al capitalismo del desastre.
La tragedia de Espartaco. Hacia una ecología libertaria (1949-1958) ha sido editado por Milvus y El salmón en 2021 y reúne trece fragmentos que muestran a las claras la lucidez y la vigencia de un pensador que supo ver más allá de su tiempo. José Ardillo se ha encargado de la traducción y la selección de los textos y aporta además un prólogo que sintetiza las claves biográficas e ideológicas de su autor.
Nacido en el falansterio de Guisa, en el norte de Francia, en 1902, André Prudhommeaux realizó estudios de ingeniería agrícola y botánica y comenzó pronto una militancia política que lo llevó del comunismo disidente al anarquismo. A cargo de una imprenta cooperativa desde 1931, editó publicaciones libertarias y durante nuestra guerra civil pasó una temporada en Barcelona, cuyas experiencias le sirvieron para tomar postura contra la estrategia de colaboración gubernamental de la CNT.
Refugiado durante la guerra mundial en Suiza, donde la actividad política le estaba prohibida, Prudhommeaux trabajó allí como traductor de poesía y crítico literario, y tras la contienda se instaló en Versalles y siguió con sus contribuciones libertarias. Hay que decir, sin embargo, que su pensamiento en esta etapa de conmoción histórica acusa influencias variadas que van del reformismo-radical de William Godwin y el individualismo de Émile Armand, al humanismo antiautoritario de su buen amigo Albert Camus o la clarividencia de los poetas románticos ingleses, sin olvidar su arraigada devoción a la tierra y el campesinado. Aquejado de la enfermedad de Parkinson desde 1960, Prudhommeaux falleció en Versalles en 1968.
Una visión original y muy actual de la dialéctica social
En “La tragedia de Espartaco”, un texto escrito a finales de los años 40 y el más extenso incluido en el volumen, nuestro ingeniero reflexiona sobre la revolución alemana de 1918-1919 desde una perspectiva que pronto advertimos que se caracteriza por un ferviente individualismo. Frente a la óptica marxista, centrada en los movimientos de masas, él arguye que sólo el empeño libertario justifica la acción revolucionaria. Es por ello que reivindica a los socialistas premarxistas en su afán de construir una sociedad abierta, pluralista y laica en la que reinara la justicia y la explotación fuera abolida. No dialéctica de masas, sino triunfo de la libertad individual: “No hay raíles ante el hombre, sino una infinidad de posibilidades.”
Ahondando en esta visión, la revuelta de Espartaco y sus gladiadores sirve a Prudhommeaux para aclarar un aspecto clave. Según él, los esclavos estaban sentenciados porque no conocían otra liberación que la de las armas, sin darse cuenta de que la emancipación exige dotarse de unos medios de subsistencia que puedan ser generados con justicia y libertad. En la lucha por el poder es imprescindible un modelo social y económico alternativo.
En otros escritos de esta época, Prudhommeaux insiste en la revolución como un proceso no violento que ha de alcanzarse a través de una mutación de las conciencias y valora especialmente el rol de la tierra y la agricultura en la lucha por la construcción del nuevo mundo. “Necesidad de la autarquía” contiene un llamamiento a vivir por los propios medios, de manera libre e independiente. “Voluntarismo y fisiocracia” se rebela contra los intentos de negar la historia y la naturaleza, y apuesta de nuevo por la libertad más allá de un determinismo esterilizante. La emancipación humana resultará del empeño de la voluntad contra los límites que impone el mundo.
En el análisis del pensamiento de Prudhommeaux que realiza en el prólogo, Ardillo nos invita a reconocer, tras una terminología a veces algo confusa o arcaica (fisiocracia, voluntarismo) un impulso que hoy llamaríamos “ecológico” y es rabiosamente actual. Las conexiones que se señalan con otros autores del siglo XX, como Gustav Landauer, George Woodcock, Murray Bookchin, Felipe Alaiz o Iván Illich, entre muchos otros, son esclarecedoras.
“¿Marxismo o anarquismo?” presenta una interesante confrontación entre las dos ideologías, con aceradas críticas al de Tréveris. Otros artículos abordan asuntos de economía. Prudhommeaux reprueba el uso de la renta per cápita para cuantificar el “desarrollo” de un país, pues reivindica una forma de vida respetuosa con el medio ambiente y ajena al desarrollismo. Denuncia además los estragos de “la tecnocracia industrial aplicada a la agricultura”, y como método de lucha contra la pobreza defiende el reparto de tierras a los campesinos. En la crisis de Hungría en 1956, apunta a los resultados desastrosos de la planificación burocrática de las políticas agrarias como una de las claves del fracaso del modelo económico impuesto en el país.
En un texto revelador, “La lucha de clases en 1956”, Prudhommeaux muestra su desengaño ante la nueva clase obrera, especializada y consumista, que observa en ese momento, y aboga por un anarquismo capaz de crecer entre los “independientes”, los trabajadores autónomos que son sus propios patronos, rescatando muchas luchas olvidadas pero nunca extintas. Los últimos fragmentos incluidos contienen críticas de una ciencia y una tecnología en las que ve más afanes de poder y soberbia que amor desinteresado a la verdad. Así, en un artículo de 1956 reflexiona sobre los ominosos ensayos de armas nucleares que se prodigaban en la época, y en otro de 1958 expresa su rechazo a los que se prosternan ante la ciencia como si de una nueva religión se tratara.
Es la primera vez que se presenta en castellano una antología de textos de André Prudhommeaux y hay que felicitar a José Ardillo y a los editores por la buena idea. El enfoque elegido reivindica además un aspecto de su pensamiento especialmente interesante. A través de la lectura de La tragedia de Espartaco nos damos cuenta de que durante los “treinta gloriosos”, cuando casi todos jaleaban orgullosos a una humanidad sólidamente encarrilada en la vía del crecimiento inmarcesible, algunas voces lúcidas avisaban ya de lo monstruoso del empeño y señalaban al equilibrio con el planeta como única vía posible de libertad y emancipación.