Primera versión en Rebelión el 19 de junio de 2019
En los artículos que recientemente vengo publicando en Rebelión sobre la Revolución majnovista, son varias las ocasiones en que Nikifor Grigóriev se ha cruzado en el curso de los acontecimientos. Sin embargo, temiendo perder el hilo de relatos ya por sí complicados, he preferido hasta ahora evitar mencionarlo. El problema de estas “podas” a la historia es que, fatalmente, con ellas ésta se simplifica, y podemos acabar cayendo en un mecanicismo en el que todo sigue una línea bien definida e inevitable. La realidad, no obstante, tiene siempre la virtud de superar nuestros esquemas, y para ser algo más fiel a ella, presentaré aquí muy sintéticamente los hechos de la vida de este personaje, fundamental en la Ucrania de aquellos años, así como una discusión sobre el rol que desempeñó en diversas momentos.
Entre 1917 y 1921, hace ahora exactamente un siglo, en el este de Ucrania se desarrolló un movimiento revolucionario netamente libertario, que demostró su pujanza al enfrentarse a enemigos muy superiores y resistir briosamente sus acometidas, siendo capaz de regenerarse tras cada una de ellas. La explicación de esto hay que buscarla en la identificación con este proceso de unas masas de campesinos pobres que en aquella lucha desesperada veían su única oportunidad de librarse de la penosa explotación que había caracterizado su existencia hasta entonces. Sin embargo, esto no surgió espontáneamente, y hay que decir que, como hemos visto en los artículos anteriores de esta serie, fue necesaria una profunda labor de concienciación y organización en todas las esferas de la vida para que esta historia fuera posible. Repasar la biografía de un personaje como Nikifor Grigóriev nos servirá para hacernos una idea de cómo hubiera sido la revuelta de Ucrania sin la coherencia ideológica que los anarquistas supieron dar al movimiento.
Militar de carrera.
El que llegaría a ser un talentoso militar conocido como atamán Grigóriev (atamán era clásicamente el título de un jefe de cosacos) nació probablemente en 1885 como Nychypir Servetnyk en una pequeña localidad del oeste de Ucrania, aunque emigró luego a Grigórievo, cerca de Jersón, y acabó tomando de este topónimo el apellido con el que lograría notoriedad. Entregado muy pronto a la carrera de las armas, sirve como voluntario ya en la guerra ruso-japonesa de 1904 y 1905, y es condecorado por su valor y promovido a alférez. Ejerce después funciones de policía, y con el estallido de la Gran Guerra, de nuevo voluntario en el frente, sigue cosechando medallas y alcanza el grado de capitán. Por esos años comienza a militar en el partido de los Socialistas Revolucionarios (SR).
Con la Revolución de febrero, Grigóriev apoya al gobierno independiente de la Rada Central de la República Popular de Ucrania (Ukrainska Narodna Respública, UNR), que se constituye con una orientación socialista moderada, y sirve en el ejército reorganizado por ésta como teniente coronel. Pero esto es sólo hasta abril de 1918, en que se produce el golpe de estado de Pavló Skoropadski, respaldado por los imperios centrales. Nuestro protagonista se adhiere a él, y alcanza el empleo de coronel en su ejército. No obstante, en el verano se produce un giro importante en su trayectoria cuando decide dejar de acatar órdenes y se proclama jefe único de su propia hueste. En el año que le queda de vida se moverá en un baile desesperado, tramando sucesivamente alianzas con todos los contendientes en liza, lo que es mucho decir.
Señor de la guerra
Con el armisticio de noviembre de 1918, Grigóriev busca colaboración con el directorio con el que su viejo amigo Simón Petliura trata de reconstituir la UNR, y a su servicio combate en el este de Ucrania, ocupando Mykoláiv, Jersón, Ochákiv y Alioshki a los blancos. Pronto entabla relaciones con los SR ucranianos y cuando le llegan noticias de que la UNR va a pactar con los de Denikin para unir fuerzas contra los rojos, se niega a aceptarlo. Así, en enero de 1919 rompe con ella y tras conversaciones con Vladímir Antónov-Ovséienko, jefe del frente ucraniano del Ejército rojo, integra sus fuerzas en éste. Esto es ya en febrero; nuestro caudillo dispone por entonces de 5000 combatientes, con 100 ametralladoras y 10 cañones.
