Primera versión en Rebelión el 30 de abril de 2014
El sociólogo Jesús Castañar Pérez (1974), estudioso y activista de la noviolencia, ha analizado esta en diversos ámbitos geográficos e históricos y ha militado en el Movimiento de Objeción de Conciencia, declarándose insumiso en 1993, y en la Internacional de los Resistentes a la Guerra. En Teoría e historia de la revolución noviolenta, que acaba de publicar Virus editorial, nos propone un viaje por la larga crónica de la resistencia noviolenta al poder, por sus argumentos y estrategias, sus éxitos y fracasos. El libro ofrece una magnífica introducción a estos asuntos, útil para cualquiera que haya meditado alguna vez sobre el eterno problema de las relaciones entre violencia y revolución.
El primer capítulo se destina a clarificar la terminología y el marco conceptual de la noviolencia, escrita así sin guion para enfatizar que no se trata de una simple negación, sino de la articulación de una práctica de acción política coherente y estructurada. Los planteamientos que hay detrás de ella van desde el pragmatismo de los que la consideran sólo una forma eficaz de lucha, hasta los presupuestos ideológicos y éticos de los que la ven como el medio “correcto” de afrontar los problemas y lograr una transformación radical del individuo y la sociedad.
Se pasa a describir después la historia de este tipo de movilización social, que arranca con episodios como huelgas de artesanos en el Egipto faraónico o casos de resistencia pasiva a normas injustas en Grecia y Roma. Se mencionan huelgas de hambre en la Irlanda precristiana o la India y métodos noviolentos en el Asia budista, que forman parte también de la prehistoria del movimiento. Antes de su colapso ético al fundirse con el estado, el cristianismo presenta ejemplos de objeción de conciencia y resistencia noviolenta, como los de San Martín de Tours o San Sebastián. Después de ellos, hay que esperar muchos siglos para el renacer del pacifismo en el occidente cristiano.
En el siglo XVI hay que citar a Erasmo de Rotterdam, un notable crítico de la guerra y la violencia, y a Etienne de la Boetie, con su demoledor Discurso de la servidumbre voluntaria, agudo acusador de la complicidad de los propios gobernados en la continuidad de una tiranía. En el siglo XVII, encontramos pensadores como Hobbes que defienden el poder monárquico, pero aparecen fenómenos muy interesantes como el movimiento cuáquero, profundamente democrático y noviolento, que fundó y organizó la ciudad de Filadelfia en Estados Unidos de acuerdo con estos principios hasta 1756. La revolución inglesa de 1688 supone también un avance al proponer un gobierno de poder limitado basado en el consenso, según las doctrinas de John Locke.
En el siglo XVIII, la Ilustración da forma a los principios democráticos y de separación de poderes y estos cristalizan pronto en las revoluciones americana y francesa. En los años que siguen es esencial la obra de William Godwin, que presenta una teoría muy elaborada de la desobediencia como forma de acción política sin violencia. Esta influiría profundamente en los primeros socialistas ingleses, como Robert Owen. En el siglo XIX hay pensadores que abogan por métodos noviolentos, inspirados a veces en el cristianismo. Para ellos, Marx acuñó el término “socialistas utópicos”, reservándose para sí el “socialismo científico”. Jesús Castañar propone redefinir estos campos como “socialismo noviolento” y “socialismo violento”, respectivamente. Durante este siglo se desarrollan y popularizan acciones como presentaciones de firmas, recurso a la huelga general contra la guerra, manifestaciones, sentadas y ocupaciones de edificios. Se trata de un rico arsenal de medios para que los ciudadanos puedan influir en las decisiones políticas al margen de la representación parlamentaria.
En el siglo XIX también es esencial la aportación de Henry David Thoreau, que en América pone las bases de la desobediencia civil, defendiendo la negativa a colaborar con un estado que realice políticas inmorales. Allí diversos autores proponen estrategias noviolentas para oponerse a la esclavitud, aunque la mayor parte de ellos toman luego partido por la Unión durante la guerra de Secesión. Otros movimientos noviolentos del siglo XIX son: la revolución húngara de 1867, que consiguió garantizar la autonomía en la llamada “monarquía dual” y un sistema político de corte liberal; la lucha por la independencia de Irlanda; la legalización del SPD en la Alemania de Bismarck, y las reformas democráticas conseguidas en Persia a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Se recuerda también la lucha de las sufragistas en EEUU y el Reino Unido, que incorporó muchas veces tácticas noviolentas como manifestaciones y huelgas de hambre.
