Primera versión en Rebelión el 6 dejunio de 2022
En la reseña dedicada recientemente a Historia de las revueltas panafricanas, otro libro de C. L. R. James (1901-1989) reeditado también por Katakrak, repasaba la trayectoria de este historiador, activista y escritor antillano (de Trinidad), que vivió largo tiempo en Inglaterra y los Estados Unidos, y cuyo pensamiento evolucionó desde el trotskismo hacia un énfasis en los movimientos de liberación de los grupos oprimidos, especialmente en los ámbitos africano y caribeño. Los Jacobinos Negros, publicado en 1938, es uno de sus textos fundamentales y acaba de aparecer en el catálogo de Katakrak con traducción de Ramón García.
Una nota editorial y la introducción de James Walvin remarcan la importancia historiográfica de la obra, resaltando un aspecto imprescindible para comprenderla, pero muy alejado del ideario dominante. Se trata de tomar conciencia de que “todo modelo económico colonial, incluido el del siglo XXI, se basa en una violencia despiadada.” El gran mérito del trabajo de James fue poner de manifiesto la trascendencia de la Revolución de Haití en la historia, explicándola a la vez como un corolario de esta violencia estructural.
Nunca antes ni después de los sucesos que se estudian, los esclavos fueron capaces de deponer el sistema esclavista y proclamarse ciudadanos libres de un estado soberano. Hay que considerar además que, concluida esta gesta, y en parte a consecuencia de ella, el tráfico de seres humanos a través del Atlántico comenzó su declive. Los jacobinos negros aporta una crónica puntual de los hechos y una interpretación económica rigurosa, y estableció un nuevo camino para la historiografía con su manifiesto antiimperialista, esencial en un tiempo en que arrancaban procesos de descolonización por todo el mundo.
El sistema social esclavista
La colonización por los europeos de La Española dio lugar a guerras entre ellos que culminaron en 1695 con el tratado de Ryswick, por el que se repartió la isla entre los franceses, ocupantes de una porción occidental (Haití), y los españoles. Para este momento, la vida tradicional de los nativos ya había sido destruida e impuesto el trabajo forzado en plantaciones de caña de azúcar y café principalmente. De todas formas, como no eran brazos suficientes, se comenzaron a traer seres humanos apresados en África para auxiliar en las labores.
James nos expone el funcionamiento de la máquina esclavista: las expediciones y la inducción de guerras entre tribus para incrementar las capturas, la reclusión en infectas empalizadas y el embarque a América en unas condiciones que un escritor de la época describió así: “Ningún lugar sobre la tierra acumula mayor miseria que el compartimento de carga de un barco negrero”. La vida en las haciendas prorrogaba el infortunio con trabajo agotador y castigos sádicos, más norma que excepción, con lo que los suicidios eran comunes. A los africanos se les consideraba y trataba como bestias, pero algunos testimonios refieren su clara inteligencia y su sufrimiento por verse en tan triste situación. Su refugio era el culto vudú, en el que cantaban un juramento de destruir a los blancos y todas sus posesiones. Había también unos pocos negros privilegiados: sirvientes y capataces, y no faltaban los que escapaban a bosques y montañas, cimarrones errantes o instalados en quilombos protegidos por empalizadas. Hubo incluso rebeliones, como la de Mackandal, un cimarrón que organizó una red de envenenadores y asaltantes y traicionado por los suyos fue capturado y quemado vivo en 1758. En la metrópoli se elevaban críticas filosóficas a la esclavitud, como las de Diderot o el abate Raynal, que imbuido de justa cólera profetizó una revuelta: “Sólo es necesario un jefe valiente. ¿Dónde está?” Era ésta una frase que obsesionaba al hombre que va a ser protagonista principal de esta historia.
