Primera versión en Rebelión el 20 de diciembre de 2022
Cuando muere Franco, Asturias es una región industrial y minera, con un pujante movimiento obrero y una economía entre las más activas de España, aunque ya en retroceso. Transcurrido casi medio siglo de aquello, el declive es evidente en todos los campos. Las frías cifras dicen mucho de lo ocurrido, pero es bueno plantearse cuál fue el correlato político de esa involución, en una época ya de partidos y elecciones. En la ciudadanía más consciente se capta como síntesis de este periodo el regusto amargo de una ocasión perdida.
El periodista asturiano Xuan Cándano, de quien comentábamos hace poco en Rebelión su última incursión narrativa, retoma en No hay país. Crónica política (y sentimental) de Asturias (1975-2022) la labor de escudriñar la historia para explicarnos cómo se consumó el proceso y quiénes fueron sus protagonistas. El volumen, que viene con un prólogo de Ángeles Caso, lo acaba de publicar Hoja de lata y con sus más de cuatrocientas páginas ofrece un acercamiento minucioso a la política asturiana y algunas de sus ramificaciones mediáticas y culturales en los últimos tiempos.
Crónica de la decadencia
No hay país recorre los entresijos de las etapas que se fueron sucediendo, desde la recuperación de la democracia hasta la actualidad. Conocemos así las reorganizaciones sucesivas de los partidos a izquierda y derecha y los liderazgos que fueron emergiendo. Los retratos bien trazados aportan detalles de interés obtenidos en más de setenta entrevistas, y a lo largo del texto vemos diseccionados en su perfil humano y político a los que capitalizaron los titulares de prensa durante décadas en la región.
Aguardando el veredicto de la historia tenemos, merced a No hay país y al buen hacer de Xuan Cándano,un primer atisbo de por dónde pueden ir los tiros y aprendemos a diferenciar los tipos humanos diversos que concurren a las elecciones. El muestrario va desde algún personaje genuinamente honrado, rara avis, hasta los corruptos o delincuentes que prolongaron su carrera en tribunales de justicia, pasando por los que se llevaron sólo “lo normal” en un mundo de prebendas y puertas giratorias. Contemplamos en nuestro viaje formas variadas de hombres públicos y animales políticos, sin que falten dictadores de rasgos apenas suavizados por el rito parlamentario ni retablos dignos de una santa compaña o hasta algún bicho raro que no se sabe cómo se metió en el berenjenal. No es un atractivo menor del libro la dilatada serie de episodios de caciquismo provinciano que pueblan sus páginas.
No se olvidan tampoco las pistas laterales del gran espectáculo, que desbrozan cuestiones tan de interés como la pugna por el control de los medios, el desmantelamiento del sector bancario autóctono, la historia de la Fundación Princesa de Asturias y sus premios, las guerras en torno a la recuperación de la llingua asturiana o la influencia de intelectuales nativos o arraigados en la tierrina, algunos con proyección allende las montañas.
Lo narrado nos ha traído a un escenario nada halagüeño, que conjuga declive económico con desmovilización social, y todo ello en la región que padece el mayor desplome demográfico de Europa. Para Cándano otro asunto crucial es la ausencia de un proyecto de país, lo que se percibe comparando la situación con la de Galicia, aun con los problemas seculares que allí se dan. El futuro ofrece sólo como rasgos positivos el aprovechamiento de la sin par naturaleza y del clima, cada vez más deseable con el apocalipsis climático en ciernes.
Buscando explicaciones
El “Epílogo nada wagneriano” que cierra No hay país aporta algunas claves para entender lo ocurrido. En las primeras décadas del siglo XX, los intentos revolucionarios del movimiento obrero no lograron sus objetivos, pero provocaron la desconfianza de la burguesía y la huida del capital. De esta forma, la industrialización que se impulsó en los años 60 estuvo dominada por empresas estatales. Cuando ya en la época democrática el PSOE conquistó el poder en la autonomía recién estrenada, gestionó sin visión de futuro una economía subsidiada que en el contexto nacional y global estaba condenada al colapso. Cándano define la situación de esta etapa como un “régimen sindical”, que acabó además, para colmo de males, gangrenado por la corrupción.
Ante el estrepitoso fracaso de la clase política en todo este proceso, abruma pensar que ciertamente la ciudadanía tampoco estuvo a la altura de las circunstancias. Satisfecha de poder elegir al fin libremente a sus representantes, no se percató de que en la difícil época que se vivía su papel hubiera tenido que ser más activo, comprometiéndose a fondo en las reivindicaciones. De todas formas, hay que decir que con la furiosa desindustrialización impuesta no hubiera sido nada fácil salvar los muebles.
La servidumbre del sistema establecido en Asturias se expresa con una sola palabra: partitocracia, y una partitocracia además no de organismos independientes, sino sumisos a un poder central radicado en Madrid. Cuando ésa es la baraja con la que se juega, resulta casi inevitable que la política regional vaya exclusivamente de repartir sillones y trocear el pastel del presupuesto. No imaginamos siquiera que pudiera ser de otra manera porque priman los intereses estatales y mientras tanto la economía va a su aire y a los humanos de a pie sólo les queda votar cada cuatro años para elegir a los gestores del desastre.
Con su crónica fiel e inquietante, este último libro de Xuan Cándano puede ser un buen modelo experimental de cómo se va al garete un país, con formas sedicentemente democráticas, en esta época financiera y senil del capitalismo desquiciado.