El siglo XIX conoce también estrategias noviolentas de resistencia al genocidio colonial, cuyo caso más notable es el de los maoríes de Nueva Zelanda que trataban de evitar el expolio de sus tierras. La mítica ciudad de Parihaca ha quedado en la memoria de la humanidad como el grito de libertad de un pueblo enfrentado con métodos noviolentos a la trituradora colonial. Consiguieron poco, pero es indudable que con una oposición violenta habrían sido exterminados sin contemplaciones.
El capítulo siguiente se dedica al pacifismo moral de Lev Tolstói (1828-1910), desarrollado en los últimos treinta años de su vida, una doctrina de raíz cristiana, pero heterodoxa y que le costó la excomunión. Se trata de la “No resistencia al mal con violencia”, que es posible a través de un perfeccionamiento interior y puede conducir según él a una transformación total de la sociedad. Emparentada con el pacifismo también cristiano de cuáqueros y menonitas, esta visión tiene grandes afinidades con el anarquismo y hay que decir que la relación de Tolstói y Kropotkin estuvo siempre marcada por una gran fascinación mutua. Tolstói fue un gran propagandista de la acción noviolenta y la convirtió en la estrategia de una revolución política. Para él, agotadas las vías violentas de nihilistas y anarquistas, que generaban rechazo en las masas, y asimismo imposible la colaboración parlamentaria con un sistema que pudre todo lo que toca, sólo queda la revolución por medio de la transformación interior y la renuncia activa a contribuir al desastre.
A principios del siglo XX hay varios movimientos que merecen ser destacados. La revolución rusa de 1905 comenzó como un proceso fundamentalmente noviolento y con fuerte apoyo popular, pero luego se transformó en un alzamiento armado. En la Finlandia bajo dominio ruso, en estas fechas se vivió una revuelta con un marcado carácter noviolento que sirvió para conseguir autonomía y libertades. Muy poco después, Mohandas Gandhi (1869-1948) lanza en Sudáfrica una campaña por los derechos de los inmigrantes indios. En su autobiografía confiesa la influencia de Tolstói, Ruskin y textos cuáqueros. Este es un caso en el que la noviolencia consiguió excelentes resultados, doblegando la intransigencia de los gobernantes blancos de Sudáfrica. En los comienzos del siglo XX hay que señalar también los boicots a los productos extranjeros que se desarrollan en una China debilitada militar y políticamente y las movilizaciones contra la guerra de Marruecos que se producen en España. En estas hubo episodios de insurrección violenta, como la semana trágica barcelonesa de 1909, pero también campañas de insumisión y protesta pacífica.
La Primera Guerra Mundial no pudo ser detenida por una huelga general coordinada en todos los países contendientes, como era el plan de algunos líderes socialistas, y este fracaso acabó con la II internacional, pero hay que decir que esta es la primera guerra en la que se registra un importante movimiento de objeción de conciencia. En Gran Bretaña hubo un total de 16000 objetores, de los que la mitad aproximadamente aceptaron hacer trabajos no combatientes. Los demás, opuestos a cualquier colaboración con el esfuerzo bélico, sufrieron penas de cárcel e incluso de muerte que fueron conmutadas. En Francia y Alemania los objetores fueron enviados al frente contra su voluntad y en muchos casos ejecutados allí. En EEUU hubo 55000 solicitudes de objeción de las que unas 4000 fueron reconocidas, 25000 fueron declarados no aptos para el combate y 16000 fueron incorporados a filas a la fuerza. Hubo también una fuerte oposición a la guerra entre los combatientes, sobre todo en los momentos finales y no hay que olvidar el papel que esta jugó en las revoluciones rusa y alemana. Se cita también el cisma producido en el movimiento anarquista al alinearse algunos de sus dirigentes más destacados, como P. Kropotkin, J. Grave o F. Urales, con el bando aliado. Entre los intelectuales que se oponen a esta guerra hay que citar a B. Russell, R. Rolland, E. Malatesta y A. Einstein.
