Primera versión en Rebelión el 13 de agosto de 2018
Manel Aisa, librero de profesión e historiador por pasión y convicción, ha dedicado un enorme esfuerzo a recopilar datos sobre el movimiento libertario de los años 30 en Cataluña. Pocos conocen como él sus entresijos y es una gran noticia que, tras los diversos trabajos que ha consagrado al tema, haya decidido al fin publicar la información de que dispone sobre Aurelio Fernández, personaje destacado del grupo Los Solidarios a quien correspondió asumir la responsabilidad tremenda del mantenimiento del orden público en Cataluña tras las jornadas revolucionarias de julio de 1936. Aisa insiste en su introducción en lo complejo y espinoso del asunto, pero también en su carácter esencial y la necesidad de abordarlo. El libro lo edita El Lokal y viene con un prólogo de Valeria Giacomoni.
La biografía de un solidario
Nacido en la Corredoria, cerca de Oviedo, probablemente en 1898, aunque hay documentos que sugieren otros años, Aurelio Fernández se formó como mecánico ajustador y participó muy pronto en luchas obreras que lo llevaron a la cárcel varias veces. Saltando un alto muro para escapar en una ocasión, se fracturó un tobillo y se ganó una cojera que no lo abandonaría ya en toda su vida. De un primer matrimonio en esa época, del que enviudó muy joven, tuvo dos hijas, Leonor y Belarmina. La represión de la gran huelga general de agosto de 1917 le hace andar fugado y termina recalando en Barcelona, donde se afilia a la CNT y poco después ingresa en el grupo de acción Los Solidarios. El 1 de septiembre de 1923, interviene junto a Buenaventura Durruti y otros compañeros en el asalto al Banco de España de Gijón, con un botín de más de medio millón de pesetas para financiar la revolución social. Eran tiempos en que se respondía con coraje a la vesania policial, y así había caído pocos meses antes en Zaragoza el cardenal Juan Soldevila, preboste de la reacción. El libro explora la biografía de Rafael Torres Escartín, uno de sus ejecutores, cuyo rastro se pierde en la Barcelona de postguerra.
Con el comienzo de la dictadura de Primo, apoyada por la burguesía catalana, la CNT es ilegalizada y la represión se encona. Nuestro protagonista, exiliado en París, participa en el verano de 1926 en la preparación de un atentado contra Alfonso XIII, que al ser frustrado le obliga a pasar a la clandestinidad. En octubre regresa a España y, aunque va esquivando golpes, en unas semanas es detenido en el País Vasco junto a su compañera María Luisa Tejedor, y enviado a Asturias donde en junio de 1927 es juzgado por el atraco de Gijón. De la cárcel de Oviedo lo trasladan a Madrid en noviembre de 1930 para otro juicio y sólo logrará la libertad con la proclamación de la Segunda República en abril del año siguiente.
Aunque la CNT sea ahora legal, pronto queda claro que la situación no ha cambiado demasiado. El 1 de mayo, la sangre obrera tiñe las calles de Barcelona cuando una multitudinaria y pacífica manifestación intenta llevar sus reivindicaciones a la Plaza de Sant Jaume. Aurelio Fernández llega a Barcelona desde Asturias a finales de 1932 e interviene en la creación de los Comités de Defensa de la CNT, grupos de diez hombres destinados a formar el germen de un ejército para la revolución inminente. Detenido en abril de 1933, pasará largas temporadas en la cárcel en los años siguientes. En mayo de 1936 comienza sus relaciones con Violeta Fernández Saavedra, mientras ambos asisten al congreso de Zaragoza de la CNT. Esta anarquista nacida en Cuba será su compañera hasta el final de su vida.
El 19 de julio, nuestro asturiano participa en la batalla por Barcelona, manejando una ametralladora montada en un camión sin cubierta, y al día siguiente está entre los libertarios que se reúnen con Lluis Companys en la Generalitat. En la decisiva asamblea de la CNT del día 21 apoya la opción, que no prospera, de “ir a por el todo”, propuesta por Juan García Oliver. Al constituirse el Comité Central de Milicias Antifascistas (CCMA), es nombrado jefe del Departamento de Investigación y Fronteras, con lo que se convierte en máximo responsable de las Patrullas de Control destinadas a combatir a quintacolumnistas y fascistas en las calles, y a los delincuentes comunes dispuestos a sacar provecho de la situación. El libro recuerda también a otros que asumieron estas tareas, como Manuel Escorza del Val.
Enseguida comienza la pugna con la Generalitat, que irá desplazando progresivamente al CCMA del poder, hasta conseguir su disolución a primeros de octubre. Aurelio Fernández es nombrado entonces secretario general de la Junta de Seguridad Interior del nuevo gobierno que se constituye, pero las tensiones con el Consejero de Interior Artemi Aiguader y las instancias políticas que éste representa son continuas y acaban provocando que en abril de 1937 pase a ocupar la cartera de Sanidad y Asistencia Social. A partir sobre todo de actas de reuniones y artículos de prensa, Aisa nos sumerge en el caos de aquellos meses febriles, marcados por una obstinada labor de zapa contra los logros revolucionarios de los primeros días, que terminó reconstituyendo el poder burgués en Cataluña. La imagen de Aurelio que nos queda es la de alguien que trabajó tenazmente, fiel a sus ideas, sin ánimo de lucro personal y tratando de que el derramamiento de sangre fuera el mínimo posible; de hecho, fue menor de lo que suele ser común en circunstancias similares.
