Primera versión en Rebelión el 17 de enero de 2023
Aunque fue una figura esencial del anarquismo norteamericano por su labor como organizadora, oradora y escritora, Lucy Parsons es recordada muchas veces sólo como la esposa de uno de los mártires de Chicago. Hay que decir también que hasta la publicación de la biografía que le dedicó Jacqueline Jones en 2017: Goddess of Anarchy. The life and times of Lucy Parsons, American radical, han circulado numerosas inexactitudes sobre su vida.
La historiadora Marta Romero-Delgado se propone con Lucy Parsons, antología de una anarquista olvidada, que acaba de editar Imperdible, presentar una síntesis actualizada de la trayectoria de la libertaria norteamericana, incorporando además una selección de sus escritos. Hay que señalar que se trata del primer libro en castellano sobre una mujer cuya entrega al ideal emancipador y claridad de pensamiento merecen ser recordadas. El volumen viene profusamente ilustrado y con notas al pie y un índice onomástico.
Una larga vida de lucha
Lucy Parsons nació esclava en 1851 en el estado norteamericano de Virginia y viajó durante la Guerra Civil a Waco (Texas), donde consiguió la libertad y trabajó como costurera y empleada doméstica. Allí conoció a Albert Parsons, un excombatiente confederado, periodista y activista con quien contrajo matrimonio hacia 1872. Las dificultades que surgieron a una pareja interracial y de abolicionistas les obligaron a establecerse en 1873 en Chicago, ciudad en la que militaron en un partido socialista hasta 1883, cuando desencantados de la estrategia reformista y poco exitosa de éste se unieron a una organización anarquista. En Chicago, Lucy comenzó a desarrollar sus inquietudes como escritora y desde 1878 publicó poemas y artículos en la prensa radical.
El 4 de mayo de 1886, Albert habló durante una hora en el Haymarket de Chicago en un mitin convocado para protestar por los asesinatos de trabajadores por parte de la policía en las huelgas y movilizaciones por la jornada de ocho horas que se habían extendido en los días anteriores por todo el país. Cuando el acto estaba a punto de concluir, los policías, armados con rifles de repetición, cargaron contra los asistentes y entonces alguien cuya identidad nunca ha podido determinarse les arrojó una bomba, provocando un caos que se saldó con siete policías y cuatro trabajadores muertos. En los meses siguientes, la represión se cebó en el movimiento obrero y tras una farsa de juicio cinco anarquistas comprometidos en la lucha por la jornada de ocho horas fueron condenados a la pena capital, entre ellos Albert Parsons.
Tras el asesinato judicial de su esposo, Lucy, que había recorrido hasta entonces el país movilizando a las masas a favor del indulto, siguió con sus viajes, ahora en pos de la organización de los obreros, sin dejar su labor de articulista. Fue en aquel tiempo cuando la prensa conservadora, que seguía de cerca sus pasos, comenzó a apodarla Goddess of Anarchy.
Aunque no despreciaba las luchas específicas contra opresiones de género o raciales, y en un texto se refiere a las mujeres como “las esclavas de los esclavos”, Lucy Parsons nunca perdió de vista que la lacra esencial de nuestra era son las divisiones de clase impuestas por el sistema capitalista. Así, consideraba la campaña por el sufragio femenino como una distracción burguesa. Fueron muy sonados también sus rifirrafes con Emma Goldman, en los que entre otras discrepancias defendió la monogamia contra el amor libre.
Lucy Parsons participó en 1905 en la creación de los Industrial Workers of the World, uno de los movimientos obreros radicales más importantes en la historia de Norteamérica, pero sus ideas anarquistas no le impidieron colaborar a partir de 1927 con organizaciones próximas al Partido Comunista de EEUU, que en esta época se había convertido en el instrumento más poderoso en defensa del proletariado del país. Lucy Parsons siguió militando, escribiendo y actuando como oradora hasta una edad muy avanzada. Su muerte se produjo en 1942 en Chicago a consecuencia de un incendio en el apartamento en el que vivía.
El espíritu de la revuelta
El volumen recoge ocho textos de Lucy Parsons. El más extenso de ellos corresponde a una conferencia de 1890 en la que expone los fundamentos del anarquismo. Explica en ella su desconfianza ante partidos y gobiernos, que la llevó del socialismo a la acracia: “Todos aquellos que estén familiarizados con la historia saben que los seres humanos abusarán del poder cuando lo posean.” Es consciente de que un futuro de libertad y sin explotación sólo podrá conseguirse por medio de una revolución, pues los que detentan el poder no van a renunciar a sus privilegios sin lucha. Se aventura también a imaginar algo de la sociedad del porvenir, basada en la libre colaboración de todos. Se trataría de que los impulsos más nobles que vemos funcionar en el mundo actual tuvieran la oportunidad de desarrollarse, llevando a la humanidad a sus expectativas más altas. En este sentido, señala por ejemplo que el desinterés que impera muchas veces en el seno de la familia podría entonces extenderse sin trabas a la gran familia humana. Con estas premisas, su ideal no puede ser otro que el comunismo libertario.
En otro fragmento encontramos un discurso a las personas vagabundas y desempleadas, cuyos sufrimientos se describen con apasionada vehemencia y que concluye con un llamamiento al uso de la dinamita destructora. Esto nos deja claro que Parsons no rehuía la violencia como medio revolucionario, pero en otros textos nos descubre que no desdeñaba tampoco “Ir a la huelga para ganarlo todo. No nos conformamos con menos.” Esta polémica impregnaba el pensamiento anarquista de la época y aflora continuamente en los textos del movimiento, reflejando la tensión entre el impulso de responder a la violencia salvaje del capital con su mismo lenguaje y la fría razón que señalaba el carácter contraproducente en ocasiones, y los efectos con frecuencia odiosos, de la dinamita.
En un artículo de 1907 tras el congreso anarquista de Ámsterdam, marcado por la famosa polémica entre Monatte y Malatesta sobre el sindicalismo revolucionario, Parsons aplaude las tendencias que allí han surgido hacia un fortalecimiento, necesario según ella, de la organización de los libertarios. Ya en la década de 1930, la anciana luchadora sigue insistiendo en esta idea, abrumada por lo que está ocurriendo en Europa. En un discurso pronunciado con motivo del 1º de mayo de 1930 recuerda admirada la gran huelga de 1886. El hecho de que con aquella imponente movilización se consiguiera algo tan trascendental como la jornada de ocho horas, es para ella una prueba de que la unidad de la clase obrera es capaz de doblegar al capital. También evoca emocionada a los mártires de aquellas luchas: “La energía de ellos está en esta misma sala”.
Gracias al trabajo de Marta Romero-Delgado y la editorial Imperdible, con Lucy Parsons, antología de una anarquista olvidada recuperamos la trayectoria y la voz de una mujer que luchó toda su vida por la brillante esperanza de un mundo sin explotación.