Tras el fin del conflicto, se vive un auge de movimientos pacifistas con diversas orientaciones ideológicas, y es entonces cuando el término “resistencia noviolenta” (de ahimsa, noviolencia en sánscrito) se impone a otros usados hasta entonces, como “resistencia pasiva”. Esta es una aportación de Gandhi al movimiento noviolento. A él está dedicado el siguiente capítulo, en el que se señalan aspectos poco conocidos, como su colaboración en 1918, aún durante la guerra, con el reclutamiento para el ejército británico en la India. Se describen luego en detalle las campañas de desobediencia civil a favor de la independencia emprendidas tras su regreso al subcontinente en 1915, y se apunta como estas fueron sólo uno de los factores, y no el más importante, que contribuyeron a este objetivo, logrado en 1946. La aportación de Gandhi al movimiento noviolento consiste sobre todo en la dinamización de conceptos heredados de autores anteriores como Thoreau y el cambio terminológico que se señalaba antes.
Conocemos después a Abdul Gaffar Khan (1889-1988), fundador en 1929 de los Khudai Khidmatgar (siervos de Dios), que lideraron una resistencia noviolenta contra el imperio británico en Pakistán basada en los preceptos del Islam. Amigo y colaborador de Gandhi, este hombre que pasó gran parte de su vida en la cárcel fue capaz de transformar a sus aguerridos hermanos pastunes en valerosos soldados de la noviolencia y se convirtió en el inspirador de los grupos pacifistas musulmanes de la actualidad.
El siguiente capítulo se dedica a otros movimientos noviolentos del período de entreguerras. En 1919 tienen lugar en Corea y China fuertes protestas contra la ocupación japonesa y movilizaciones en Egipto contra la colonización inglesa. Estas se prolongan hasta 1922 en que se consigue la independencia. En Alemania, una masiva no colaboración logró desactivar en 1920 el putsch de Kapp que amenazaba a la recién nacida república de Weimar, y tres años más tarde fue usada contra la ocupación francesa del Ruhr, resultando decisiva para que esta fracasara. En los años 20 también, las campañas de no colaboración y resistencia noviolenta, mantenidas a pesar de la violencia de la represión, fueron fundamentales para que el pueblo samoano consiguiera libertades civiles en su pugna con el colonizador neozelandés.
En los años 30 es en Chile, California y distintos lugares de Europa, donde las movilizaciones con huelgas y sentadas fueron ampliamente empleadas contra dictaduras o en el contexto de conflictos obreros. En Palestina, la inmigración judía, con extorsión y terrorismo, ponía en peligro la propia existencia del pueblo palestino, y este se organiza para una resistencia en la cual, si bien hubo lucha armada, hay que decir que se desarrolló en gran parte por métodos de resistencia noviolenta y no colaboración. Es destacable en este sentido la gran Intifada de 1936, durante la cual se produjo una huelga general que consiguió mantenerse seis meses y es probablemente la más larga de la Historia.
El gran avance de la sociología a principios del siglo XX permitió establecer un marco teórico más científico para el análisis de la noviolencia. Así, el sociólogo cuáquero americano Clarence Marsh Case analiza en 1922 en Non-violent coertion la legitimidad y eficacia histórica de huelgas y boicots. Por su parte, el abogado norteamericano y discípulo de Gandhi, Richard Gregg, emprende en 1935 con The power of Non-violence la elaboración de un tratado sistemático sobre la noviolencia como forma de acción política, insistiendo en la utilidad de la superioridad moral del que usa estos métodos, que puede fácilmente despertar la simpatía de alguien ajeno al conflicto. En 1939, Krishnalal Shridharani critica a Gandhi y Gregg y plantea una idea menos “mística” y más pragmática de la acción noviolenta, y en 1940, el holandés A. J. Muste, autor con una dilatada trayectoria sindical y pacifista, presenta una interesante visión de la noviolencia como doctrina revolucionaria.
