Primera versión en Rebelión el 27 de noviembre de 2024
Los tres autores del libro colaboraron estrechamente durante muchos años en el centro de estudios sociales Fernand Braudel, adscrito a la Binghamton University (Nueva York), y uno de los frutos de esta asociación fue Movimientos antisistémicos, publicado en 1989 agrupando seis ensayos en los que se pasa revista a las formas de resistencia contra la acumulación del capital que han ido surgiendo a lo largo del tiempo, y se pone de manifiesto la necesidad de una coordinación de las luchas a todos los niveles. La obra acaba de ser reeditada en castellano por Verso con traducción de Carlos Prieto del Campo y un prólogo de Beverly J. Silver, que señala la relevancia del texto en un momento en que resulta evidente la urgencia de estrategias transnacionales contra un capital cada vez más globalizado.
En las trayectorias de Giovanni Arrighi (1937-2009), Terence K. Hopkins (1920-1997) e Immanuel Wallerstein (1930-2019) destaca su dedicación al análisis del sistema-mundo capitalista, plasmada en innumerables trabajos y facilitada por su experiencia sobre el terreno en países del tercer mundo. De hecho, Arrighi y Wallerstein se conocieron en el University College de Dar Es Salaam (Tanzania), después de que el primero fuera expulsado de Zimbabue en 1966 por el gobierno racista de aquella nación llamada entonces Rodesia.
Los Estados en el sistema-mundo
A mediados del siglo XIX, con un impulso decisivo en el año revolucionario de 1848, se produce un cambio trascendental cuando los movimientos antisistémicos comienzan a organizarse en estructuras políticas con dos objetivos diferentes, la liberación social y la emancipación nacional, que compiten entre sí, aunque a veces se hacen compatibles. En general, los dos tipos de movimientos comparten una meta, que es conquistar el Estado y proponen estrategias variadas para ello, que van de la persuasión política (vía reformista), al uso de la fuerza (vía revolucionaria). Es importante constatar que a partir de entonces partidos socialdemócratas reformistas han gobernado países del núcleo del sistema-mundo en numerosas ocasiones, mientras que partidos comunistas revolucionarios lo han hecho en naciones de la periferia. Además de esto, muchos movimientos nacionalistas han logrado constituir Estados nuevos. Sin embargo, todos estos avances en ningún caso han alcanzado los propósitos iniciales “antisistémicos” con que surgieron estos movimientos, lo que demuestra la resiliencia del orden establecido.
Un análisis de los procesos de liberación nacional evidencia que a pesar de sus éxitos, los nuevos Estados han sufrido las relaciones desiguales del sistema global, al tiempo que dentro de ellos la lucha de clases proseguía con nuevas características y graves limitaciones para cualquier objetivo emancipador, debido al contexto internacional. Los autores concluyen que es necesario establecer una clara diferencia entre las luchas de liberación nacional y la lucha de clases a escala mundial que podría ser capaz de construir realmente el socialismo, superando el capitalismo globalizado, pues la centralización creciente del capital y el endeudamiento de los Estados periféricos se convierte en una traba fatal que hace imposible el progreso. Esta coyuntura exige un fortalecimiento de los vínculos transnacionales que permita la configuración como sujeto político de las clases reales existentes en el tablero mundial en la fase actual del capitalismo.
El significado de 1968
Tras la II Guerra Mundial, la clase obrera en Occidente tiende a estabilizar sus efectivos al tiempo que crece en la población el porcentaje de profesionales asalariados y empleados de servicios, en ocasiones etnizados. Así, en esta época se observa el desarrollo de nuevos movimientos sociales de diverso tipo, ecologistas, feministas o de liberación racial, que critican las estrategias escasamente antisistémicas dominantes en la izquierda institucional.
Los acontecimientos de 1968 resultan esenciales a este respecto. En el libro se apuran las similitudes con lo ocurrido en 1848, otra “revolución fallida”, que cambió el mundo. Si en aquel estallido del XIX puede decirse que nacieron los movimientos emancipadores, en el del XX lo hicieron los que venían a sustituir a los antiguos, a los que ya se veía condenados a la impotencia, ya fuera por “ineficacia socialdemócrata” o por “burocracia de socialismo real”.
En París, México, USA, Tokio y otros lugares, lo ocurrido aquel año fue una explosión de rabia y descontento cuyo éxito momentáneo sorprendió a todos: al sistema, a la vieja izquierda e incluso a sus líderes. ¿Cuál es el legado de aquello? Los autores señalan un giro en la capacidad de actuación del imperialismo, y apuntan que la Ofensiva del Tet fue aquel mismo año y supuso el principio del fin de la ocupación de Vietnam y un impulso a la resistencia en muchos lugares del mundo. Por otra parte, la revolución en las formas de vida dinamizó la lucha por los derechos de las minorías y la igualdad de género. Además, a partir de aquel momento regímenes dictatoriales de diverso signo, en el sur o el este de Europa, por ejemplo, dieron paso a democracias formales, aunque sin un cuestionamiento del capitalismo que hiciera posibles cambios sociales de envergadura.
Más allá de esto, se interpreta que los cambios producidos en 1968 prefiguran en realidad otros más profundos, que los autores vaticinan mientras escriben en 1989. Así, apurando la comparación con 1848, ellos sugieren que al igual que la organización antisistémica que nació aquel año facilitó los intentos posteriores, comenzando con la Comuna de París y siguiendo con las revoluciones del siglo XX, el espíritu imaginativo y rupturista del 68, en una época marcada por la pérdida de poder de los Estados ante el capital globalizado, podría inspirar la necesaria dimensión transnacional de los movimientos antisistémicos. En este sentido, hay que decir que la profecía parece cumplirse, ya que a partir de 2001, las reuniones de Foro Social Mundial supusieron un impulso en la organización y búsqueda de estrategias contra el capital en el mismo campo de batalla globalizado que éste ha escogido.
Movimientos antisistémicos nos transporta a aquel agitado 1989 en que la historia se aceleraba con la URSS a punto de implosionar, un rol cada vez más importante del tercer mundo y la izquierda discutiendo si había que apoyar a Sadam Huseín o a Jomeini, porque éste se oponía al imperialismo norteamericano. A toro pasado, en 2024 podemos constatar que, aparte de los procesos positivos indicados en el párrafo anterior, el nuevo milenio ha traído más que nada el recrudecimiento de tendencias enormemente preocupantes, como el auge de derechas extremas en Europa y Norteamérica, consecuencia en gran parte de la crisis de inmigración provocada por la pauperización y guerras que el capital impone en sus áreas periféricas.
Sin embargo, la situación es peor aún cuando consideramos que la nueva mentalidad que nació en 1968 ha resultado determinante para la expansión en las últimas décadas dentro de la izquierda del wokismo y su cultura de la cancelación. Este movimiento, captado por el capitalismo en muchos casos, adolece además de aspectos discutibles, e incluso grotescos, que han proporcionado abundante munición a las derechas en su guerra ideológica contra el pensamiento emancipador.