Las semanas que siguen hay luchas desesperadas contra los blancos a lo largo del frente Nikoláiev-Jersón y el 10 de marzo los de Grigóriev toman esta última localidad. Cae después Nikoláiev, y también Odessa el 8 de abril. Se solicita por entonces para él la orden de la Bandera Roja, pero los sucesos van a evolucionar rápido, porque a finales de ese mismo mes, el condotiero decide apoyar la agitación campesina contra requisadores y chekistas bolcheviques que hacen estragos en la región. Su proclama del 8 de mayo al pueblo ucraniano tiene una retórica que podría pasar por majnovista (libertad de conciencia, soviets libres, etc.), pero los tercos hechos nos hablan de brutalidad y violentos pogromos. Unidades bolcheviques se unen a este levantamiento que aglutina a 20 000 hombres, con 700 ametralladoras, 50 cañones y 6 trenes blindados.
El contraataque de los rojos no se hace esperar y en junio los rebeldes son ya sólo 3000. Es entonces cuando el atamán busca el apoyo de Néstor Majnó, enemistado también con rojos y blancos, y cuyas fuerzas están en retroceso por la acometida de estos últimos. Tras negociaciones previas y la ejecución de dos oficiales de Grigóriev enviados a parlamentar con Denikin y que fueron detenidos por los majnovistas, por fin el 27 de julio, en la localidad de Séntovo (hoy Rodnikovka), en un gran mitin conjunto ante 20 000 combatientes de los dos bandos, los libertarios acusan a Grigóriev de sus pogromos y de andar en conversaciones con los blancos. Cuando los dirigentes se retiran para discutir sus diferencias en privado, el atamán, sintiéndose amenazado, echa mano a su pistola, y es tiroteado junto a su guardaespaldas. Algunos de sus hombres aceptan unirse a los majnovistas, pero muchos de ellos acabarán licenciados por su indisciplina y tendencias antisemitas. Otros, que optan por volver con los bolcheviques, combatirán después fieramente a los anarquistas para vengar a su caudillo.
Nikifor Grigóriev y Néstor Majnó: vidas poco paralelas en un tiempo demasiado violento
Nuestro protagonista cometió el error fatal de no considerar la intransigencia de los majnovistas en lo relativo a alianzas con los blancos. Los emisarios de éstos que llegaban con ofertas de colaboración eran sistemáticamente ejecutados, y las intenciones de Grigóriev de alcanzar un acuerdo con los irreconciliables adversarios ideológicos eran a ojos de los libertarios un delito de la máxima gravedad. Nos da la impresión de que los anarquistas sobreactuaban algo en su afán de mantener intacta su pureza revolucionaria. Estos razonamientos tan teóricamente irreprochables los llevaban luego, penosa e indefectiblemente, a aceptar envenenados pactos con los bolcheviques que al final eran siempre su perdición.
Grigóriev, evidentemente, era harina de otro costal. Encerrado en aquel anillo de fuego creado en torno a él, si no hubiera sido por su error de cálculo al aproximarse a los majnovistas, que conocían su historial, hubiera terminado con toda seguridad integrado en el Ejército voluntario de Denikin, y encuadrado en él hubiera combatido a los bolcheviques con la competencia en el campo de batalla que repetidamente demostró. En la lucha a muerte entablada en aquel momento entre dos poderes brutalmente dictatoriales, no había lugar para cualquiera que intentara mantener un resquicio de independencia. La desgraciada, aunque luminosa, crónica de la revolución majnovista es una prueba irrefutable de esto.
Hermanados por su talento militar, que los llevó a ser decisivos en la tempestad que quemó sus vidas; equiparados en la historiografía soviética, que así desacreditaba al anarquista con los excesos del oficial zarista, Grigóriev y Majnó, Majnó y Grigóriev son los dos rostros más carismáticos de la revuelta de Ucrania, sus protagonistas indiscutibles. Comparar sus trayectorias, analizar sus hechos, sus éxitos, sus crímenes y sus errores, más allá de demonizar a uno o canonizar a otro, puede servir para percibir cómo un proyecto revolucionario democrático y autogestionado, que logra organizar fraternalmente a las masas desposeídas, es realmente el instrumento para canalizar las energías desbocadas de la historia en una dirección de progreso social.