El de la Corredoria sólo va a permanecer al frente de la Consejería de Sanidad hasta los Hechos de mayo, aunque seguirá como consejero delegado unas semanas más. Después lo encontramos como secretario de la Federación Local de la CNT de Barcelona, pero en agosto, tras la creación del Servicio de Investigación Militar por el gobierno Negrín, es detenido, acusado como inductor de un atentado frustrado contra el presidente del Tribunal de Casación. Será absuelto en el juicio, pero surgirán nuevos cargos y sus enemigos políticos conseguirán retenerlo en la cárcel hasta enero del año siguiente. Liberado, vuelve a su puesto en la Federación Local de la CNT en un momento en que el final está ya muy próximo. En enero de 1939, junto a García Oliver y algunos familiares de éste, nuestro protagonista emprende el camino del exilio, y tras más de dos meses encarcelado en Rennes por una petición de extradición del gobierno franquista, rechazada ésta, en mayo de 1940 consigue embarcar con Violeta en Saint-Nazaire rumbo a América.
Su destino va a ser la capital de México, donde ya se había instalado Belarmina, fruto del primer matrimonio de Aurelio, junto a su marido, Luis Roca de Albornoz, un miembro destacado del PSOE que les ayuda a organizar su nueva vida. Los dos encuentran trabajo: Violeta como profesora del Instituto Luis Vives y Aurelio en una empresa de seguros de la que llegará a ser gerente en la ciudad de Puebla. Aparte de esto, siguen con su militancia libertaria y él será el primer secretario general de la CNT elegido en México. A finales de los años 50, la pareja decide volver a Francia para involucrarse más en la lucha contra el régimen franquista y se instala en Toulouse. Aurelio será delegado en los congresos de la CNT de Limoges (1960) y Montpelier (1965), en momentos de división muy difíciles para el movimiento anarquista español. En 1968 regresan a México, donde Aurelio Fernández fallece el 21 de julio de 1974.
La necesidad de interpretar la historia
La aproximación biográfica a Los Solidarios cuenta con documentos esenciales, como las sucesivas versiones y ampliaciones del monumental trabajo de Abel Paz sobre Buenaventura Durruti, aparecido inicialmente en francés en 1972, o El eco de los pasos, las memorias de Juan García Oliver, publicadas en 1978 por Ruedo Ibérico, y luego reeditadas varias veces. Hubo que esperar más para que vieran la luz estudios sobre otros miembros del grupo, como es el caso de Francisco Ascaso a quien Luis Antonio Palacio Pilacés y Kike García Francés dedicaron uno recientemente (La Malatesta, 2017). Tras las huellas de una vida generosa: Aurelio Fernández Sánchez y Los Solidarios de Manel Aisa Pàmpols supone otro paso importante para el conocimiento de aquel mítico grupo de revolucionarios que tuvieron en su mano, como pocas veces ha ocurrido en la historia, el reto de construir con sus ideas los fundamentos de un nuevo orden social.
La teoría anarquista funciona muy bien para organizar una sociedad sobre bases federativas, igualitarias y autogestionarias, que permiten desterrar la lacra de la explotación económica, pero si la reestructuración revolucionaria no cuenta con el apoyo decidido de una masa crítica de esa sociedad, las cosas se vuelven muy difíciles. Lo cierto es que en la Cataluña del verano de 1936, el movimiento libertario que derrotó al fascismo en las calles, quedó sometido inmediatamente al chantaje de un poder político que sobrevivió y, encarnando los intereses de la burguesía, fue capaz de maniobrar para terminar imponiéndose. Los anarquistas, tristemente, no alcanzaban la masa crítica que hubiera garantizado el éxito de sus ideas y se dividieron en la gestión de una situación enormemente complicada. Su fracaso en mayo de 1937 supuso también en aquel momento el del ideal de un mundo sin explotación.
El sueño fue derrotado y la historiografía de los vencedores no va a parar de tejer falsedades y medias verdades para vendernos que era imposible, porque es esencial para ellos que no exista ninguna perspectiva de cambio en este mundo nuestro. Por eso son indispensables trabajos como el de Manel Aisa Pàmpols, que ponen de manifiesto las auténticas razones del fracaso, un cúmulo de sucias intrigas y traiciones de los que veían que el poder se les escapaba de las manos y estaban dispuestos a todo para conservarlo. Se evidencia además de este modo la limpia ejecutoria de hombres como Aurelio Fernández Sánchez, que vivió aquellos momentos plenamente consciente de su responsabilidad y tuvo el coraje de asumir lo que ningún libertario querría para sí, pero que resultaba imprescindible.