Primera versión en Rebelión el 15 de noviembre de 2022

“Beauty is truth, truth beauty,” -that is all

Ye know on earth, and all ye need to know.

John Keats

 

Dos imágenes nos han quedado de la larga y azarosa existencia de Leni Riefenstahl, y el problema es que no encajan demasiado bien. La primera es la de una innovadora del arte cinematográfico que supo conjugar magistralmente los recursos técnicos y expresivos al servicio de la transmisión de una idea. La segunda es la de una amiga personal de Adolf Hitler y activa y eficiente propagandista nazi, autora de reportajes emblemáticos para el NSDAP, aunque nunca llegara a tener el carnet del partido.

Las Memorias que Riefenstahl publicó ya nonagenaria, en 1995, pueden considerarse un intento de crear una imagen de sí misma que resolviera favorablemente la gran contradicción de su vida. Si accedemos a creerla, ella era una artista abismada en su arte que resultó al fin torpe e ingenua ante las complejidades de la política y la historia. Leyendo estas páginas nos sumergimos en un bullir de objetivos artísticos y avances técnicos que al parecer no dejaron tiempo a su autora para ver la realidad, la triste realidad perfectamente visible, del proyecto político al que se entregaba. Según este relato, ella fue sólo una víctima de seres malvados que vampirizaron su arte en su provecho.

Podemos aceptar su versión o no, pero lo cierto es que su biografía nos ofrece la ocasión de estudiar en un caso extremo la alianza entre talento artístico y perversión política que seguramente está más instalada en la historia de lo que queremos creer.

La bella y la bestia

Leni Riefenstahl nació en Berlín en 1902 en una familia de la alta burguesía. Atraída muy pronto por el arte y el deporte, intentó desarrollar una carrera como bailarina, hasta que una lesión en la rodilla desvió su interés hacia la cinematografía. Así, en los años 20 alcanza ya fama como actriz y en 1932 produce y dirige su primera película, Das blau Licht, en la que interpreta a una inocente campesina. El éxito es enorme y este personaje atrae la atención de Adolf Hitler, que ve en él un ideal de la mujer alemana y no tarda en organizar una reunión para conocer a su heroína. En sus Memorias ella reseña la impresión que él le había producido cuando escuchó por primera vez su inflamada oratoria: “Tuve una visión casi apocalíptica que nunca pude olvidar. Parecía como si la superficie de la Tierra se extendiera frente a mí, como un hemisferio que de repente se parte por el medio, arrojando un enorme chorro de agua, tan poderoso que tocó el cielo y sacudió la tierra”

La sintonía entre los dos es perfecta y en seguida la frustrada bailarina comienza a recibir encargos como directora por parte del NSDAP, en los que vuelca su talento. El triunfo de la voluntad, de 1935, sobre el mitin del partido en Núremberg el año anterior, con Adolf Hitler descendiendo de los cielos (en un avión) y las masas jaleándolo y luego cuadradas militarmente ante él, suele considerarse la mejor película de propaganda jamás realizada por su impactante fusión de lo individual y lo colectivo. Olympia, de 1938, sobre los juegos olímpicos de 1936 en Berlín, supuso un progreso revolucionario en el tratamiento cinematográfico del deporte. En un viaje para la promoción de esta película por Estados Unidos, su directora manifestó  ante la prensa en numerosas ocasiones su fervorosa admiración por el Führer.

Tras la invasión de Polonia, Riefenstahl trabajó como reportera en el país ocupado y presenció ejecuciones que, según sus memorias, trató de impedir y produjeron un vuelco en su interior. A finales de 1939, aún filmó el desfile de la victoria en Varsovia, pero por entonces había decidido ya dejar de colaborar con los nazis. Esto no fue óbice para que fueran ellos quienes financiaran generosamente Tiefland, el largometraje en el que volcó sus energías. El film no se estrenó hasta 1954, y sus extras fueron romaníes recluidos en campos de concentración a los que se obligó a intervenir en la película y que luego fueron enviados a Auschwitz.

Entre 1945 y 1948, la directora de Olympia estuvo internada en diferentes campos y sufrió arresto domiciliario, pero los procesos contra ella no concluyeron en ninguna condena, a pesar del gran número de denuncias que recibió por complicidad con el régimen nazi. Hasta el fin de sus días declaró reiteradamente haber sido engañada por Hitler y poco antes de morir afirmó en una entrevista para la BBC: “Fui una de los millones que pensaban que Hitler tenía todas las respuestas. Sólo vimos las cosas buenas; no sabíamos las malas.”

La carrera de Leni Riefenstahl tras la guerra mundial estuvo marcada por viajes a África, libros y fotografías. Tuvo mucho tiempo para lamentar sus errores juveniles hasta su fallecimiento en 2003.

Otra visión de El triunfo de la voluntad

Lo más interesante de la historia de Leni Riefenstahl es que estoy convencido de que hay algo universal en la contradicción que marca al personaje, porque no es baladí que ella fuera una cineasta tan genial para que pudiera convertirse en una propagandista nazi tan efectiva. Los que abogan por la “autonomía del arte” y disfrutan de los logros técnicos de El triunfo de la libertad sin preocuparse del mensaje político que nos está vendiendo creo que se pierden algo esencial al no considerar la conexión entre los dos aspectos.

Si tenemos en cuenta las casi infinitas sabiduría y capacidad para moldearnos del poder, fácilmente concluimos que la “belleza” es un recurso al que no va a renunciar. Y en qué papel quedamos entonces nosotros, tan pequeñitos, tan influidos y tan cobardes como nos han hecho, ante esa magnificencia de lo “bello” manipulado desde el poder. Tal vez nos queda sólo resignarnos a que nuestra vida sea corear consignas y compartir éxtasis prefabricados con el resto del rebaño.

Afortunadamente, no es difícil ver que aparte de los subterfugios del poder, hay otra “belleza” esperándonos, gozosa y sublime también, pero que sólo atisbaremos en el fondo de nuestro propio ser. Allí aguarda a todos, aunque pocos vayan en su busca, esa ataraxia que, con muchos nombres, es una única y luminosa experiencia. Ella está siempre dispuesta a revelarnos una esencia más allá de las marcas del rebaño, y en posesión de ésta podremos y sabremos compartir profundamente la aventura de todos los seres sobre el juego de espejos del mundo.

Con esta perspectiva, El triunfo de la voluntad nos hace llorar con el entusiasmo y el suicidio de unos seres humanos que olvidaron la compasión para entregarse a la identidad racial y el odio nacionalista. Es una experiencia dura que hizo posible la cineasta brillante y envilecida que fue Leni Riefenstahl.