Primera versión en Rebelión el 3 de julio de 2024
Pocos espacios de esperanza pueden encontrarse en este mundo nuestro más sugestivos y prometedores que la red de relaciones sociales, profundamente democráticas y respetuosas con el planeta, que en las últimas décadas han construido los zapatistas en el sur de México. Es por esto que conocer la historia y la organización de estas comunidades tiene un interés extraordinario. Política kuxlejal, de la profesora e investigadora en antropología social Mariana Mora, se plantea justamente este objetivo y por medio de un exhaustivo programa de entrevistas en un municipio zapatista consigue tomar el pulso a un proceso de transformación social en el que todo el mundo fija sus ojos en este momento.
La primera edición de Política kuxlejal fue publicada en inglés por University of Texas Press (2017), y posteriormente han aparecido dos en castellano, una de DIELSA (2018) y la que aquí reseñamos, de Bajo Tierra Ediciones (2023). Kuxlejal es vida-existencia en tzeltal y lekil kuxlejal podría significar en este idioma un ideal de vida común digna. Éste es el término preferido por los indígenas para la sociedad armoniosa que tratan de crear y cuyos rasgos son analizados en el libro.
Las casi cuatrocientas páginas del texto, ilustradas con fotografías y documentos, integran la contundencia de los testimonios de primera mano con una reflexión bien fundada teóricamente sobre los procesos implicados, lo que ilumina los retos de la metamorfosis social que se describe.
La historia: injusticia y resistencia
Los primeros capítulos sintetizan la historia que ha conformado el presente. La autora recuerda sus visita a Chiapas a mediados de los 90, cuando el gobierno federal del priista Ernesto Zedillo (1994-2000) no hacía más que plantear dificultades a los intentos de los indígenas de organizarse democráticamente en su territorio y se temía una invasión militar. Fue asi como en enero de 1994 los zapatistas proclamaron su “autonomía” y comenzaron a desarrollar un proceso de autoorganización.
Lamentablemente este proyecto hubo de enfrentar violencia armada de fuerzas paramilitares que en el episodio más grave, a finales de 1997, asesinaron a 45 indígenas, mujeres y niños en su mayoría. El año siguiente se registraron innumerables incursiones del ejército que produjeron ocho víctimas mortales, cientos de detenciones y destrucción de viviendas. La respuesta del EZLN ante esto fue pacífica pero contundente, y se basó en una movilización a nivel estatal que culminó en la famosa Marcha de la dignidad que recorrió 17 estados en 2001. No se lograron sin embargo avances legislativos importantes en la autonomía indígena, y ello obligó a proseguir la tarea constructiva al margen de los marcos jurídicos nacionales. Así, en agosto de 2003 pudo celebrarse la constitución de cinco Caracoles, nombre escogido para la administración regional de un conjunto de municipios autónomos, dotándose cada una de estas “provincias” de una Junta de Buen Gobierno. Esto representaba la instauración de una forma de vida autogestionada que rompía con toda la historia anterior.
Un aspecto esencial a tener en cuenta es que el proceso de autoorganización necesariamente adoptó ritmos y estrategias diversas a través del territorio zapatista. La investigación realizada en Política kuxlejal se centró sobre todo en la región ahora conocida como Diecisiete de Noviembre, en la que hasta mediados del siglo XX la propiedad agraria se basaba en “fincas”, cuyos dueños, generalmente mestizos, explotaban miserablemente a los indígenas, “mozos” poseedores sólo de la fuerza de su trabajo. A partir de esa época se repartieron “ejidos” a los campesinos, pero la penuria y subordinación no desaparecieron con ello, pues estas tierras comunales eran muchas veces las de más baja calidad y el reparto no afectó a la estructura social opresiva, marcada siempre por una fuerte componente racial.
Ésta era la infamante situación de partida en la zona de estudio, contra la cual en el siglo XX y en la estela de personajes comprometidos con los derechos de los indígenas como Manuel Altamirano (1834-1893), asociaciones e instituciones diversas fueron promoviendo una toma de conciencia y movilizándose en busca de soluciones. Cabe destacar como impulsos positivos los planteamientos de la teología de la liberación, que se empiezan a manifestar a partir de los 60 y la labor de ONG desde los 80. Esta trayectoria se evidencia en los testimonios de las personas de mayor edad entrevistadas por Mariana Mora.