Los blancos por su parte estaban sometidos a sus propios tormentos: humedad y calor opresivos, enfermedades que acechaban, aislamiento de las plantaciones… No es de extrañar que sólo ansiasen acumular dinero para regresar a Europa. Entre ellos se diferenciaban “grandes blancos”: plantadores y comerciantes ricos, y “pequeños blancos”: una pléyade de subordinados, funcionarios, tenderos, etc. Aparte campaban el gobernador y su camarilla, con poder casi omnímodo: “Dios estaba demasiado arriba y el rey demasiado lejos”. En medio del lío, la genética de poblaciones hace aparecer enseguida mulatos. Éstos muchas veces son libres, sobrios y ahorradores, y crecen como clase en fuerte competencia con los blancos más pobres, promotores de crueles discriminaciones contra ellos.
A pesar de los pesares, el rendimiento económico de aquella sociedad era prodigioso, como se comprueba analizando las exportaciones de azúcar, índigo, algodón, café, cacao, etc. De hecho, la burguesía francesa extrajo su gran poder económico, que en breve se hizo político, de este flujo de riqueza, en cuya base estaba la infamia esclavista, pues de ella dependía todo lo demás.
En esta compleja estructura, la metrópoli se apropiaba el derecho de abastecer a las colonias y absorber su producción, o dicho de otra forma, el comercio exterior al sistema estaba proscrito, lo cual generó tensiones recurrentes entre los colonos y las autoridades. En realidad, aquel mecanismo tan eficaz económicamente estaba desgarrado por contradicciones internas y externas que iban a hacerlo saltar por los aires muy pronto.
El estallido de la tormenta
La prosperidad de Haití provocó la envidia de los ingleses, que encontraron una forma astuta de boicotearla. Si todo venía de la esclavitud, se trataría de abolirla y aquí cabían muchos y buenos argumentos humanitarios. Por otra parte, el colapso de la monarquía en Francia era imparable, y la “burguesía marítima”, la que se lucraba con las colonias y el comercio asociado a ellas, decidió aliarse al sector liberal de la aristocracia para tomar el poder. Así, en 1789, a los grandes propietarios de Haití se les conceden seis diputados en los Estados Generales, cuando la revolución inicia su marcha.
Mientras tanto, en la colonia muchos blancos, grandes y pequeños, se alistan en el partido revolucionario, mientras el gobierno logra el apoyo de los mulatos, marginados desde siempre y a los que aún se niegan los derechos civiles. Una sublevación de éstos en 1790 es derrotada y su líder, el aristócrata criollo (un cuarto africano) Vincent Ogé, descuartizado. Al año siguiente son los negros los que toman el relevo. Dirigidos por Dutty Boukman, capataz y alto sacerdote vudú, queman las plantaciones y asesinan a sus propietarios en amplias zonas del norte del país, con un comportamiento cruel en extremo durante los primeros días, pero que se aplaca en seguida. Algunos mulatos y negros libres se les unen, entre ellos un tal Toussaint de Breda, que había nacido en 1743 y conseguido la libertad en 1776. Éste era un hombre con cierta instrucción y buena posición económica, propietario él mismo de esclavos en ese momento, que mostró pronto su talento militar y fue apodado “L’Ouverture”, es decir, “El iniciador”.
Contra los negros suman sus fuerzas blancos, y también mulatos, cuyas demandas son por fin aceptadas. En 1793 la revolución avanza en la metrópoli y Luis XVIII es guillotinado en enero. En febrero hay guerra con España, y es entonces cuando los españoles de Santo Domingo ofrecen a los esclavos una alianza contra el gobierno francés que éstos aceptan. La destreza política y militar de Toussaint queda de manifiesto en los meses siguientes y consigue incluso sumar destacamentos blancos a su ejército de la libertad para todos. En febrero de 1794 se aprueba en París un decreto de abolición de la esclavitud, y Toussaint se une a los franceses, rompiendo con los españoles mientras combate también a los ingleses que habían invadido la colonia. Al año siguiente se firma la paz con España.
