Primera versión en Rebelión el 12 de junio de 2024
Si el siglo XIX en Francia es un siglo revolucionario, podemos decir que la de Auguste Blanqui es la llama más vigorosa que alimenta esa hoguera, de principio a fin. Su primer texto conocido es un llamamiento a la insurrección de julio de 1830, y la víspera de la proclamación de la Comuna de París, el gobierno reaccionario de Thiers lo hizo detener y se negó a canjearlo por setenta y cuatro rehenes, lo que nos da idea del valor que se le atribuía.
Encarcelado tres décadas de su vida, y conocido por ello como l’Enfermé (El Encerrado), Blanqui fue acusado de impaciencia en sus afanes revolucionarios y acabó cediendo el cetro del pensamiento transformador a herederos suyos que lo enriquecieron con teorías sociales y económicas, pero su impulso sigue iluminándonos irrepetible. Su biografía y sus escritos tienen la virtud de transportarnos al origen de las luchas sociales de hoy mismo, y transmitirnos el coraje de quien encarnó como pocos la misión de dirigir a las masas proletarias en el combate por su emancipación.
Todos estos aspectos quedan de manifiesto en los escritos de Blanqui seleccionados, traducidos y anotados por Julio Monteverde que Pepitas acaba de editar. El libro trae además un prólogo que firman “Algunos agentes del Partido Imaginario” y repasa la figura de un hombre con una heroica trayectoria, pródigamente cristalizada en sociedades secretas e insurrecciones de incierto futuro. Ni Dios, ni amo, título escogido para la recopilación, es el nombre de un periódico fundado por Blanqui en 1880, y se convirtió luego en uno de los lemas favoritos de los anarquistas.
Una existencia con un solo objetivo
De ancestros italianos, Louis-Auguste Blanqui nació en Puget-Théniers (Alpes Marítimos) en 1805, en la familia de un profesor bonapartista frustrado años después por la restauración borbónica de 1814. El joven Auguste viaja a París con trece años y allí realiza estudios de Derecho y Medicina, pero es seducido muy pronto por la agitación revolucionaria y se une a los carbonarios, sociedad secreta que trataba de alumbrar una república con amplio contenido social. A partir de ese momento, su vida es una sucesión ininterrumpida de insurrecciones fallidas y encarcelamientos, en la que el hilo conductor es un pensamiento político simple: una vanguardia debe dar un golpe de mano y tomar el poder para expropiar a la burguesía e instaurar el comunismo.
En 1830 Blanqui se une al pueblo parisino en la Revolución de julio contra la dinastía borbónica, pero sus esperanzas de una república se ven frustradas con el acceso al trono de Luis Felipe I, que inaugura la dinastía de los Orleans. La lucha sigue sin embargo por medio de agrupaciones secretas como La Sociedad de las familias, fundada por Blanqui en 1835, y desmantelada ésta y encarcelada su cúpula, La Sociedad de las estaciones, que toma el relevo en 1837. Dos años después, nuestro comunista ocupa por la fuerza el Ayuntamiento de París con sus partidarios, y resiste allí varios días, lo que le vale una condena a muerte, conmutada a cadena perpetua.
El Encerrado no vuelve a la calle hasta 1848, y ese año revolucionario va a tratar infructuosamente de dotar a la II República que nace de un mayor contenido social, movilizando a la clase obrera junto a otros líderes como Étienne Cabet o Louis Blanc. En mayo una nueva ocupación del ayuntamiento capitalino es aplastada por el ejército y acarrea a Blanqui diez años de condena. Liberado en 1859, con Napoleón III ya en el poder, su activismo no mengua, con lo que en dos años está de nuevo en la cárcel, aunque su influencia y prestigio no dejan de crecer y son una referencia entre los más radicales que se oponen al II Imperio. Exiliado en Bélgica tras lograr escapar en 1865, Blanqui pone sus ideas sociales y políticas por escrito en textos que serán reunidos tras su muerte con el título de Crítica social (1885).