El siguiente capítulo está dedicado a Bart de Ligt (1883-1938), un pastor protestante holandés que evolucionó luego hacia un anarquismo antimilitarista. En 1921 creó el International Anti-Militarist Boureau, que promovió la formación de un movimiento contra la guerra. Escribió también varios libros en los que se declara partidario de una revolución que habría de lograrse por métodos noviolentos pues señala que “cuanto más violenta es una revolución, menos revolución es”. El levantamiento fascista de 1936 en España pone a Bart de Ligt en una grave tesitura que resuelve negándose a condenar la violencia antifascista y apoyando únicamente la resistencia noviolenta al fascismo.
Respecto a la Segunda Guerra Mundial, se señala cómo el número de objetores fue mayor que en la Primera y se describe la represión que sufrieron, que fue en general menor, aunque no en Alemania. Se recuerda después la resistencia noviolenta contra el nazismo, tanto en la propia Alemania como en los países ocupados, donde fue más importante, sobre todo en Dinamarca y Noruega. La no colaboración consiguió salvar a varios miles de judíos del exterminio en Polonia, Hungría y Francia, pero sobre todo en Dinamarca otra vez.
Otro escenario de conflictos noviolentos durante estos años es Centroamérica, donde una huelga general logra en 1944 la dimisión en El Salvador del dictador Maximiliano Hernández Huerta y la apertura de un breve paréntesis democrático. La lucha se extiende luego a Guatemala, donde comienzan movilizaciones contra la dictadura de Jorge Ubico, que será depuesto por un golpe de estado poco después. Aunque también hay disturbios en Nicaragua, allí Anastasio Somoza consigue mantenerse en el poder.
Tras la II Guerra Mundial y hasta los años 60, en los EEUU se vive una efervescencia de luchas noviolentas que abarca la obstrucción de instalaciones con armamento nuclear, movilizaciones por los derechos civiles de los indios y afroamericanos y campañas contra la guerra de Vietnam. Sin embargo, hay que decir que tras el asesinato de Martin Luther King en 1968 se produjo un giro hacia métodos más violentos en el movimiento por los derechos civiles. Son estos años también de importantes aportaciones teóricas. Las primeras señaladas son las del propio King, elaboradas sobre todo por sus colaboradores Martin Oppenheimer y George Lakey, que ponen el énfasis más que en la en la “conversión” del oponente, defendida por Gandhi y Gregg, y que se juzga difícil en muchos casos, en forzar una negociación, lo que resulta ser así el objetivo de la acción noviolenta.
La legitimación académica del concepto de “desobediencia civil” llega sobre todo cuando esta es considerada por John Rawls y Jürgen Habermass en su teoría general de la democracia, quedando definida como “una forma de acción política en que se transgrede conscientemente la ley de forma pública, colectiva y sin violencia con el propósito de generar un cambio político y asumiéndose las consecuencias legales derivadas de ello.” A diferencia de esta, la objeción de conciencia queda establecida como una opción estrictamente personal.
En 1973 aparece el que se suele considerar el texto más importante sobre la acción noviolenta, los tres volúmenes de The politics of Nonviolent Action de Gene Sharp. En esta obra se analizan todos los métodos que ha empleado históricamente la noviolencia, enfatizando que no es una respuesta pasiva, sino de auténtica “acción noviolenta” y se sintetizan las aportaciones de todos los autores que trataron el tema anteriormente. Se insiste también en que estos métodos no implican una profunda ideología pacifista por parte de los que los utilizan, sino que pueden ser asumidos simplemente por considerarlos más efectivos o menos arriesgados. Sharp elabora también una teoría del poder en la que este se fundamenta en un consentimiento de los gobernados que es precisamente lo que retira en la acción noviolenta. Se termina repasando el discutible papel jugado más tarde por Sharp desde la Albert Einstein Institution de Boston que dirige, promoviendo sus métodos de lucha en defensa del orden imperial y contra gobiernos como el cubano.
