Primera versión en Rebelión el 15 de enero de 2018
Los editores de este libro de Icaria Atrazyt, que agrupa trabajos de diversos historiadores, revelan en la introducción su objetivo de poner de manifiesto por medio de él la relación de una parte nada desdeñable de las elites económicas actuales de Cataluña con el tráfico de esclavos y las plantaciones con mano de obra esclava en Cuba y Puerto Rico entre los siglos XVI y XIX. Su empeño es demostrar que la trata y las actividades vinculadas con ella resultan imprescindibles para comprender los procesos de acumulación de capital en un escenario que en este caso es el catalán, pero que no es difícil extrapolar al resto de España y Europa.
La primera contribución es de Eloy Martín, que recoge una estimación aproximada de dos millones de esclavos en la metrópolis española entre 1450 y 1750. En Cataluña se observa una tendencia decreciente desde 1550, y una reactivación a partir de 1750, por la participación catalana en el tráfico negrero. No es hasta la década de 1830, cuando la prohibición de la trata por Gran Bretaña acelera la abolición de la esclavitud en el territorio peninsular español. A continuación, Josep M. Delgado estudia los intentos frustrados de España en la segunda mitad del siglo XVIII por intervenir en el lucrativo e infame negocio que controlaban los ingleses, dueños de las bases de abastecimiento africanas. La situación cambia en 1789 cuando Floridablanca, influido por el auge de las protestas abolicionistas en Gran Bretaña, autoriza con una Real Cédula una nueva mercancía en el tráfico atlántico: el negro africano. Esto revolucionó la agricultura esclavista en las colonias españolas y el comercio entre España y América.
Michael Zeuske presenta un breve panorama de las actividades de capitanes y empresarios negreros catalanes en la primera mitad del XIX, y de sus problemas con los ingleses que reprimían sus ignominias. En los documentos que se reproducen, los infelices capturados y llevados a América son referidos como “bultos”. Se calculan 1 640 000 seres humanos transportados por marinos españoles entre 1501 y 1867, correspondiendo una gran parte de esta cifra a la etapa final, del tráfico clandestino (1820-1867). Martín Rodrigo repasa luego cuatro biografías de capitanes negreros catalanes, pequeña muestra de los centenares de ellos dedicados al comercio de esclavos en esta última época, cuando era un trampolín social y económico, porque con uno de doce viajes que tuviera éxito, no sólo compensaba lo perdido, sino que aportaba una fortuna. Después, los capitales acumulados permitían, de regreso a Cataluña, importantes adquisiciones inmobiliarias y empresariales, dándose en algún caso también el salto a la política.
José Miguel Sanjuán analiza los negocios de la casa Vidal Ribas, dedicada en principio a los productos químicos, y más tarde a la inversión naviera, bancaria e inmobiliaria. No obstante, las ganancias obtenidas y diversos testimonios apuntan a una faceta negrera a partir de 1846. Se explican en detalle los grandes beneficios que era posible conseguir con estas actividades, a pesar de los peligros que implicaba, evidenciados por la captura por los ingleses de algunos de sus barcos. Xavier Juncosa repasa después la biografía de Jaume Torrents Serramalera (1796-1854), que emigró muy joven a Cuba, donde logró fundar una exitosa empresa de guarnicionería, y luego otras cárnicas, inmobiliarias y navieras. Pronto entró también en el comercio de ébano humano, del que obtuvo suculentos ingresos. En 1838 regresó a Barcelona, continuando con sus negocios más presentables. Sus descendientes gozaron de gran reconocimiento público a través de todo el siglo XX. Se ha de señalar que sus biógrafos habían pasado de puntillas hasta el momento por su relación con el tráfico de esclavos.
Xavier Sust nos acerca a la historia de Joan Barba, apresado con veinticinco años en 1836 cuando era oficial en una goleta negrera española capturada por los ingleses, lo cual lo llevó a ser condenado en la Habana por un tribunal anglo-español. Aquella experiencia le hizo ser más precavido en el futuro, y tras una corta temporada en la cárcel volvió a las andadas en 1838, pero con un barco que, aunque tenía tripulación española, navegaba con bandera y capitán norteamericanos. Hay que decir que la trata de los norteamericanos no era perseguida por los ingleses. Esta vez tampoco logró Barba llegar con sus negros a Cuba, pues el engaño era demasiado evidente. La historia se repitió un par de veces en 1840, y después se pierde la pista de este personaje, que es apresado de nuevo en 1845, tras lo cual regresa a Cataluña. Lizbeth Chaviano describe en el artículo que cierra la obra los métodos utilizados por los traficantes para introducir negros africanos en Cuba hasta mediados del XIX, y sus recursos para burlar una legislación que se hacía cada vez más represiva.
Con su colección de biografías de hombres que se dedicaron al comercio de esclavos, siendo capaces de levantar a partir de él grandes fortunas en muchos casos, este libro nos pone ante una imagen incómoda de nuestra propia historia. Los desequilibrios económicos del mundo, el hundimiento en el abismo de regiones del globo o la relativa prosperidad que los europeos gozamos en estos momentos son todo ello manifestaciones de un mecanismo singular, la acumulación de capital, que actúa como motor de la historia. El esclavismo cambia de rostro y puede transmutarse en colonialismo, en guerras de rapiña o en planes de ajuste estructural, pero el principio rector sigue siendo el mismo: el ser humano carece de los derechos más elementales ante la pérfida maquinaria de la explotación económica. Conocer mejor las etapas iniciales del proceso resulta imprescindible para perfilar esta dinámica y tratar de hacerle frente.