Tras regresar a París con la amnistía de 1869, el de Puget es muy activo en los prolegómenos de la Comuna de París, pero detenido en marzo de 1871 no pudo participar en su fase final. Cuando su ya frágil salud se deteriora después en las cárceles de la III República, muchos se mueven por que sea indultado y al fin es puesto en libertad en junio de 1879. Le queda de vida poco más de un año, y su principal objetivo en esta última etapa será lograr una amnistía para los presos de la Comuna.
Escritos para guiar la acción
Entre los textos recogidos en el libro, encontramos proclamas y análisis de las perspectivas revolucionarias en momentos diversos, así como instrucciones insurreccionales, a veces muy detalladas, como la que lleva por título: “Esquema del procedimiento a seguir en un levantamiento armado en París”, que incluye un plano. Se presenta también el reglamento de la Sociedad de las familias y el ideario del periódico Candide, fundado por Blanqui en 1865. Contra la enseña republicana tricolor, se defiende en otro artículo la bandera roja ondeada por los insurrectos en sus barricadas ya desde 1832, con el color de la sangre de los mártires que dieron su vida por traer la República.
Una reflexión sobre el pasado, permite a Blanqui concluir que la crónica humana puede definirse como un combate entre privilegio e igualdad, y lúcidamente se diagnostica la nueva fase del desastre, en la que la expansión colonial somete pueblos y destruye el planeta: “Responderemos ante la historia por esta masacre”. Se identifican los grandes problemas sociales y se ofrece una posible solución. Así por ejemplo, en “La riqueza social debe pertenecer a los que la crearon”, de 1834, leemos: “algunos individuos se han apoderado por medio de la astucia y la violencia de esta tierra común que pisamos, (…) y han establecido por medio de leyes que será siempre de su propiedad.” Clama contra esto nuestro rebelde, y defiende el derecho de las masas a expropiar a los dueños del mundo para establecer un régimen de igualdad, el cual debería basarse según él, no en un reparto equitativo, que fácilmente degenerará en nuevas desigualdades, sino en un “régimen de asociación”. Otro texto de 1869-70 lleva un título emblemático: “El comunismo, futuro de la sociedad.” El capital es reconocido como el enemigo a batir y la educación como el arma imprescindible para elevar la conciencia del pueblo.
Y cómo será posible la expropiación de los dueños del mundo. Para nuestro pensador, ninguna inteligencia puede predecir cuando la historia agotará su viejo camino y alumbrará el ansiado momento, pero sí tiene claro que el objetivo entonces ha de ser armar al pueblo y desarmar a la burguesía, para lo cual ve necesario un decidido núcleo que desbroce el camino. Blanqui desprecia por igual a los socialistas reformistas como Louis Blanc y a los revolucionarios de la Internacional, como Marx o Bakunin, que creen en un rol esencial de las masas organizadas en el proceso de transformación. El Encerrado considera inevitable una dictadura: “El pueblo necesitará durante algún tiempo ‘un poder revolucionario’”, escribió.
En el texto que cierra el libro, “La eternidad por los astros”, elaborado en prisión en 1871, Blanqui reflexiona sobre la infinitud del espacio y el tiempo y concluye postulando un eterno retorno que anticipa el de Nietzsche: “Sea cual sea, el camino que completará la propia existencia del planeta hasta su último día ya ha sido recorrido miles de millones de veces. Tan sólo es una copia impresa de antemano en el tiempo.” Luego añade: “Todo lo que uno habría podido ser aquí en la Tierra, lo es en otro lugar.” Sin embargo, admite que esta “eternidad del hombre por los astros” resulta melancólica, porque deshace toda idea de progreso. Su lección provechosa sería que nos enseñara a relativizar la pretensión humana de ser el centro del cosmos.
Auguste Blanqui queda retratado en cuerpo y alma en los textos recopilados en Ni Dios, ni amo. Él acertó a ver la máquina monstruosa que se había puesto en marcha en el mundo y dedicó su vida a ensayar obstinadamente contra ella el único remedio que se le antojó posible de aplicar. Su inflexible gimnasia revolucionaria, avant la lettre, puede parecernos agotadora, frustrante e incluso desmovilizadora, pero no podemos negarle un profundo respeto a este hombre irrepetible, porque todos sus actos fueron guiados sólo por una conciencia en carne viva de la aberrante escisión social impuesta por el capital. “El yo siempre me ha dejado frío”, escribió en una ocasión.