Primera versión en Rebelión el 4 de junio de 2024
Georges Bernanos veía al ser humano y su historia como campos de batalla entre el bien y el mal, y encontró en el cristianismo el impulso necesario para orientar su vida en esa contienda. Militante de Acción Francesa en su juventud, evolucionó luego hacia un humanismo cristiano sin partido, lo que lo llevó a ser criticado desde derecha e izquierda. En julio de 1936, el que era ya un escritor reconocido, residía en Palma de Mallorca y apoyó en un principio la sublevación, pero quedó pronto horrorizado por las atrocidades que presenció y la complicidad con ellas del clero local, y expresó su repulsa en artículos aparecidos en el semanario Sept, que motivaron que Franco pusiera precio a su cabeza. Bernanos abandonó España en marzo de 1937 y el año siguiente publicó en París Les Grands Cimetières sous la lune, extenso texto que recoge sus experiencias y reflexiones de aquellos meses en que descubrió el auténtico rostro del fascismo. El libro acaba de ser reeditado por Pepitas de calabaza (trad. de Juan Vivanco).
Nacido en 1888, Bernanos combatió como voluntario y fue herido varias veces en la Gran Guerra, y se ganó la vida luego como agente de seguros hasta que los éxitos logrados en su tardía vocación como novelista le permitieron dedicarse en exclusiva a la literatura. Bajo el sol de Satán (1926) sirvió para darlo a conocer y plantea ya los que serán sus grandes asuntos, con un sacerdote protagonista, santo en ciernes atormentado por la maldad ubicua y sus propias limitaciones. En 1934 Bernanos decidió instalarse en las Baleares, en parte porque allí la vida era más barata, y en Mallorca escribió la que para muchos es su obra más perfecta, Diario de un cura rural (1936), otra vez con un sacerdote en lucha por iluminar el mundo con el misterio de la fe.
En 1938, abrumado por la debilidad de los políticos franceses ante las bravatas hitlerianas e inútil para la guerra que se avecinaba, por su lesión en una pierna, nuestro excombatiente optó por establecerse en Brasil y desde allí apoyó la resistencia contra la ocupación alemana de su país. En 1945 regresó a Francia y sus últimos años hasta su fallecimiento de un cáncer de hígado en 1948 estuvieron dedicados a sensibilizar a sus compatriotas sobre los peligros de la era atómica y la civilización tecnológica que se estaba imponiendo. Su testamento literario es una pieza teatral publicada póstumamente en 1949, Diálogos de carmelitas, protagonizada por unas monjas ejecutadas en 1794, durante el Terror de la Revolución francesa.
Crónica de la represión franquista en Baleares
“La ira de los imbéciles llena el mundo” repite obsesivamente el autor de Los grandes cementerios bajo la luna como un leitmotiv en el comienzo de su libro, y en un momento argumenta su insistencia: “¿Os aburre que hable tanto de los imbéciles? Más me cuesta a mí hacerlo. Pero es que quiero convenceros de algo: a hierro y fuego nunca acabaréis con los imbéciles. Porque, repito, ellos no inventaron el hierro, ni el fuego, ni los gases, pero utilizan a la perfección todo lo que les evita el único esfuerzo del que son realmente incapaces, el de pensar por sí mismos.” La muerte triunfa porque los imbéciles son maestros en la sublime virtud de la obediencia y la máquina en que se ha convertido la guerra está a su servicio. Bernanos es consciente de que el mundo se despeña en el abismo al que lo lleva la entronización del dinero, y en un estilo polémico, pródigo en digresiones no siempre enriquecedoras, expresa su reprobación a los potentados odiosos y los políticos ineptos que los asisten, pero pronto vemos que toda su crítica está lastrada por un pensamiento conservador incapaz de alumbrar la necesaria transformación de la sociedad.
