Primera versión en Rebelión el 30 de enero de 2018
La tesis de este libro que acaba de publicar Akal con presentación de Pascual Serrano es que, contra lo que intenta hacernos creer el aparato de propaganda de los medios de comunicación dominantes, la violencia que aqueja en estos momentos al mundo musulmán no es un corolario de la vieja división de éste entre sunitas y chiitas, sino que su causa hay que buscarla en Occidente, que trata de imponer su hegemonía en una región de enorme importancia económica y estratégica y utiliza como instrumento táctico la citada división. Las pruebas de esto son abrumadoras y se detallan a lo largo de la obra. Recorriendo el laberinto de facciones y siglas que representan todas las tendencias políticas y religiosas en lucha hasta la extenuación, terminamos comprendiendo que el hilo conductor oculto que domina la trama no es otro que la defensa de los intereses imperialistas, aunque sorprenda la infinita capacidad de engaño que se pone de manifiesto y el fracaso casi absoluto de los actores políticos ligados a las masas populares para analizar la dinámica histórica desde una perspectiva de clase.
Antes de comenzar el recorrido por los escenarios regionales estudiados, un capítulo nos presenta los fundamentos de la situación actual, remontándose a la constitución a partir del siglo VI a.C. del imperio Persa. Éste nunca llegó a extenderse a la península Arábiga, que despreciaba como inhóspita e improductiva, aunque de ella, paradójicamente, le vino la ruina en el siglo VII con la expansión del Islam. Tras la temprana escisión de éste entre los seguidores de Abú Bakr (sunitas) y los del yerno del profeta, Alí, (chiitas), son los primeros los que emprenden la conquista de Persia. Permanecerán allí en el poder hasta el siglo IX, cuando toma el relevo una dinastía iraní sunita. La conversión de estas tierras al chiismo llega de la mano de los safávidas a comienzos del XVI y va acompañada de una intensa reivindicación nacional frente a turcos y árabes (todos sunitas). No obstante, el clero chiita no alcanzará el poder político hasta la revolución de 1979.
Se aborda después el origen de la fractura de los musulmanes entre sunitas y chiitas, un conflicto sucesorio con ingredientes de lucha de clases pues los partidarios de Alí pertenecían sobre todo a los sectores más explotados. Minoritarios siempre, los chiitas se caracterizan por presentar una jerarquía religiosa con ministros ordenados que no existe entre los sunitas. Los hijos de Alí: Hasán y Husein, mártires como él del chiismo, simbolizan la tensión entre los partidarios de la vía pacífica y la negociación (hasanitas) y los que optan por el combate y el martirio (huseinitas). La ambigüedad del Corán en torno al concepto de yihad ha permitido siempre, y de forma extrema hoy día, interpretaciones que favorecen la guerra, aunque se ha de reconocer que en su historia reciente los musulmanes han sido sobre todo víctimas de las invasiones y rapiñas de otros. Por otra parte, y aun siendo contrarios a algunos preceptos del Corán, en todas las escuelas del islam hallamos defensores de los atentados suicidas en los que se produce la muerte de civiles, que se pretenden justificar por las situaciones de ocupación y violencia entre comunidades.
El primer escenario visitado es Irán, una potencia económica y cultural a nivel regional que adquirió en los años de los Pahlevi un aire más cosmopolita y abierto a Occidente que los países de su entorno, lo cual sigue siendo válido incluso ahora con la República Islámica. Un repaso detallado de las relaciones de la teocracia iraní con las facciones palestinas evidencia las tensiones, tanto con el laico e izquierdista Yasser Arafat, como con los integristas sunitas de Hamás. A pesar de esto, Irán trata de abanderar la causa palestina contra su archienemigo Israel, aunque en este sentido Ahmadineyad se pasara de rosca con posicionamientos antisemitas que chocan con la historia y la realidad de su propio país, en el que viven aún cerca de veinticinco mil judíos y hay cuarenta y tres sinagogas en funcionamiento. Irán extiende su influencia a Líbano a través de Hezbolá (el partido de Dios). Aquí Francia impuso al retirarse un sistema tribal-religioso que se vende como democrático, pero es una fuente continua de inestabilidad y violencia en la que las clases trabajadoras son marginadas y los refugiados palestinos se llevan siempre la peor parte.