El capítulo siguiente se dedica a las alternativas a la defensa militar de los estados que han sido propuestas desde el campo de la noviolencia, analizando las dos variantes existentes, la que con un enfoque pragmático se plantea sobre todo la eficacia del método, y la que propone una opción ética que enlaza con un proyecto revolucionario para la sociedad. Las aportaciones teóricas contemporáneas incluyen algunas obras que estudian los aspectos psicológicos de la acción noviolenta, pero hay que destacar sobre todo la aparición de revistas, institutos y departamentos universitarios dedicados a analizar estos asuntos, siendo un pionero en este sentido Johan Galtung, con su International Peace Research Institute, radicado en Oslo. Se repasan las contribuciones más notables de los distintos grupos existentes. El trabajo de E. Chenewoth y M. J. Stephan Why civil resistance Works. The strategic logic of Nonviolent conflict examina 323 casos de campañas tanto violentas como noviolentas entre 1900 y 2005, comprobándose que las violentas fueron exitosas sólo en un 25 % de los casos, mientras que las noviolentas llegan al 50 %. Se discute también el posible significado de estas cifras, ligado según las autoras a la mayor facilidad de la participación en las campañas noviolentas, que comportan menos riesgos, compromisos y necesidades logísticas y materiales.
El último capítulo se dedica a la insumisión en el estado español a finales del siglo XX. Durante el franquismo y hasta 1971, los únicos objetores eran los testigos de Jehová, que cumplían largas condenas de cárcel, y es en ese año cuando Pepe Beunza es llamado a filas y una vez en el cuartel, se niega a vestir el uniforme y a recibir órdenes. Es encarcelado y conoce incluso batallones de castigo en el Sáhara, pero la campaña por su liberación es el fermento en torno al que se nuclea el movimiento antimilitarista español, ya que ese mismo año se registran ya más casos de objeción. Un papel destacado en estas luchas es el de Gonzalo Arias (1926-2008), un traductor que trabajó en París para la Unesco y conocía bien la teoría de la noviolencia. Tras su regreso a España en 1968, se convirtió en un divulgador y propagandista de ella, protagonizando acciones contra la dictadura.
La objeción de conciencia es reprimida violentamente por el estado hasta que en 1977, Gutiérrez Mellado, vicepresidente del gobierno a la sazón, elabora una norma que declara en “incorporación aplazada” a los objetores. A partir de ese momento, hay penas de cárcel sólo para los objetores sobrevenidos (que se manifiestan como tales durante el servicio militar), que son tratados según la legislación militar como desertores. En 1984, el PSOE saca adelante la ley de objeción de conciencia, y esta es aceptada por unos colectivos y rechazada por otros, que se declaran insumisos a ella y se niegan a realizar la prestación social sustitutoria. En 1989, los miembros de estos últimos comienzan a ser detenidos, juzgados y en muchos casos encarcelados, con lo que en 1998 llegó a haber 348 insumisos presos simultáneamente. La lucha siguió hasta la desaparición del servicio militar obligatorio en el año 2001, cuando dejó de haber soldados de reemplazo en los cuarteles. En 2002, los insumisos presos fueron liberados y a partir de entonces, el movimiento se concentró en otros objetivos: objeción fiscal y ocupación de instalaciones militares principalmente.
Se dedica un epílogo a estudiar las perspectivas existentes. Jesús Castañar repasa con entusiasmo el auge actual de movimientos noviolentos por todo el mundo, movimientos que no sólo denuncian las injusticias y proponen alternativas, forzando a la negociación a los poderes, sino que también tienen la virtud de crear, en el seno de un sistema profundamente antidemocrático, una dinámica horizontal y participativa, auténticamente democrática y que de alguna forma nuclea el mundo nuevo que es necesario construir.
Teoría e historia de la revolución noviolenta de Jesús Castañar nos acerca en detalle a las tácticas que han usado a lo largo de los tiempos los que decidieron enfrentarse a las injusticias y arbitrariedades del poder con la sola arma de sus argumentos y su desobediencia, analizando además con rigor las diferentes concepciones y fundamentos teóricos en que se han apoyado estas acciones. La abrumadora acumulación de datos acaba por demostrar que cuando existe una masa crítica de oposición y una conciencia clara de los objetivos, y sobre todo cuando el poder está de alguna forma comprometido a guardar ciertas formas y sus acciones son visibles para espectadores influyentes y con algún sentido moral, estos métodos resultan muy eficaces. En la era de internet y los teléfonos móviles pueden serlo más, aunque el peligro de la manipulación y la mentira está también hoy más vivo que nunca. Sólo hay que ver cómo los enemigos del progreso social aprenden la lección y son capaces de mimetizarse como “noviolentos” en campañas contra gobiernos democráticos y progresistas. Eso lo vemos también todos los días en los telediarios.