Primera versión en Rebelión el 18 de diciembre de 2019
Teórico y propagandista del anarquismo, e impulsor de la Revolución alemana que regó como mártir con su sangre, Gustav Landauer (1870-1919) fue un pensador original, que bebió de las fuentes del romanticismo, pero se elevó de ellas con intuiciones de una lucidez extraña y fascinante. Los dos textos principales en los que sintetiza su visión de la historia reciente de Europa y su estrategia para construir una alternativa al capitalismo son: La revolución, de 1907, y Llamamiento al socialismo, de 1911. Del primero existe una versión en castellano (Enclave de libros, 2016), que aporta además varios artículos y escritos de menor extensión, con lo que el volumen objeto de esta reseña (El salmón, 2019) completa el panorama y deja al lector de habla española con la posibilidad de acercarse al núcleo duro del pensamiento de Gustav Landauer. Esta edición de Llamamiento al socialismo recupera la traducción de Diego Abad de Santillán, que ha sido revisada por Jesús García Rodríguez.
El volumen incluye como prólogo un artículo publicado en la revista Tumultes en 2003 por el filósofo franco-brasileño Michael Löwy. Éste sitúa a Landauer dentro del romanticismo revolucionario que ve en el pasado claves para superar el capitalismo y construir una sociedad libre e igualitaria, y lo relaciona además con otros pensadores judíos alemanes (Buber, Benjamin…), que también asocian la revolución con un concepto mesiánico de “irrupción”, alejado de la idea de una evolución gradual. En el prefacio de 1919 para la segunda edición de la obra, Landauer manifiesta este mesianismo en toda su intensidad dramática ante unos acontecimientos en los que del caos y tumulto veía despertar la auto-organización de las masas capaz de alumbrar un nuevo mundo.
Los primeros compases del libro están dedicados a definir ese socialismo al que se llama, que resulta ser una “tendencia de la voluntad humana, (…) una aspiración a crear una nueva realidad con ayuda de un ideal; (…) la imagen de una convivencia buena, pura, saludable y alegre entre los seres humanos”. En el pasado reciente de Europa hubo para Landauer momentos en que un espíritu fuerte tejió alianzas para una existencia armoniosa, y esto lo quiere ver en la época dorada de Grecia y en la Edad Media cristiana. Por el contrario, en tiempos de decadencia como el nuestro, ese espíritu del socialismo queda reducido a una solidaridad gozosa que pugna por abrirse camino en los individuos. A veces cristaliza en genios, capaces de expresarlo mediante el arte, pero a las almas sin dimensión trascendente las embarga un desasosiego que se enfanga en la acumulación y delirios identitarios: espectros en las ruinas.
En una era de materialismo rampante, Landauer no ceja en su reivindicación de un espíritu que ilumine la existencia. En el infierno capitalista, apoteosis de la mercancía, hemos sido despojados de nuestra simbiosis con la tierra que nos alimenta, y el placer del trabajo creativo ha sido sustituido por la explotación que imponen los dueños del mundo. La máquina que perpetúa esto es el Estado, reverso infame del espíritu, revestido con el manto de la nacionalidad. Con un tono intensamente lírico, el autor expresa su mirada horrorizada y su conciencia del desastre, que lo llevan a invocar el socialismo como aliento inextinguible capaz de iluminarnos. Sin embargo, este concepto choca frontalmente con el socialismo predicado por los partidos socialdemócratas, y ello le obliga a una extensa crítica de las ideas y estrategia de éstos, que ocupa una parte importante del libro
Aunque Landauer respeta la ciencia económica de Marx, critica con dureza las leyes que éste pretende haber hallado a la historia, y contra su historicismo de fases ineluctables, defiende inspirado, con una prosa que recuerda la del Zaratustra de Nietzsche, un socialismo que es “una alegría y un júbilo, un construir y un crear”. Este anhelo trasformador reivindica el rol esencial de la poesía y la palabra profética que conmueven el alma del hombre, y se honra en aceptar con entereza las derrotas que inevitablemente han de salpicar el camino. La revolución sólo vendrá, según él, de la influencia poderosa de mentes geniales que por su naturaleza permanecen inmunes al espíritu de la época.
El desarrollo capitalista ha impuesto una centralización de la vida económica a todos los niveles y ha trasformado el mundo en un cuartel. Para Landauer el marxismo significa la aplicación de este esquema disciplinado a la dinámica de la revolución, con lo que en su crítica se dibuja una visión profética (¡en 1911!) de un Estado falsamente socialista en el que, en vez de una libre federación de los iguales, nos encontramos el proletariado de la empresa sustituido por el de un engendro piramidal y burocratizado.
Analizando su tiempo, Landauer no observa la deriva revolucionaria que predican los marxistas, sino una espiral de lucro universal que arrastra a los propios proletarios y se cierra sobre sí misma dentro del capitalismo. Es por ello que su propuesta para la revolución recurre a la constitución de pequeñas comunidades en las que pueda aflorar la solidaridad. Éstas sacarán provecho de los logros conseguidos en estos tiempos oscuros: declive de la superstición, conocimiento de las leyes naturales y aplicación de éstas en novedosos métodos de trabajo y trasformación de los productos. No obstante, no se siente capaz de predecir las formas ideológicas concretas que puede adoptar esta fase de la historia.
Como estrategia de actuación, Landauer invoca las ideas expresadas por Proudhon tras la revolución de 1848, que considera plenamente vigentes: abolición de la propiedad y la usura y libre federación de los seres humanos. Su voz, según nuestro pensador, era clarividente, pero faltaron los oídos capaces de escucharla. Como ocurre siempre, la clave está en la conciencia, y ante una historia que avanza en tinieblas, no le parece que quede más remedio que regresar a un individualismo capaz de forjar uniones nuevas y revolucionarias en granjas, talleres e industrias socialistas. Así el espíritu fraternal alumbrará otra sociedad, llamada a reemplazar el viejo orden.
No creo que Gustav Landauer hubiera estado de acuerdo con la última parte del subtítulo que los editores han añadido a la obra: Por una filosofía libertaria contra el Estado y el progreso tecnológico. Él mismo reflexiona sobre esto en varios momentos, y no parece dispuesto a tirar al niño con el agua de lavarlo, por ejemplo cuando afirma (pág. 147): “La tecnología físico-industrial, así como la económico-social, ayudarán a crear la nueva cultura, el pueblo futuro, como han servido hasta ahora a los privilegiados y potentados y especuladores de Bolsa.” Con esta mínima salvedad, hay que decir que es enormemente de agradecer la recuperación de un clásico del pensamiento libertario como el Llamamiento al socialismo, una obra que analiza lúcidamente la situación en el campo revolucionario cuando arrancaba el siglo XX, explora caminos y detecta peligros, alejada de cualquier dogmatismo.