Primera versión en Rebelión el 4 de julio de 2023
Las regiones de España donde triunfó la sublevación de julio de 1936 sufrieron una sangrienta represión que se cebó en militantes de partidos y sindicatos, pero también en cualquiera que hubiera destacado por su oposición al fascismo o simplemente por su irreligiosidad. Muchos fueron los asesinados en aquellos días, y algunos de los marcados para serlo salvaron la vida sólo escondiéndose durante largos años. Sobre estos últimos, se recogen abundantes historias en un libro de Jesús Torbado y Manuel Leguineche publicado en 1977 y cuyo título, Los topos, sirvió para referirse a ellos desde entonces.
Otros investigadores han aportado su esfuerzo después, sacando a la luz a topos no incluidos en los primeros estudios. En esta línea, el poeta y ensayista Claudio Rodríguez Fer acaba de publicar Santiago Marcos, poeta topo contra el fascismo en la editorial El viejo topo (ninguna más apropiada). Este trabajo está dedicado a la vida y los escritos de un hombre que utilizó los veintidós años que pasó encerrado en una cueva-bodega de su localidad natal para componer una dilatada obra en verso que plasma sus vivencias personales y las impresiones que le producían las noticias que llegaban.
El libro comienza recordando historias emblemáticas de topos, en un sorprendente muestrario de la inventiva humana para zafarse del horror. En aquella encrucijada, la diferencia entre la vida y la muerte podía estar en resignarse a no abandonar un desván, zulo, arcón o incluso una cueva o un nicho de cementerio, experiencias torturantes capaces de quebrantar física y anímicamente. Algunos de estos enterrados en vida no dejaron sus escondites ni tras la promulgación de la Ley de Amnistía de 1969, por la que se declaró “la prescripción de todos los delitos cometidos con anterioridad al 1 de abril de 1939″. Es el caso del albañil socialista Protasio Montalvo, alcalde republicano de Cercedilla, oculto hasta 1977.
Santiago Marcos, un maestro izquierdista en la Castilla rural
Claudio Rodríguez Fer nos aproxima al periplo biográfico de su protagonista, que se da la circunstancia de que fue íntimo amigo de su padre, Claudio Rodríguez Rubio, desde la infancia de éste, y después suyo también. Santiago Marcos nació en 1904 en Roales de Campos (Valladolid), donde su progenitor era guarda de una finca. De los cuatro hermanos, él fue el único que realizó estudios superiores, concretamente de Magisterio en León, y luego ejerció la profesión en los primeros años 30 en diversos lugares de la provincia natal. Hombre de ideas izquierdistas, temió por su vida tras el alzamiento y optó por esconderse en la bodega que su familia poseía en Roales. Instalado en ella con más comodidades de las que gozaban otros topos, puso sus energías en escribir versos que relataran su tragedia personal y los acontecimientos del país.
En 1958, Santiago se rompe un brazo al caer por las escaleras de la bodega y aunque recibe asistencia médica y el accidente no trae consecuencias, poco después decide trocar su reclusión por un exilio en el extranjero. Así, viaja a Madrid y luego a París, pero frustrado al no conseguir allí trabajo ni que publicaran sus poemas, juzgados “demasiado fuertes”, regresa a España. Vive ahora una existencia normal en la alquería explotada por sus hermanos, pero sólo en 1986, con un gobierno socialista, logra que se reconozcan sus servicios en el Magisterio Nacional. En la Castilla rural, amante siempre de los ciclos de la tierra y las pacíficas criaturas del campo, Santiago Marcos siguió componiendo versos hasta su fallecimiento en 1997.
Poesía testimonio
La producción poética de Santiago Marcos fue objeto de dos volúmenes autoeditados: Mi lira canta ¡Escucha! Primera parte, de1988 y La tragedia de las libertades sofocadas, de 1993. En el libro que acaba de aparecer, Rodríguez Fer ofrece un amplio muestrario de estas obras, compuestas por versos de factura clásica y formas variadas, y con un espíritu marcado por un empeño en denunciar las injusticias de que el poeta ha sido víctima y testigo. Marcos nos habla de episodios dolorosos de su vida, como cuando su padre fue expulsado con toda su familia de la finca donde ejercía de guarda por el propietario, un conde al que los versos reprueban: “Fuimos arrancados,/ cual débiles plantas/ del hogar querido/ (…)/ mi honrado padre,/ herido a mansalva,/ murió al poco tiempo/ de pena y nostalgia./ Y vos lo matasteis,/ conde sin entrañas.”