El ascenso de Toussaint
Hasta este momento, Toussaint es un general en el ejército de los esclavos y sus aliados más o menos coyunturales, pero en poco tiempo va a convertirse en líder indiscutido de la revolución. Es un hombre con clara inteligencia y dotes de mando, brillante estratega, reservado y firme, que va al frente de los suyos y arrima el hombro cuando hay que mover un cañón. La moral de la tropa es alta y aunque los medios son escasos, se resisten las ofertas de deserción con buenas pagas y mejor armamento por parte de ingleses y españoles. Ellos son los honestos hijos de la Francia republicana que les ha traído libertad e igualdad fraternas, y al mismo tiempo un ejército popular impregnado de las aspiraciones de las masas.
En las regiones que van siendo pacificadas, el empeño de Toussaint es que el país vuelva a su vida productiva. Él no duda en incluir blancos en su gabinete y se esfuerza para que las plantaciones funcionen, regidas por sus dueños pero ya sin el oprobio de la esclavitud y en ocasiones con un cuarto de la cosecha para los campesinos. Con inteligencia y trabajo sin desmayo, en 1796 el antiguo esclavo consolida su posición como consejero decisivo de Étienne de Laveaux, gobernador de la colonia y en mayo del año siguiente es nombrado comandante en jefe. Mientras tanto, en París Robespierre ha entregado ya su cuello a la guillotina y un directorio busca nuevos caminos para la revolución, respetuosos con la propiedad y el orden.
Este ascenso meteórico no deja de crearle enemigos a nuestro protagonista, y los primeros en tratar de descabalgarlo son los mulatos, que no soportan al valedor de los negros desposeídos, pero el complot es controlado con rapidez. Las noticias que llegan de París, de una deriva reaccionaria del Directorio, son preocupantes y en noviembre de 1797 Toussaint les remite una carta, recurrentemente reproducida por su vibrante y lúcida apología de los ideales humanistas de la revolución. A partir de ese momento está a la defensiva. En 1798, tras sufrir derrotas militares y recibir promesas de que no se exportará la revuelta a otras colonias, los británicos abandonan Haití. La última resistencia de los mulatos en el sur es sofocada en 1800 y ese mismo año, la isla en toda su extensión es arrebatada a los españoles. El Santo Domingo revolucionario ha triunfado, pero está al albur de lo que ocurre en Francia.
Al acceder al poder en 1799, Napoleón había confirmado a Toussaint como comandante en jefe y gobernador, y lo que éste instaura en el país devastado por la guerra es una dictadura militar. Su administración favorece la productividad de las explotaciones, en las que esclavos hasta hace poco reciben sus salarios más el cuarto de la cosecha, y la isla progresa sin residuos de discriminación racial. James perfila un retrato físico y moral de este hombre que logró con su destreza y férrea voluntad lo que parecía imposible. En julio de 1801 se publica en la colonia una constitución que consagra las libertades y establece una relación con Francia respetuosa pero no de sumisión. Ésta va a ser la excusa para una guerra a muerte.
Bonaparte entra en reacción
Decidido a apoyarse en el dinero, Napoleón busca el regreso de los buenos negocios del Antiguo Régimen, y para ello le resulta provechosa una alianza con la burguesía marítima. Furibundo racista además, está decidido a acabar con Toussaint y su black power. En diciembre de 1801 parte de la metrópoli con este fin una expedición de veinte mil veteranos al mando del general Leclerc, cuñado de Napoleón.
Mientras tanto, en la colonia los negros se rebelan contra un poder que para su gusto contemporiza con los blancos. La represión es cruenta, y éste es para James un gran error de Toussaint: no darse cuenta de que sólo contando con la adhesión inquebrantable de las masas tenía alguna posibilidad ante lo que se le venía encima.
