Primera versión en Rebelión el 23 de septiembre de 2022
Manuel Ciges Aparicio (1873-1936) entendía la literatura que tan asidua y brillantemente cultivaba, sólo como un instrumento para escudriñar y denunciar las contradicciones de la sociedad plagada de ellas en la que vivía. Así narró magistralmente las experiencias de su azarosa vida, recordada en otro artículo, en cuya juventud sufrió hospitales, cuarteles y cárceles, y tejió luego, como pocos han sabido hacerlo, historias que retratan el caciquismo institucional del régimen de la Restauración. La suya fue una existencia entregada al periodismo, la literatura y la política, y aunque en la última practicaba un reformismo dialogante, éste fue suficiente para costarle la vida cuando el golpe fascista de 1936 lo sorprendió de gobernador civil de Ávila.
El despertar del proletariado asturiano
Los comienzos del siglo XX fueron una época de agitación social en Asturias y el año 1906 es recordado en especial debido a la conocida como “Huelgona”, conflicto en que los trabajadores de la Fábrica de Mieres, un complejo minero-siderúrgico en el valle del Caudal, se movilizaron para mejorar sus condiciones laborales. El fracaso del intento dio lugar a una cruel represión por parte de la empresa, con más de 700 despedidos a los que se impidió encontrar trabajo en otras factorías controladas por ella.
Fue ésta una tragedia que tuvo amplia repercusión en la prensa liberal e izquierdista, y para informar de ella acudió Ciges a la villa de Mieres. Él era ya un veterano periodista, embarcado en esos momento además en la publicación de sus volúmenes de memorias y novelas como El vicario (1905). Tras una estancia de varios meses en Asturias, interrumpida por amenazas de muerte, en el verano de 1907 aparecen con su firma y el título “Feudalismo industrial”, cuatro artículos en el diario madrileño España Nueva, dirigido por Rodrigo Soriano. Estos textos van a ser el germen de la novela Los vencedores, que ve la luz en 1908 y Dyskolo acaba de reeditar.
En este volumen, primero de una serie bautizada “Las luchas de nuestros días”, Ciges nos expone la triste situación que observa en el valle del Caudal, al tiempo que se emplea a fondo para retratar a los que manejaban el siniestro tinglado, los mismos caciques que impidieron la distribución de la obra en Asturias. Tras este libro, nuestro reportero siguió auscultando sobre el terreno los conflictos obreros en la piel de toro y poco después dedicó otro, Los vencidos (1910), a las víctimas de la apisonadora capitalista con las que convivió en las cuencas mineras de Riotinto y Almadén.
La novela como arma en las luchas sociales
El autor describe con ánimo realista y prosa poética sus experiencias en el verde valle, ámbito de paz bucólica en el que desentonan los chirridos de las locomotoras y el río negro. Poco a poco, en charlas por caleyas y chigres en los que fluye generosa la sidra, se va informando de los sucesos. La empresa tuvo una época de grandes ganancias, pero las derrochó el dueño, establecido en Francia, con sus lujos y vicios, mientras su esposa en Asturias ejercía un mando tiránico sobre la compañía. En 1897, el ingeniero que había modernizado las instalaciones, identificable como Jerónimo Ibrán, dimitió escandalizado de la situación que se estaba creando. De esta forma, cuando en 1906 los huelguistas presentaron sus reivindicaciones, las finanzas de la entidad no andaban muy boyantes, lo que contribuyó al desastre.
Derrotada la movilización, es una junta nombrada por los propietarios y apodada “Gabinete Negro” la que decide las readmisiones, recurriendo a los espionajes más odiosos. Obligados a emigrar, los huelguistas son perseguidos dondequiera que van por la saña de los vencedores, en cuyas manos funcionarios y jueces son herramientas dóciles. Así, la desesperación de los que ven a sus familias condenadas al hambre alimenta el odio de clase y augura un futuro de guerra social. La nueva vida que ha introducido el “progreso” en el universo atávico de la aldea resulta ser al fin un infierno de explotación y miseria impotente.
El Centro Obrero nació para educar al pueblo, y realizó una gran labor, fomentando la lectura y elevando la cultura de los proletarios. Tras la lucha, desierto y embargado, se salva únicamente por la solidaridad de los obreros madrileños. No sólo los socialistas, principales protagonistas de la huelga, son hostigados, sino también los republicanos, que les prestaron auxilio. En realidad, el ambiente de miedo a la delación y sometimiento emponzoña todas las relaciones en la villa.
Ciges clama contra la injusticia de una sociedad que sostiene a personajes obscenos en la opulencia, mientras condena a muchedumbres a la pobreza. Aunque no se les mencione por su nombre, reconocemos en la obra a Ernesto Guilhou, presidente de la Fábrica de Mieres desde 1890 hasta su fallecimiento en 1911, y a su consorte, la francesa Enriqueta Georgeault, que antes de los esponsales había deleitado al público como bailarina ecuestre. De él se desvelan las andanzas de sus antepasados, cuajadas de episodios que no le debió resultar grato que se airearan, lo que explica su boicot al libro.
No faltan en la novela tampoco veladas alusiones a las tropelías y debilidades de otros caciques fácilmente identificables, como el ultracatólico y todopoderoso Alejandro Pidal y Mon, o su hijo Pedro, marqués de Villaviciosa y yerno de Ernesto. Se refleja además el rol esencial en la trama de los eclesiásticos, prestos siempre a apaciguar obreros y tronar desde el púlpito contra cualquier amenaza al orden social. Su influencia llega a todos los rincones, y según se nos cuenta, negarse a ingresar en el Círculo Católico fue motivo suficiente para la expulsión de un joven y talentoso empleado. El colegio de segunda enseñanza fundado por republicanos y socialistas en la villa pasó a ser regentado tras la huelga por unas monjas,
Ciges nos acerca con su relato a la pesadilla que ha surgido entre la naturaleza verde y espléndida, al lamento precavido de los derrotados y a su sumisión, alumbrada por una esperanza que apenas toma forma. Nos presenta también en detalle a los responsables de tanta miseria, los vencedores del título, regidores de la farsa con el apoyo imprescindible de la Iglesia y las fuerzas del orden. En la atmósfera opresiva se presiente lo inevitable de un estallido.
La primera chispa de la hoguera
Entre los represaliados por la Huelgona, se encontraba el minero socialista Manuel Llaneza (1879-1931), que en su destierro va a conocer las poderosas organizaciones obreras del norte de Francia y a su regreso funda, en 1910, el Sindicato de Obreros Mineros de Asturias (SOMA), esencial en las grandes movilizaciones del proletariado en la región, como la huelga revolucionaria de agosto de 1917 o la sublevación de octubre de 1934.
La conflictividad social había empezado ya en Asturias con la industrialización y el desarrollo de la minería en el siglo XIX, pero atendiendo a la magnitud de la represión que se empleó contra ella, no es descabellado afirmar que la crisis de 1906 tuvo un papel crucial en la gestación de las revoluciones del siglo XX en la región. Con Los vencedores, Manuel Ciges Aparicio nos ofrece un inestimable y vívido retrato de algunos protagonistas de la mítica Huelgona de aquel año y nos introduce en un ambiente envenenado de privilegios e injusticia, preñado de todas las convulsiones que siguieron.