Primera versión en Literaturas.com el 4 de febrero de 2014
Russ Harris es un médico inglés establecido desde hace años en Australia, donde trabaja como psicoterapeuta y se ha convertido en uno de los propagandistas más notables de la técnica conocida por las siglas ACT (Acceptance and Commitment Therapy; en español: Terapia de Aceptación y Compromiso, TAC), desarrollada por el americano Steven Hayes, profesor de la Universidad de Nevada. Harris obtuvo permiso de Hayes para escribir un libro compendiando estas técnicas en julio de 2004, pero confiesa en un capítulo de éste que sólo consiguió ponerse a la tarea cuatro meses más tarde. La forma cómo nos describe que logró vencer los pensamientos negativos que lo paralizaban resulta un ejemplo magnífico de la aplicación de los métodos presentados en el libro, cuyo objetivo es siempre hacernos capaces de asumir la situación en que el destino nos ha puesto y comenzar a actuar en la dirección que racionalmente consideremos más apropiada.
La trampa de la felicidad describe pormenorizadamente las técnicas de la TAC con todas las características de un preciso manual de instrucciones, pero hay que decir sin embargo que el mayor atractivo de la obra deriva de dos hechos ajenos a la mencionada terapia. El primero de ellos es la personalidad de su autor, su habilidad para trasmitirnos sus sentimientos y emociones, y su dominio absoluto de los métodos que explica, que continuamente se advierte que es el propio del que los ha usado mucho y con buen provecho en infinitas ocasiones, tanto sobre sí mismo como sobre otras personas. El segundo es que la mayor parte de las iluminadoras técnicas descritas pertenecen en realidad al legado milenario de la meditación budista, tal como se reconoce en un momento del libro. No porque se los bautice con otro nombre dejan estos métodos de introspección de ser lo que son.
Al tratar de estas similitudes, se habla en el libro de un “solapamiento” entre el budismo y la TAC. Resulta grotesco llamar así a lo que tiene otro nombre más claro, pero, en todo caso, este “solapamiento” invita a una comparación entre ambas teorías, de la que resultan dos consideraciones muy desfavorables para la TAC. La primera es que el papel fundamentalmente negativo atribuido en la TAC al lenguaje, como generador de dolor, no es compensado en esta terapia por un lado positivo que explore el poder liberador de este propio lenguaje. Esto sí que lo hace, sin embargo, el budismo mediante el uso de mantras. El segundo es que con la distinción entre yo observador y yo pensante que se utiliza a lo largo de la obra, se está simplemente dando el primer paso para llegar a la inquisición sobre el significado de ese yo observador y el descubrimiento trascendental de que éste no es real y es posible una existencia sin yo en la que está la auténtica liberación. Éste es un paso necesario para la emancipación de la conciencia que no se da en la TAC, aunque en un momento del libro se apunte muy tímidamente en esta dirección, y sí se da en el budismo.
Las técnicas de introspección minuciosamente, amorosamente diría yo, descritas en el libro se basan en la distinción entre el yo pensante, que produce pensamientos y juzga, y el yo observador que simplemente está ahí mirando. Ésta nos permite acceder a procesos liberadores como la de-fusión, por medio de la cual aprendemos a observar las ideas negativas que nos plantea el yo pensante y dejamos de identificarnos con ellas. Del mismo modo, conseguimos sentir los impulsos, que tendemos a considerar como algo inequívocamente nuestro, como algo que ocurre “ahí fuera” y que podemos manejar (“surfear” es la palabra usada en el libro). En todo este proceso es esencial el control de la respiración, como un ancla que nos sujeta a la realidad de nuestro propio cuerpo y nos permite relajar y desbloquear todas sus tensiones y los pensamientos negativos que produce.
Otro elemento fundamental es la conexión, con la que abandonamos los abstractos y muchas veces angustiosos escenarios a los que nos arrastra el pensamiento para concentrarnos en la realidad de la experiencia inmediata: las sensaciones de nuestra piel y nuestros órganos, los sonidos, los colores y las formas de los objetos más próximos. Todo esto, combinado con una respiración profunda, resulta realmente útil para superar la ansiedad. Aprendemos también a prescindir de esos torneos agotadores que nos plantea la autoestima y que ningún provecho aportan. La consigna final se reduce a esta frase: “Acepta la experiencia interior, Conecta y elige una dirección que tú valores, Toma la iniciativa y actúa.” La diferencia esencial con otras terapias está en la aceptación, que significa en realidad una renuncia a eliminar los pensamientos negativos. Éstos deben ser observados y reconocidos como algo ajeno a nosotros de lo que podemos de-fusionarnos. Budismo químicamente puro.
La tercera parte del libro con sus métodos para “Crear una vida que valga la pena vivir” será probablemente la más frustrante para el lector que tenga algo de conciencia del mundo en el que vivimos. Teniendo en cuenta que en éste hay aproximadamente mil millones de personas que no tienen lo suficiente para comer, descubrir las causas que producen depresión o angustia a la mayor parte de los pacientes del Dr. Harris no dejará de llevarle a la conclusión de que nuestro primer mundo es una sociedad profundamente enferma. De todas formas, y como valoración final, hay que reconocer que con sus precisas técnicas de introspección, La trampa de la felicidad de Russ Harris puede ser muy útil para los que pretenden comenzar a avanzar por el sendero del autoconocimiento. No obstante, yo les pediría a éstos que no se quedaran parados donde el libro les deja y siguieran adelante, que hay mucho budismo por recorrer.