Primera versión en Rebelión el 20 de septiembre de 2022
Esta historia en tres volúmenes del movimiento ácrata en nuestra piel de toro fue publicada originalmente en francés por Divergences y aparece ahora en castellano en un proyecto conjunto de Pepitas y la Fundación Anselmo Lorenzo (trad. de Diego Luis Sanromán). Su autora es Myrtille Gonzalbo, integrante de los “gimenólogos”, historiadores libertarios que tratan de “estudiar las andanzas de los ilustres y utópicos desconocidos”. El grupo inició sus labores en 2009 con la edición de las memorias del italo-francés Bruno Salvadori (1910-1982), participante en la guerra y revolución de España con la columna Durruti bajo el nombre de Antoine Giménez.
El prólogo de la obra presenta el plan general que se va a seguir en el análisis de los acontecimientos. Se trata de exponer la historia y las claves ideológicas de un movimiento que a partir de julio de 1936 logró liderar una amplia revolución social y un ensayo de abolición del capitalismo en varias regiones de España. El fracaso de la tentativa se estudia considerando los límites intrínsecos del proceso y la situación política y económica, aunque sin esquivar el rol de los individuos y organizaciones en las diversas fases. El primer volumen, que reseñamos aquí, abarca desde el comienzo de la propaganda anarquista en el país hasta 1910, año en que nace la CNT.
Cuando el anarquismo se hizo español
El avance de la industrialización y el capitalismo en España durante la primera mitad del XIX fue acompañado de una incipiente organización de campesinos y obreros que reivindicaban mejoras en sus duras condiciones de vida, al tiempo que las ideas de carbonari y socialistas utópicos no dejaban de extenderse. Así, en 1855 fue ejecutado, tras una farsa de juicio, José Barceló, representante de lo que por entonces se llamaba “intransigencia obrera”, y ello dio lugar a la primera huelga general en España, que afectó a gran parte de Cataluña. Pocos años después se producen insurrecciones en Andalucía y Extremadura.
La revolución palaciega de 1868 catalizó la dinámica del asociacionismo proletario, y además a finales de ese año viajó a España un colaborador de Bakunin, Giuseppe Fanelli, que participó en la constitución de secciones de la Internacional (AIT) en Madrid y Barcelona. En 1870 se creó la Alianza (de la Democracia Socialista), una sociedad secreta inspirada en la organización internacional bakuninista de igual nombre, y ese mismo año y como una sección nacional de la AIT, fue fundada la Federación Regional Española (FRE), que aglutinaba a unos cuarenta mil trabajadores. Esta asociación defendía como meta un colectivismo de raíz bakuninista, a alcanzar por medio de la huelga general, pero la sangrienta represión de la Comuna de París en mayo de 1871 puso de manifiesto el antagonismo irreductible entre burguesía y proletariado y dio argumentos a los sectores más exaltados, que abogaban por una sublevación.
En el año revolucionario de 1873, la FRE trató de distanciarse de procesos que consideraba “políticos”, como el cantonalismo de Cartagena, aunque algunos reconocidos ácratas tuvieron allí un papel relevante, anticipando tal vez el gesto de los ministros anarquistas de noviembre de 1936. Sí se apoyaron abiertamente, sin embargo, insurrecciones netamente obreras, como la de Alcoy. La represión que siguió a estos intentos y el golpe de estado de Pavía en enero de 1874 cambiaron las tornas y dieron paso a una fase de clandestinidad, independencia de las secciones y llamamientos a la acción directa. En 1878 y 1879 fueron provocados numerosos incendios en latifundios andaluces, y dos anarquistas, Juan Oliva y Francisco Otero, atentaron contra Alfonso XII. A finales de 1881, en Le Révolté, la revista de Kropotkin, se reconoce que: “El movimiento obrero regresa a Europa con fuerzas renovadas, (…) Pero es sobre todo en España donde en este momento conoce un serio desarrollo.”
Progreso de la organización con una discusión recurrente: comunismo o colectivismo
La autora discute ampliamente la utopía social defendida por los ácratas. Hasta 1876, el sistema colectivista de Bakunin-Guilllaume, expresado en la fórmula: “a cada uno según su trabajo”, se consideraba inevitable en un primer estadio tras la revolución, aunque se admitía como objetivo final el ideal comunista de “a cada cual según sus necesidades”. No obstante, a partir de este año crucial, marcado por la muerte de Bakunin y la llegada de Kropotkin a Europa occidental tras su fuga de Rusia, el último sistema pasa a ser propuesto para organizar la nueva sociedad desde el primer momento, tal y como planteaba Kropotkin. Va a ser en España donde este ideario encontrará mayor resistencia.