Arabia Saudí representa una ignominiosa combinación de fanatismo musulmán y servilismo a los intereses occidentales y sionistas, que la utilizan como peón contra Irán, al igual que hicieron con Sadam Husein. La caída de éste fue un grave error de Bush Jr., que puso Iraq en la órbita de Irán. En Bahréin, archipiélago estratégicamente situado en el Golfo Pérsico, una mayoría chiita es explotada por una minoría integrista sunita próxima a Arabia Saudí y los Estados Unidos, que tienen aquí una importante base. Yemen, con su sociedad tradicionalmente abierta e inclusiva, es en la actualidad un escenario de guerra entre los hutíes (chiitas) y Arabia Saudí-Occidente, coalición cuyas atrocidades extremas no alcanzan los titulares de los diarios. El resultado final del conflicto es incierto a día de hoy. Siria sólo conoció tras la dominación otomana un calvario que va del colonialismo al panarabismo dictatorial y represor de las minorías, aunque éste se suaviza algo con la llegada al poder de Hafiz al Asad en 1970. En medio de una profunda crisis económica, el nombramiento de Robert Ford como embajador en Damasco en 2011 selló el destino del país, que se hundió pronto en una cruenta y destructiva guerra civil con amplia intervención internacional. Las autoras analizan en detalle los complejos intereses enfrentados en ella.
El nacimiento y consolidación del autodenominado Estado Islámico resulta ser una de las operaciones clave para la desestabilización de la región y la implementación en ella de los intereses imperiales y sionistas. Los mercenarios fanatizados que se reclutan, arman y entrenan en países aliados de los Estados Unidos se deslizan luego por las porosas fronteras de Siria con Turquía, Iraq y Jordania para convertirse en la pieza esencial en la guerra civil que asuela el país. En este grave contexto, al Asad se apunta un buen tanto al conceder la autonomía a los kurdos de Rojava, lo cual pone contra las cuerdas a Erdogan. Después, con la ayuda rusa e iraní demuestra que es capaz de ganar la guerra y desafiar los intereses norteamericanos en la región. De nada sirvió el abundante y sofisticado armamento proporcionado por Occidente (vía monarquías del Golfo) a todos los rebeldes, ni la manipulación a la baja de los precios del petróleo por parte de Arabia Saudí para debilitar a Rusia e Irán, ni inundar Europa de refugiados para forzar su intervención y el derrocamiento de al Asad, proclamado culpable único de tantas desgracias. A lo largo de este proceso, la religión se comprueba siempre que es simplemente un instrumento, fundamental eso sí, en las luchas por el dominio estratégico y el control de los recursos.
Como señalan Nazanín Armanian y Martha Zein en la introducción, Oriente Medio era hasta las décadas finales del siglo XX un lugar donde diversas fes religiosas coexistían pacíficamente, de forma que los conflictos entre ellas eran la excepción. A este paisaje sucede otro, descrito en detalle en el libro, en el que estremece la violencia extrema del imperio, pero sobre todo su capacidad para fomentar disensiones entre los musulmanes y hacerse con estrambóticos aliados entre ellos, llámense Arabia Saudí, Al Qaeda o Daesh. Como hemos visto, es solamente la apuesta de Occidente por inestabilizar la zona para saquearla más fácilmente lo que ha creado la situación actual. Copioso de información de enorme interés, que las autoras, profundas conocedoras de los temas tratados, saben presentar de forma ágil y atractiva, No es la religión, estúpido nos pone de bruces ante la lógica criminal del imperio, su camaleonismo y la urgente necesidad de fraguar alianzas para contener sus desmanes.