Cuando se produce la sublevación fascista, Marcos glosa la resistencia heroica que se le opone en localidades de la Tierra de Campos como Valderas o Mayorga, y carga contra la cruenta represión que le obligó a huir: “Como tigres enrabiados/ y talmente así de fieros,/ campean los sublevados/ prendiendo y matando obreros/ por pueblos y descampados.” Su madre fue torturada para que revelara el paradero de su hijo: “Pues como no me encontró/ aquel atajo de fieras,/ por el pelo te arrastró,/ para que así les dijeras/ dónde me escondía yo.” Otros poemas están dedicados a diversas víctimas de la represión, hombres buenos masacrados precisamente por sus virtudes.
En su encierro, Santiago Marcos se siente sepultado en vida y cuando sus hermanos propalan que se ha suicidado para que cese la persecución, reacciona con hermosos versos que parafrasean a Sta. Teresa: “Sé que llorándome están/ los que en vida me quisieron,/ y los que me persiguieron/ de mi muerte se holgarán;/ pues ya se fastidiarán/ si al fin y al cabo revivo,/ que vivo porque no vivo.” Las noticias que le llegan del exterior le hacen lamentar el regreso del fanatismo clerical y la tiranía del genocida Franco, en quien siempre ve un corolario de Hitler y Mussolini. Esto hace que tras lo de Stalingrado sienta renacer la esperanza, aunque de poco iba a servir aquello para la liberación de España. También saluda años después la Revolución cubana: “Cuba, mi patria rebelde/ miliciana y comunista,/ alzas tu bandera roja/ en mástil de caña erguida.”
Tras regresar de su breve exilio, Marcos sigue escribiendo sin ánimo vengativo: “Me satisface deciros/ que amo la paz y el perdón.” Y disfruta los paisajes de Castilla y la reanudada vida social: “Después de un largo sufrir/ es consolador tener/ alguien con quien departir,/ que nos haga distraer,/ olvidar y sonreír.” Su visión del mundo es la misma, sin embargo, y celebra el fallecimiento de Franco con un soneto tras el cual añade un rotundo cuarteto inspirado en Zorrilla: “Si hay un Dios en esa altura/ por donde los astros van,/ debió ahorcarnos a ese can/ antes de la dictadura.” Festeja también luego el retorno de Pasionaria a España y vive la recuperación de la democracia con un encariñado recuerdo para las víctimas de las matanzas de 1936. Devoto del mundo campestre, en sus últimos años Marcos lamentó el abandono que en él se estaba imponiendo, “dejando los pueblos solos/ y abocados a la ruina.”
Un deber de memoria
La obra poética y la insólita existencia de Santiago Marcos comenzaron a ser conocidas a través de un artículo escrito en 1984 por Claudio Rodríguez Fer en el efímero diario madrileño Liberación. Vino después la publicación de sus dos libros de versos, aunque con una difusión muy limitada, y algunos otros textos sobre él, pero es el volumen que ahora edita El viejo topo lo que sin duda va a servir para que se encienda al fin una luz de memoria sobre aquel hombre perseguido por los fascistas que sólo pudo salvarse enterrándose en vida.
Santiago Marcos tenía la cualidad de expresar con gran facilidad sus experiencias por medio de versos, y con éstos consiguió transmitirnos toda la locura del tiempo que le tocó vivir, junto con su amor por la tierra castellana y sus gentes. En el convencimiento de que no hay homenaje mejor a un escritor que compartir sus palabras, el libro recoge una muestra generosa de estas composiciones, de las que se reproducen algunos originales manuscritos. Estos poemas, de sensibilidad a flor de piel, nos brindan el testimonio de un dolor que pudo mitigarse a través de la denuncia.
Además de ofrecernos este tributo personal a un viejo amigo, que nos acerca a su vida y su obra, Rodríguez Fer recupera a lo largo de todo el libro muchas otras historias de aquella época, semejantes a la de Santiago Marcos, relatos de silencio y soledad impuestas como alternativa desesperada. Esto es también de agradecer, porque vivimos en este país un respeto demasiado frágil y descuidado por los que padecieron por el terrible delito de intentar mejorar este mundo. Pocas cosas hay más nobles que preservar su memoria.