Cuando la FRE salió de la clandestinidad en 1881, decidió cambiar su nombre a Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE). La estrategia insurreccionalista propugnada en el Congreso anarquista de Londres de ese mismo año, al que asistieron Kropotkin y Malatesta, contrastaba con la más gradualista de muchos libertarios españoles, partidarios de la lucha a cara descubierta apoyándose en los gremios, los futuros sindicatos. El número de integrantes de la asociación creció rápidamente, desde unos tres mil en 1881 a cerca de cincuenta mil al año siguiente, repartidos sobre todo por Cataluña y Andalucía.
En sus congresos, la federación siguió definiéndose como colectivista y legalista, y debió enfrentar la resistencia de los que vivían las condiciones más duras en el sur de la península y defendían la vía insurrecional. Los Desheredados, el grupo disidente organizado allí estará activo hasta 1886, en años marcados por el famoso caso de La Mano Negra, represión indiscriminada que se cebó sobre el movimiento a partir de 1882 con el pretexto de crímenes eficazmente instrumentalizados. Cuando la FTRE se desmarcó de los autores de delitos comunes y abandonó a su suerte a los seis anarquistas de Jerez ejecutados en 1884, ello tensó aún más las relaciones con los grupos dominantes en Andalucía, que comenzaron a defender tesis comunistas contra el colectivismo imperante. Las discrepancias se suavizaron a finales de esa década con la propuesta de Tarrida del Mármol de un “anarquismo sin adjetivos”, pero ésta no satisfizo a algunos en ambos bandos.
Contra la opinión bastante extendida de que entre 1888 y 1910 el anarquismo fue un movimiento sin apenas incidencia social más allá de la actividad terrorista, Gonzalbo sintetiza trabajos recientes de Francisco Fernández Gómez, que muestran la vitalidad por entonces de grupos anarco-comunistas como los de Gràcia y los medios de expresión con que contaban, al tiempo que recuerda la trayectoria de hombres y mujeres comprometidos en aquellas luchas, como Martí Borràs y Francesca Saperas. La organización de estos militantes se basada en grupos de afinidad autónomos que se adaptaban a la libre espontaneidad de los individuos. Se pasa revista luego a la difusión de estas ideas por toda la piel de toro.
Tras la disolución de la FTRE en 1888, se observa un cierto acercamiento de los que defendían el colectivismo al ideario comunista dominante en Europa. Aparte de esto, la década de 1890 va a estar marcada por el incremento de la represión y la radicalización de los grupos anarquistas. En enero de 1892 los campesinos revolucionarios logran hacerse con la ciudad de Jerez por unas horas y son perseguidos después con una dureza que será la tónica tras los frecuentes atentados con bomba de esa época. Los procesos y ejecuciones de Montjuic (1896-1897) deben entenderse como un intento de aniquilación del movimiento que resultará infructuoso, pero hará renacer la acerba división entre legalistas e insurreccionalistas.
Los aires del nuevo siglo traen una proliferación de huelgas por toda España. Así, en el verano de 1907 surge en Barcelona una agrupación de secciones, tanto anarquistas como socialistas, que adopta el nombre de Solidaridad Obrera y ese mismo año comienza a editar un periódico homónimo, convertido pronto en tribuna de las más respetadas voces libertarias. Tras la Semana Trágica de 1909, que actúa como revulsivo, las asociaciones obreras optan por dotarse de una robusta estructura federal para defender sus intereses en las luchas sindicales del día a día, aunque sin renunciar a la meta revolucionaria. Con esta perspectiva nace la CNT en 1910.
Gimenología en acción
El texto viene enriquecido con dos apéndices, uno con un fragmento de Kropotkin contra el colectivismo, tanto autoritario como libertario, y otro de Élisée Reclus llamando a los campesinos a hacerse dueños de las tierras que cultivan. Incorpora también una cronología y una interesante selección de fotografías y documentos.
Una de las virtudes del libro es que analiza en detalle las conexiones entre el anarquismo que eclosiona en España en el siglo XIX y los sucesos acaecidos paralelamente al otro lado de los Pirineos, como las vicisitudes de la internacional o la Comuna de París. De este modo, la evolución inicial del movimiento ácrata que habría de protagonizar algunos de los acontecimientos revolucionarios más ambiciosos registrados en el solar europeo, puede entenderse en su contexto y de forma más coherente.
Es importante señalar además que Los caminos del Comunismo Libertario en España se aplica generosamente a la misión que se impusieron a sí mismos los fundadores de la gimenología. Myrtille Gonzalbo ha sabido rebuscar y reunir los datos aportados por un gran número de autores, antiguos y recientes, para construir un relato en el que un aspecto esencial es la reivindicación de los protagonistas peor conocidos de las movilizaciones que se estudian. La obra nos acerca así, rigurosa y empáticamente, a una abigarrada multitud de personajes casi olvidados que dedicaron su vida a combatir los desmanes del capital y abrieron camino para las luchas de hoy.