Primera versión en Rebelión el 29 de septiembre de 2016
Sin patrón es una crónica de un movimiento que como pocos merece ser conocido y estudiado, porque nada hay más hermoso que contemplar cómo surgen de las cenizas de la destrucción capitalista las estructuras sociales y los modelos productivos que la solidaridad humana es capaz de tejer. El escenario es la Argentina y el tiempo un lapso entre 1992 y 2005; el resultado: más de 170 empresas que pasaron a funcionar gestionadas por sus propios trabajadores. El colectivo de Lavaca ediciones reunió los datos y los testimonios y les dio la forma de un libro publicado en 2007 y que es vital que no caiga en el olvido porque demuestra con la certeza de los hechos que otro mundo es posible.
Tras la introducción de Avi Lewis y Naomi Klein, que se declaran seducidos por la idea, abrumadoramente simple más que radical, de resucitar bajo control obrero los medios de producción que el capitalismo aniquila, el libro arranca con una aproximación a lo ocurrido a nivel global en los años 90. Es este un tiempo en que, roto el molde de los estados-nación, se regresa a una explotación sin cortapisas y la estructura social salta por los aires. Argentina, que era un país con legislación laboral modelo, alcanza por entonces cotas de precarización y paro desconocidas. Lo que prepararon los militares golpistas en sus últimos años lo culmina Carlos Menem a partir de 1989; la industria es desmantelada y la clase media se desangra, pero los obreros de alguna empresa quebrada hallan vías para seguir como cooperativa, y el ejemplo cunde… Producción y democracia directa, y luego la batalla legal, que la experiencia enseña que es posible ganar.
Lo que sigue son diez historias que nos acercan a los rostros y sentimientos de esta lucha. La cerámica Zanón de Neuquén funcionaba aceptablemente hasta que una gestión desastrosa con la complicidad de sindicatos amarillentos empezó a deteriorar las condiciones de trabajo. Los obreros fueron capaces de organizarse para desnudar las mentiras que les estaban contando y cuando la situación se hizo insostenible ocuparon la fábrica (1 de octubre de 2001). Vino luego un esfuerzo por explicar lo ocurrido y una amplia solidaridad que les arropó en los momentos difíciles. En marzo de 2002 pusieron en marcha las máquinas y consiguieron estabilizar la producción. Su opinión siempre fue clara: “Estamos usando la fábrica, pero esta no es nuestra, es de la comunidad. Si hay ganancias a ella han de revertir”.
La textil Brukman en el Once bonaerense fue otro caso emblemático, marcado por tres desalojos violentos y una gran influencia de diversos partidos de izquierda, que promovían la estatalización de la fábrica. Al fin la opción cooperativista fue la elegida y se logró la expropiación. Entrevistas a dos operarias que vivieron todo el proceso aportan visiones privilegiadas sobre los intríngulis de la democracia obrera. La metalúrgica Crometal sufrió un intento de vaciamiento por parte de sus dueños, al que los trabajadores respondieron con la ocupación y la constitución de una cooperativa. Tras expulsiones, resistidas con coraje y paciencia, y penurias, que mitigó la solidaridad de muchos, se consiguió también la expropiación.
Siguen otras historias de planes de vaciar empresas, armados con mentiras, amarillismo sindical y jueces corruptos, y desafiados por obreros que un día toman la decisión de pelear. La lucha es dura y sus detalles incluyen enfrentamientos y desalojos, carpas frente a las fábricas, barricadas y amenazas de incendiarlo todo, pero, solidaridad mediante, al fin se conquista el derecho a trabajar. Las imprentas Chilavert y Patricios, Cristal Avellaneda, reconstruida desde cero, la metalúrgica Unión y Fuerza, la cooperativa Renacer en Ushuaia, que fabrica electrodomésticos o la resurrección del diario Comercio y Justicia de Córdoba, también casi desde cero, son hitos de un camino que instruye y seduce. Trabajar sin patrón: cuestión más de dignidad que de política. El libro incluye un directorio completo de industrias recuperadas.
Los teóricos corren detrás de los obreros de estas fábricas, tratando de aprender algo sobre la revolución, mientras la autogestión regresa a la agenda de los movimientos sociales en todo el mundo. “El lápiz ha tachado, así, cuestiones que el poder consagra como verdades inapelables: 1) La supremacía de la propiedad privada, a cualquier costo. 2) El Estado como único escenario posible donde dirimir los conflictos sociales. 3) La necesidad de contar con una clase gerencial para organizar la producción. La comprobación de que ninguna de estas proposiciones es inevitable está presente cada vez que los obreros relatan su experiencia. En la fábrica Grissinopoli, por caso, uno de los obreros recuerda que lo que más le costó no fue resistir en la calle, ni soportar el hambre, ni desafiar a la policía, ni discutir con el juez ni conmover a los ediles. Lo que más le costó fue convencer a sus compañeros de que ellos estaban perfectamente capacitados para poner la fábrica a producir: ‘Creían que estaba loco’. Finalmente, cuando llegó el día en que las máquinas comenzaron nuevamente a funcionar, lloraron. Y lo abrazaron.”