Tras reflexionar extensa y divagantemente sobre la situación mundial, el autor comienza a relatarnos sus experiencias en Mallorca. Pone de manifiesto en primer lugar los escasos efectivos de los partidos de izquierdas en la isla, hecho atestiguado por su hijo Yves, afiliado a Falange, que pasó un año recorriendo la región en reuniones de propaganda sin que él ni sus camaradas tuvieran ningún enfrentamiento serio, “más allá de algunos puñetazos”. Se constata que en los meses anteriores al levantamiento no se cometió en la isla ningún atentado contra las personas ni contra los bienes.
A pesar de estos antecedentes, tras hacerse con el control los sublevados emprenden una política de exterminio, descrita en detalle. Bernanos ve funcionar en la isla durante ocho meses un régimen de Terror que denomina “régimen de Sospechosos”, “en el que el poder considera lícito y normal no sólo agravar desmesuradamente el carácter de ciertos delitos para someter a los delincuentes a la ley marcial (el gesto de levantar el puño castigado con la muerte), sino también exterminar de forma preventiva a los individuos peligrosos, es decir, a los sospechosos de llegar a serlo. Para descubrir a estos elementos indeseables hay que asegurarse la colaboración de los delatores. El régimen de Sospechosos también es, por lo tanto, el régimen de la delación.”
La organización del Terror correspondió a Arconovaldo Bonaccorsi, conocido como “conde Rossi”, un miembro de las Camisas Negras que arriba a Mallorca en agosto al frente de un contingente italiano. Hasta diciembre, la “limpieza” fue casa por casa y “las cañadas de la isla, en las cercanías de los cementerios, recibieron regularmente su fúnebre cosecha de mal pensantes: obreros, campesinos, pero también burgueses, farmacéuticos, notarios.” Después el exterminio se concentró en los que abarrotaban las cárceles. Según el testimonio de uno de los jefes de la represión palmesana, a primeros de marzo de 1937 los asesinatos ascendían a tres mil. Esto por supuesto choca con la visión que se da esos meses en los periódicos franceses, en los que no se halla la menor alusión a los desmanes de alemanes e italianos en España.
Bernanos, un católico de derechas con un hijo teniente de Falange, critica sin embargo los excesos criminales de su bando, y la complicidad con ellos del clero católico. que contrasta además con el buen trato dado por las tropas republicanas que desembarcaron en la isla a las monjas de Porto Cristo, referido en artículos de prensa en aquellos días.
El desasosiego de un católico ante los crímenes de los suyos
En la segunda y tercera partes de la obra, el autor continúa sus reflexiones zigzagueantes sobre la difícil situación que atraviesa el mundo, y no logra encontrar un bando o partido que refleje sus convicciones, entre una derecha defensora de la clase propietaria con la salvaguarda de la religión y dispuesta a todas las brutalidades, y una izquierda que siente también la tentación del totalitarismo. La deshumanización del enemigo le parece monstruosa a Bernanos y se atreve a profetizar: “Creo que los alemanes no tardarán en acostumbrarse a quemar a sus judíos, y los estalinistas a sus trotskistas.”
Nos revelan estas páginas la frustración que le produce a nuestro novelista la cruenta encarnación del pensamiento conservador con que se identifica. La historia idealizada que él ama naufraga en la barbarie y él se queda atónito y sin referencias. Su proyecto espiritual, nutrido del evangelio, resulta al fin enfangado en la crueldad más sangrienta, mientras en el mundo sólo es posible ver totalitarismos que se aprestan al combate. En un tiempo en que era tan difícil alimentar la esperanza, Bernanos concluye con una invocación a Juana de Arco, que con su martirio muestra caminos de resistencia y libertad. “No, no es a usted a quien más tememos, estimado señor Hitler. ¡Les venceremos, a usted y a los suyos, si hemos sabido proteger nuestra alma!”
Éste era Georges Bernanos. Discrepamos de su ideario político y nos sorprende su inquebrantable fe en el Dios uno y trino, pero lo cierto es que, incorruptible ante las frustraciones que el mundo le regalaba, nunca se casó ni con su sombra, intuyó los estragos del capitalismo industrial y rechazó por tres veces la Legión de Honor. A la propuesta formal de incorporarse a “los inmortales”, respondió con ironía: “Cuando sólo me queden un par de nalgas para pensar, iré a sentarme a la Academia.”