Primera versión en Rebelión el 15 de marzo de 2016
Nacido en Penza, en la meseta del Volga, en 1895 e hijo de un funcionario ferroviario que tuvo un papel activo en la revolución de 1905 y fue deportado por ello, Vladímir Yákovlevich Zubtzov comenzó muy pronto a militar en la facción bolchevique del partido socialdemócrata, participando en la revolución de octubre. Sin embargo, poco después se une a los blancos o es movilizado por ellos (hay dudas al respecto) y recibe instrucción en Oremburgo e Irkusk, siendo enviado como teniente a un regimiento en Ufá, donde deserta con los dos pelotones a su mando y se pasa a los rojos en octubre de 1919. Destinado en Kansk, conoce allí a Varvara que será la compañera de su vida. En 1921 publica una novela, Dos mundos, cambiando su apellido a Zazubrin, que podría traducirse por “mellado”, pues es consciente de la autocensura impuesta al darle forma.
Escribe luego las narraciones de la Trilogía siberiana y la colección de relatos Por los caminos intransitados, y también crea una Asociación de Escritores de Siberia, cuya amplitud de miras e independencia la hacen ser acusada de pequeñoburguesa. Para acabar de fastidiarlo, en el primer congreso de esta, en 1926, cita un texto de Trotski. No obstante, la amistad de Gorki le permite ir capeando el temporal y cuando pierde su trabajo en Siberia, él le busca otro en Moscú. Un año después de la muerte de Gorki, en junio de 1937, Zazubrin es arrestado. Con las torturas se derrumba y firma una declaración completa de culpabilidad. En septiembre es fusilado.
“La astilla” es el primer relato de la Trilogía siberiana y fue compuesto como todos los que la forman en 1923, aunque no vio la luz hasta 1989. Llevado a la pantalla en 1992, ganó popularidad con el título de El chequista. Se describen en él con realismo las rutinas de una Checa provincial, incluidos interrogatorios y salvajes ejecuciones. Andréi Srubov la preside con mano férrea, convencido de que el amor por Ella (la revolución) lo justifica todo, pero cuando ha de aprobar la muerte de su propio padre y su mujer lo abandona porque comienza a tenerle miedo, las contradicciones se agudizan en su interior y lo llevan a la locura. La prosa expresiva, radiante de metáforas, nos acerca al abismo psicológico de Srubov, al tiempo que hilvana una meditación extrema sobre el sentido de la violencia.
“La verdad pálida” nos presenta a un hombre de corazón noble, el viejo bolchevique Nikolái Averiánov, recién nombrado comisario del plan comarcal de aprovisionamiento. El que trabajó en una forja en su juventud, lucho en las dos guerras y luego dirigió una cárcel se enfrenta ahora a complejos retos de contabilidad y burocracia que lo desbordan. Trata de hacerlo todo lo mejor posible, derrochando esfuerzo, pero pronto cae en manos de corruptos que logran manejarlo a su albedrío. Cuando se entera de los chanchullos de estos los denuncia, pero ellos le inculpan a su vez y el asunto se enreda en un cruce de acusaciones del que sale malparado.
“Vida en común” retrata la coexistencia comunitaria de altos funcionarios del partido y sus cónyuges y vástagos en una casa con precarias instalaciones. Los problemas de las parejas, que para el autor tienen su definición más sintética en Maupassant: “El matrimonio es un intercambio de malos humores de día y malos olores de noche”, provocan una cierta promiscuidad mientras felicidad y desgracia ruedan veleidosamente y la sífilis se enseñorea de todos.
El libro lo edita Eutelequia en su colección Círculo d’Escritores Olvidados con traducción, presentación y generosas notas de Joanna Szypowska. Un epílogo de la propia traductora analiza en detalle el contexto histórico de los tres relatos, mostrando como estos revelan la visión personal de Zazubrin sobre momentos cruciales del régimen soviético. Si un defecto podemos poner a la edición, por otro lado magnífica, es que la transliteración y acentuación de los nombres rusos no se ajusta a veces a las normas habituales.
Trilogía siberiana es un cuaderno de notas que encierra una reflexión sobre el significado y posibilidades humanas de la revolución. Zazubrin se complace en colocar contra las cuerdas a los personajes destacados de la vida soviética, y vemos que sobran argumentos para zamarrearlos y hacerlos caer. El mensaje era vital porque ponía de manifiesto que Ella llevaba crueldad y torpeza en su seno que al final podían comprometerlo todo.
Parece ser que un comentario crítico de nuestro hombre, bastante irrelevante por lo demás, realizado en presencia de Stalin fue lo que aceleró su detención y ejecución. Su fidelidad al proyecto soviético era firme, pero su vocación de aguafiestas no tenía fácil acomodo en aquellos tiempos.