Primera versión en Rebelión el 20 de noviembre de 2024
Arthur Blair, nacido en Bengala en 1903 en la familia de un funcionario colonial, decidió años después firmar sus escritos como George Orwell, nombre escogido por su eufonía, para evitar a sus allegados vergüenzas por las andanzas de vagabundo que en ellos se narraban. Arthur-George combatió luego en la guerra civil española y arrimó el hombro lo que lo dejaron en la conflagración mundial, pero dedicó sus esfuerzos más que nada, hasta su temprana muerte en 1950, a un quehacer literario que produjo algunos de los relatos más influyentes en la denuncia del totalitarismo. La biografía más completa que se ha elaborado sobre él, debida a Bernard Crick, fue publicada en castellano en 2020 por El Salmón y de ella hay una reseña en Rebelión.
Aparte de abundantes novelas, Orwell escribió narraciones breves y ensayos en los que expresa su opinión sobre aspectos cruciales del tiempo que le tocó vivir. A esta faceta suya está dedicado el volumen de Byron Books reseñado, que viene con prólogo de Nuria Saura Freixes y Víctor Manuel Sánchez, y traducción de este último. Los cuatro textos recogidos presentan desde una crítica del colonialismo que el autor conoció bien en Birmania, hasta apreciaciones sobre el nacionalismo, la unidad europea o las consecuencias de la irrupción de las armas nucleares, asuntos en los que brilla la intuición que caracterizó al creador de 1984 y su apuesta, no inmune al pesimismo, por el progreso de la humanidad.
El primer fragmento, Dispararle a un elefante, de 1936, narra con tintes autobiográficos la experiencia en Birmania de un joven policía que se ve obligado a abatir a un elefante adiestrado que se había escapado y tras causar estragos en un mercado había provocado la muerte de un hombre. Lo más sugestivo del relato son las cavilaciones del protagonista, por entonces ya muy crítico con el colonialismo, que se debate entre la que considera opción más razonable, de dejar vivo al animal, ya tranquilo cuando dan con él, y la “necesidad” de una acción enérgica para no “quedar como un idiota” ante la población autóctona que observa la escena. De esta forma, la muerte del elefante se convierte en un símbolo de la miseria moral del proyecto imperial.
Análisis y sistemática del fanatismo
Notas sobre el nacionalismo es de 1945 y reflexiona sobre un concepto que rebasando su sentido estricto se hace equivaler a “sectarismo” o “fanatismo”. El hecho es que en aquel momento post bélico, Orwell percibe una tendencia en la intelectualidad inglesa a identificarse con una nación (u otro colectivo) y colocarla más allá del bien y el mal, de modo que “no se reconoce otro deber que promover sus intereses”, al tiempo que se etiqueta a los semejantes como “buenos” o “malos” en función de su adhesión o no al tótem y lo político impregna incluso los juicios estéticos y literarios. El nazismo aporta un ejemplo muy obvio de esta actitud, pero el autor señala muchos otros: jingoístas británicos, estalinistas fervorosos, sionistas o antisemitas, y resulta curiosa la frecuencia de cambios de partido sin merma del fanatismo y con gran desprecio por los hechos objetivos. Estamos en un universo en el que la fidelidad al bando propio es la clave para enjuiciar de forma muy diversa crímenes idénticos.
En este artículo se avanzan ideas que Orwell desarrollará extensamente en 1984, publicada en 1949, un año antes de su muerte. Así, todo nacionalista está obsesionado por la creencia de que el pasado puede ser alterado y se cree capaz de incrustar hechos en él, aunque hay que decir que la escasez de datos fiables ayuda en muchos casos a estos intentos. El ensayo concluye con una sistemática de los nacionalismos más pujantes en Inglaterra en aquel momento, que diferencia los “afirmativos”, como el de los neoconservadores, incapaces de aceptar la decadencia del Reino Unido, los nacionalistas periféricos (galeses, escoceses e irlandeses), tiznados de racismo celta, o los sionistas. Los “negativos” incluyen a anglófobos, siempre recelosos de su patria, antisemitas o trotskistas. Por último se dan “nacionalistas transferidos”, que buscan fuera el objeto de su amor o su odio, como comunistas, católicos, racistas e incluso pacifistas, cuyas contradicciones se ponen de manifiesto.
En este texto, Orwell emprende una cruzada de humor e ironía contra la plaga de lealtades inquebrantables y odios irracionales que observa a su alrededor y se ve obligado al fin a disculparse por haber dejado de lado aspectos positivos de las tendencias fiscalizadas. La caricatura sirve para que veamos la fealdad de algo que a todos puede contagiarnos en un momento de descuido. En cuanto a la causa de la epidemia de intolerancia entre los intelectuales ingleses, Orwell ve en ella “un reflejo distorsionado de las espantosas batallas que están ocurriendo en el mundo real”, y como remedio sólo se atreve a proponer que la necesidad del compromiso político esté matizada siempre por una profunda autocrítica.
Los retos de un mundo en transformación
Tú y la bomba atómica fue publicado en 1945, poco después de la destrucción de Hiroshima y Nagasaki, y contiene una reflexión sobre las implicaciones de la nueva situación. Orwell ve la historia humana fuertemente condicionada por la del armamento, y así observa que “el mosquete y el rifle”, objetos fáciles de fabricar, fueron determinantes en el periodo revolucionario que comienza a finales del siglo XVIII. Sin embargo, luego las armas se hicieron cada vez más complejas, y si como parece ser las bombas atómicas van a estar a disposición sólo de unos pocos Estados, ello augura una subordinación total de los individuos ante éstos, y una época de “paz que no es paz” o “guerra fría” —aquí se usa por primera vez el término—, con conflictos periféricos en torno a los bloques enfrentados. Orwell se asoma al mundo de pesadilla que perfilará minuciosamente en 1984, sin ver en el futuro ningún atisbo revolucionario, sino tan sólo grandes Estados, invencibles pero en pugna continua con sus vecinos, que someten a sus ciudadanos a una esclavitud fundamentada en el control psicológico.
Hacia la unidad europea, de 1947, plantea un contrapunto a los vaticinios sombríos del artículo anterior, que podrían ser contrarrestados si en algún lugar del mundo surgiera un socialismo democrático capaz de distanciarse de los bloques geopolíticos del momento: la dictadura soviética y el brutal capitalismo norteamericano. En este contexto, la única posibilidad sería para el autor de Animal farm una federación de los Estados occidentales de Europa que orientase su economía en esa dirección. No obstante, las dificultades que se identifican para el proyecto son enormes: apatía y conservadurismo de los propios ciudadanos europeos, que deberían renunciar a las ventajas que les otorga el imperialismo de sus gobiernos, hostilidad rusa y estadounidense, y por último, el papel de la Iglesia católica, que Orwell liga sin remedio al pensamiento reaccionario. El valor al fin que se reconoce a esta opción tan utópica reside sólo en que, pecando seguramente de eurocentrismo, no se vislumbra ninguna mejor.
Asombrosamente lúcido casi siempre, gruñón y humorista, George Orwell se enfrenta en estos textos poco conocidos a los interrogantes de un mundo en transformación y acierta a ver las claves de un futuro distópico que es ya nuestro presente. La tuberculosis se llevó demasiado pronto a un inglés muy inglés que captó como pocos el espíritu de lo que se imponía con el fin de la II Guerra Mundial y en tiempo de zozobras proclamó insobornable que la apuesta por la libertad y el socialismo es lo único que merece la pena.