Los franceses que desembarcan exigen sumisión absoluta, y la firmeza de Toussaint lleva sin remedio a una guerra civil en la que la mayor parte de blancos y mulatos apoyan a Leclerc. Los revolucionarios, escasos de recursos, practican una estrategia de tierra quemada, mientras abundan las deserciones en sus filas. Toussaint resiste, inflige graves derrotas a los franceses, y sólo ahora comienza a hablar a sus fieles de la independencia de la isla. En abril de 1802, con la estación lluviosa, comienza una epidemia de fiebre amarilla que va a diezmar los dos ejércitos. Poco después, Toussaint pacta una rendición con los franceses, que falsariamente le prometen que su milicia no será desarmada. Al principio se le deja en libertad, pero en unos días es apresado y embarcado para Europa con su esposa y sus dos hijos.
La guerra va a seguir sin embargo, en lo que influyen noticias que llegan de que en París la cámara legislativa ha votado el retorno de la esclavitud. Con Jean-Jacques Dessalines, otrora lugarteniente de Toussaint, al frente del ejército revolucionario, negros y mulatos unidos combaten a los blancos en una guerra feroz en la que por las dos partes se masacra a civiles. Leclerc fallece en noviembre de fiebre amarilla, y Toussaint, encarcelado en Fort-de-Joux, en el Jura, donde padece humillaciones, hambre y frío y se le priva de atención médica, va a sobrevivirle sólo hasta abril de 1803. Por esas fechas, sus viejos compañeros de armas comienzan a redactar en la isla natal una declaración de independencia que harán efectiva a finales de ese año, tras su victoria en la batalla de Vertières. El nuevo país adopta el nombre de Haití, que en la lengua de sus primitivos habitantes significa “tierra de montañas”, y en su historia atormentada hasta nuestros días podemos ver lo cara que le han hecho pagar tanta libertad los dueños del mundo.
Un hito historiográfico
La Revolución haitiana fue un acontecimiento de primer orden cuya trascendencia no suele resaltarse suficientemente. Con su desarrollo imbricado con el de la gran Revolución francesa, la cual se entiende mal si no se considera lo ocurrido en la colonia, los eventos de aquel rincón del Caribe entre 1791 y 1804 marcaron un hito en la historia. En Haití se produjo en esos años la primera y más importante de las revueltas protagonizadas por esclavos negros, y además, éstos, bajo la influencia de un personaje extraordinario como fue Toussaint L’Ouverture y con el apoyo inicial de la Francia revolucionaria, fueron capaces de organizar una nueva sociedad más justa e igualitaria, que representaba un avance enorme sobre lo existente por entonces.
La gran aportación de Los Jacobinos Negros fue analizar con minucioso detalle esta historia en toda su complejidad y subrayar el protagonismo en ella de unas masas negras que en muchas ocasiones se evidencia que actuaron con más criterio político que sus líderes. Se caracteriza además con este trabajo un episodio decisivo a la escala del universo colonial, pues en La Española estuvo el germen del declinar de la trata en las décadas que siguieron. A través de esta obra, C. L. R. James nos revela de qué manera la infamia esclavista resultó esencial en el desarrollo capitalista de Europa, y nos muestra asimismo la capacidad de organización y lucha de sus víctimas, cualidad que no se les había reconocido hasta ese momento.
Otro aspecto muy sugestivo del libro es la imagen que en él emerge de Toussaint L’Ouverture, un brillante militar y político y un hombre inteligente y bienintencionado que merece un lugar entre los grandes luchadores por la emancipación humana. Pueden achacársele errores, pero lo cierto es que le tocó jugar una partida endiabladamente compleja y si de algo pecó fue de prudencia excesiva y una tendencia, cegado por altos ideales, a tejer alianzas imposibles con irreductibles enemigos de clase. En cualquier caso, con la aproximación que James nos proporciona queda claro que la revolución de Haití fue en realidad un corolario de los sucesos de la metrópoli, de forma que cuando allí triunfó la reacción la suerte estaba echada.