A lo largo de esta época se documenta en el libro cómo se van constituyendo grupos que trabajan en pos de un horizonte de justicia social y terminan convergiendo en el movimiento zapatista. Un hito destacado fue el Congreso Indígena de 1974, organizado por la diócesis de San Cristóbal, a partir del cual las divisiones entre tzeltales y tojolabales que existían, hábilmente orquestadas por los poderes políticos, dieron paso a una conciencia de la lucha común que era necesario emprender. En la fecha simbólica del 12 de octubre de 1992, 10 000 campesinos indígenas marcharon por las calles de San Cristóbal de las Casas exigiendo sus derechos. Era un vaticinio del levantamiento inminente.
La construcción de una vida digna
A partir de 1994, la reforma agraria zapatista trata de revertir las políticas privatizadoras que se estaban implementando en aquel momento, y ello se materializa en una toma de tierras que permitió satisfacer las expectativas de trabajo digno de las poblaciones locales. Mariana Mora nos describe como en los terrenos de Diecisiete de Noviembre, que fueron escenarios de brutal explotación racializada, encontramos hoy campos comunales y nuevos centros de población, que alojan entre 7 y 20 familias, aunque haya también campesinos que opten por cultivar sus propios ranchos sin integrarse en la comunidad. Las tierras que servían de pastizales para el ganado en el pasado y sufrían grave erosión y pérdida de nutrientes, tardaron un tiempo en regenerarse, pero hacia 2007 la producción de maíz y frijol alcanzó niveles que permiten el autoabastecimiento e incluso venta al exterior.
A pesar de estos datos halagüeños, hay que decir que la adquisición de otros productos está sometida a las leyes del mercado y los campesinos pueden sentir a veces la tentación de migrar en busca de trabajos más rentables, como albañiles en la Riviera Maya, por ejemplo. No hay que olvidar tampoco que existen presiones legales y de represión física contra los zapatistas por parte de expropietarios expropiados. En el libro se describe una amplia variedad de situaciones complejas en las que la nueva organización social se ve obligada a demostrar su capacidad para resolver todo tipo de conflictos. Respecto a la interacción con el Estado se comprueba que existe represión ocasional, aunque otras veces las decisiones de la autonomía zapatista son aceptadas como válidas por entes gubernamentales.
La discriminación de género era una grave lacra en las sociedades tradicionales, y la política zapatista para superarla ha consistido en promover colectivos de mujeres, foros de reflexión sobre los problemas comunes que sirven para dinamizar una vida limitada antes a rutinas domésticas. De este modo, se ha conseguido un empoderamiento de las marginadas y se impulsa una igualdad de derechos y deberes con los varones que se establece como nuevo paradigma. Son esenciales en este sentido los colectivos de producción, con éxitos notables en café y artesanía, que han revolucionado la contribución femenina a la economía comunitaria. Los planes de ayuda estatales que proporcionan subsidios a las más vulnerables, como el programa Oportunidades, son rechazados por los zapatistas, que los perciben como meramente “asistenciales” y no enfocados a resolver los problemas de fondo.
El capítulo final está dedicado a la estructura política que se promueve, guiada por el famoso lema de “mandar obedeciendo”. Compitiendo con la dinámica envenenada de la democracia representativa gestionada por partidos políticos, lo que toma forma en las comunidades zapatistas es una democracia directa de asambleas y consensos en la que los elegidos lo son sólo para cumplir las misiones encomendadas. En las Juntas de Buen Gobierno, que agrupan a varios municipios, los representantes de éstos se van rotando semanalmente con este fin durante la duración de su mandato. Lo que se reivindica en el fondo con esta estructura, horizontal y solidaria, es la capacidad política de los que han sido negados de ella secularmente y construyen al fin un sujeto colectivo.
En uno de los capítulos del libro se reproducen testimonios recogidos por Mariana Mora en entrevistas grupales intergeneracionales con indígenas de Diecisiete de Noviembre en 2005. Viejos y jóvenes juntos aportan sus experiencias al debate y el intercambio pone de manifiesto la ruptura que supuso la organización autónoma emprendida en 1994. Los recuerdos de la gente mayor perfilan con angustiosa claridad la época de “los golpes y la servidumbre”, infame de injusticias raciales y de género, y se convierten para la juventud en una visión transparente de los logros alcanzados y en el compromiso de no tolerar nunca el retorno de un pasado de oprobio.