Primera versión en Rebelión el 14 de febrero de 2024
Qué validez tienen las recetas para humanizar el capitalismo, de forma que reduzca las desigualdades y permita una auténtica mejora de las condiciones de vida de los que sufren explotación económica. El esquema propuesto por John Maynard Keynes (1883-1946) goza de gran prestigio y alienta las esperanzas de una izquierda que ha renunciado a la impugnación del sistema global para concentrarse en su reforma. Pero a dónde conduce esta estrategia realmente.
La cuestión es crucial, y a ella dedicó el activista e historiador británico Dominic Alexander en 2018 un esclarecedor texto que acaba de ser publicado en castellano por Bellaterra (trad. de Antoni Soy i Casals). Los límites del keynesianismo se marca como objetivo examinar los aspectos clave del ideario del economista británico a la luz de la teoría marxista, lo que pone de manifiesto sus aportaciones, pero también su debilidad al renunciar a una crítica de fondo del entramado capitalista. Una presentación del traductor repasa la trayectoria del autor del libro y de Counterfire, la organización marxista y revolucionaria de la que éste es activo colaborador.
Keynes y Marx, frente a frente
La teoría económica ortodoxa tiende a considerar el capitalismo como un sistema estable en el que las crisis que pueden surgir son corregidas y superadas por la mano invisible del mercado. Sin embargo, la magnitud y persistencia de la Gran Depresión que comenzó en 1929 planteaba un reto a los modelos estándar y ello llevó a Keynes en 1936 a exponer otro alternativo en su Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero. En esta obra se dibuja un panorama nuevo en el que son posibles situaciones endémicas de alto desempleo y baja productividad, y se propone para solucionarlas un endeudamiento del estado, receta que resultó ser un éxito y permitió mejorar los indicadores económicos cuando fue aplicada en aquel momento. No obstante, un repaso a fondo de los textos de Keynes y las influencias que se manifiestan en ellos, muestra que el análisis que se realiza nunca reconoce la importancia de los conflictos entre clases sociales que se dan en el interior de los estados, ni la competencia imperialista entre éstos.
Lo esencial es que la tendencia al equilibrio del capitalismo es refutada por Marx y Keynes con argumentos diferentes. Mientras para el primero la clave está en la inestabilidad inherente al sistema por la extracción de plusvalía y la acumulación de capital, para el segundo el motivo es más coyuntural, y consiste en una inhibición de la inversión por parte de la clase propietaria, debida a la desconfianza. En esta tesitura una intervención del estado para fortalecer la demanda puede ofrecer una solución, pero la experiencia histórica evidencia que el efecto del remedio tiene una duración concreta y a largo plazo resurge la inestabilidad. Para Alexander, la única explicación que ilumina las causas profundas está en la teoría del valor de Marx, que analiza la extracción de plusvalía.
Se dedica un capítulo del libro a refutar las críticas que se han realizado a esta teoría del valor del autor de El capital por parte de economistas keynesianos de izquierdas, como Joan Robinson o Steve Keen, quienes con un empeño positivista ponen en duda la relevancia de conceptos difíciles de materializar o cuantificar, como el valor o la fuerza de trabajo. Sin embargo, éstos se demuestra que permiten interpretar aspectos de otra forma misteriosos, como es el caso de la financiarización que domina la economía actual, resultado de una huida del capital hacia construcciones ficticias para recuperar su maltrecha tasa de ganancia. La conclusión es que el keynesianismo es capaz de proponer ajustes técnicos para reequilibrar el sistema, pero no acierta a atisbar los complejos equilibrios de poder implicados en su dinámica y por ello fracasa a la hora de explicar el comportamiento a largo plazo.
Consecuencias para la clase obrera
El keynesianismo no cuestiona el capitalismo, sino que trata de corregir su trayectoria. De esta forma, cuando la clase propietaria está dispuesta a hacer concesiones, las condiciones de vida del proletariado pueden mejorar, pero ante una crisis profunda de rentabilidad, se intentará siempre trasladar las cargas a los trabajadores. En países como Inglaterra, Alemania o Suecia, el movimiento obrero fue capaz de arrancar los primeros derechos del estado del bienestar a finales del siglo XIX y comienzos del XX, pero los gobiernos reformistas que los promovieron no dudaron en dar marcha atrás cuando las crisis amenazaron la acumulación de capital, lo que facilitó el regreso al poder de los conservadores. Hay que decir además que estas concesiones en la política interior eran simultáneas en muchos casos con un salvaje imperialismo colonial en la exterior. Unas décadas después, la ofensiva neoliberal de los 80 evidenció otra vez que las ventajas conquistadas por la clase obrera en coberturas sociales, sanidad o educación, se convertían en moneda de cambio en cuanto la clase propietaria veía peligrar sus beneficios.
En Los límites del keynesianismo se muestra convincentemente que la subordinación de la política a los intereses del capital es una constante en la historia. Plenamente consciente de ello, Dominic Alexander no desdeña sin embargo apoyar medidas reformistas que aporten mejoras coyunturales a la clase obrera. En su opinión, lo esencial es comprender que el proletariado y los movimientos sociales transformadores deben dotarse de una estructura sólida e independiente de los intentos reformistas, que no puede ser otra que una amplia organización de masas, conscientemente revolucionaria y dispuesta a superar el capitalismo.